Esta tarde me han preguntado si una persona puede ponerse enferma por amor. Creo que sí puede. Sí rotundo, Nuria. Y he recordado ese artículo de Lucía Etxebarría que tan bien define ese fenómeno llamado enamoramiento. Estamos de suerte, enamorados y enamoradas del Mundo: Esta noche podemos volver a ver LoVe aCTuaLLY y contagiarnos de súper buen rollo navideño.
Por qué nos sonrojamos y nos late el corazón tan aceleradamente?
FeNiLeTiLaMiNa, de Lucía Etxebarría.
Euforia, tormento. Noches en vela. Días inactivos. Sueña despierta delante del ordenador. Se olvida el bolso en el supermercado. Sigue de largo donde debería doblar. Habla en voz alta mientras camina sola. Planea lo que le diría, o lo que debería haber dicho. Lo que le dirá en un próximo encuentro. Corre riesgos estúpidos. Dice tonterías. Se ríe demasiado. Habla de lo que no debe. Revela secretos. Pasea de madrugada. Algo que dijo él aún le resuena en sus oídos. Ve su sonrisa si cierra sus ojos. Atesora las entradas de la película que vieron juntos. ¿Qué pensaría él del libro que está leyendo? Un perfume despierta un sin fin de recuerdos. Una canción le provoca sollozos. Llora un promedio de cien lágrimas diarias. Y duerme, calcula, unas cuatro horas por noche.
“Esta violenta perturbación emocional (desórdenes de atención, conexiones intrusivas, hipersensibilidad y exaltación, cuadros de ansiedad) se inicia en una pequeña molécula llamada feniletilamina (FEA), que se encuentra al final de algunas células nerviosas y ayuda al impulso de saltar de una neurona a la siguiente. Es una anfetamina natural que se acumula en el sistema límbico, el centro emocional del cerebro. El sentimiento de amor –lee- puede resultar de la inundación de FEA y otros estimulantes naturales que saturan el cerebro, transformando los sentidos y alterando la realidad”.
Pierde el apetito, pero a veces asalta la nevera a las 6 de la mañana. Cree reconocerlo en la oscuridad de los bares y luego se da cuenta de que se ha equivocado. Escribe su nombre en servilletas sucias, y le tiemblan las manos si descuelga el teléfono. El pulso de la sangre resuena en los oídos. Una llamada podría abrir la puerta del cielo. El grifo de la ducha queda siempre abierto. Acaricia a los niños en el autobús y a los perros sarnosos que cruzan las aceras. Si camina a su lado, siempre piensa que cae y tiene que recordar cómo diablos se camina. Se cambia de ropa delante del espejo setenta y siete veces antes de cada cita. Se descubre imitando gestos que le ha copiado. Repitiendo sus frases en las conversaciones.
“Tras algunas semanas de administración de inhibidores de la MAO -lee-, un hombre perpetuamente enfermo de pasión comenzó a tomar con más calma sus relaciones de pareja y pudo incluso vivir solo con bienestar. Aparentemente ya no anhelaba la respuesta del FEA. Este paciente hacía años que estaba en terapia. Sin embargo parece que hasta que no se le administró la ayuda química, fue incapaz de aplicar lo que había descubierto debido a su irrefrenable respuesta emocional”.
Bebe demasiado. Come chocolate. Deja las llaves puestas en la cerradura. Cuando duerme sola se abraza a la almohada. Sopesa a cada instante el tiempo compartido. Se sabe de memoria su talla de jersey. De pantalones, camisa, calcetines y botas. Llama a su casa cuando sabe que no está. Paladea su voz en el contestador. Le obsesiona el color de su ropa interior, y se pone una falda, la primera en un año. Enumera sus fallos para no idealizarlo. Y acaba por pensar que iluminan sus virtudes. Nada setenta largos. No para a descansar. Intenta pensar sólo en las brazadas, y el agua. Sale tiritando y no consigue olvidarse. Lee libros de autoayuda que no le gustarían. Con las novelas tristes llora a moco tendido. Habla sola en el metro, o con desconocidos. Se ha pintado de negro la uñas de los pies. Nunca llega a tiempo a una sola cita. Grita como una loca bajo el chorro de agua. Al menor de sus gestos se le congela el pulso. Escribe cartas absurdas que nunca le ha enviado. Redacta tonterías sin pie ni cabeza.
…SOSPECHA QUE LA QUÍMICA NO HARÍA NADA POR ELLA.