En cuanto a cine se refiere, somos un país inculto, cateto y gilipollas. Seguramente también en otras muchas cosas (a la cabeza me vienen políticos, reformas educativas, homeopatías…) pero este post va de una peli, así que hoy me voy a referir a este ámbito.
Parece mentira que, hoy en día, sigamos utilizando el término españolada y hablando de nuestro cine como si sólo se hicieran películas de la guerra civil. Mientras tanto, entre el top ten de la taquilla semanal, vemos una peli romántica adolescente americana, una comedia tontuna ambientada en el western americano, una peli de Campanilla que en Usamérica ha salido directamente al mercado de vídeo doméstico, una versión descafeinada de la villana de La bella durmiente y, así, de peli americana en peli americana, con la excepción de una australiana, sólo nos encontramos dos cintas patrias. Una basada en una novela romántica italiana y la otra cuyo protagonista es un perro que salía en los anuncios de la lotería.
A veces miro al norte, veo la taquilla de nuestros vecinos gabachos y me entra un ataque de envidia que me provoca ganas de entonar la Marsellesa y atiborrarme a croissants. Cuidan su cine, acuden a ver su cine y, por si eso fuera poco, exportan su cine tan bien que es raro encontrarse una semana en la que no se estrene por aquí una cinta suya.
Supongo que el mundial de fútbol también ha provocado que sólo acudan al cine padres con niños de vacaciones y adolescentes con ganas de dar rienda suelta a sus hormonas, a pesar de que nuestra insigne selección tuvo un periplo más bien corto por tierras brasileñas. En otra época del año y otras circunstancias, quizá no estaríamos hablando de estas cifras irrisorias de taquilla y podríamos decir que uno de los cineastas más personales, ingeniosos e imaginativos de nuestro cine, se había aupado al top ten, al menos. Porque, seamos realistas, si Nacho Vigalondo fuese usamericano en vez de cántabro, tendría un status similar al de Michel Gondry, Terry Gilliam o Spike Jonze.
Y eso que “Open windows” no me parece perfecta, ni mucho menos. Pero es una propuesta mucho más interesante, arriesgada, innovadora y divertida que las aventuras de un perro que ha ganado la lotería. Con sólo tres largometrajes, Vigalondo ha demostrado que es capaz de ofrecer nuevas ideas, de no estancarse ni acomodarse, de jugar con nosotros, de poseer un universo único y frondoso. Viendo lo que le prestamos atención, es probable que tenga que acabar emigrando para conseguir auparse al status que merece y luego, cuando lo haya conseguido a nuestras espaldas y lo hayan reconocido más allá de nuestras fronteras, lo reclamaremos como nuestro y cantaremos “yo soy español, español, español” bota de vino en mano.
Pero empecemos a hablar de la peli en sí, que ya va siendo hora. “Open windows” es uno de esos films en los que a uno se le divide el cerebro a la hora de valorarla. Por un lado está la forma, brillante, genial, pensada hasta el último detalle, un engranaje suizo que asombra a cada paso. Por otro, está el fondo, que a ratos me dejaba un poso de incomodidad, que trata de ir creciendo en asombro pero que lo que hace es liarse, que se enloquece hacia un final de triple salto carpado con tirabuzón con el que cuesta empatizar.
Para mí, “Open windows” supuso un precioso juguete, repleto de luces y con más de seis pilas alcalinas, cuyo mecanismo de juego no me acabó de enganchar. Me embobé admirando la complejidad de la construcción, un verdadero prodigio de montaje y planificación en el que cada secuencia tiene que estar muy pensada para que las diferentes pantallas multimedia en las que transcurre el metraje, se deslicen, superpongan y alternen con esa fluidez propia del último modelo de tablet. Sin embargo, fueron varios los momentos en los que me tuve que parar, aceptar nuevas propuestas del universo, para no salirme de la película y, una vez aceptada la nueva regla, continuar atento a la historia.
Porque, una de las razones por las que la peli no me parece redonda, es que las normas del universo no se dejan claras al principio. Empezamos con una tecnología muy de James Bond pero acabamos con algo más parecido a la magia. Ese salto cuantitativo en cuanto a lo que nos tenemos que creer, se va añadiendo a medida que crecen los giros de guión y las sorpresas y no son fáciles de aceptar. El riesgo de que, por no habernos situado bien al principio, nos salgamos de la trama, es considerablemente alto.
Porque esos veinte minutos de sprint final en los que Vigalondo retuerce una y otra vez el guión, tratando de sorprendernos a cada minuto, tiene la vocación gamberra y desenfadada del final de un capítulo de Misión Imposible. Y de nuevo me veo en la tesitura de dilucidar si me gusta o no. Por un lado, le agradezco enormemente el que no se apoltrone ni ponga el piloto automático y trate de abrirme los ojos como platos pero, por otro, como en el resto de la película yo estaba acomodado en otro lugar, me cuesta cambiar el chip y acaba superándome.
De todas formas, el planteamiento inicial, la forma en la que está pensado el aspecto visual y lo emocionante de la trama hasta ese desenlace loco, la convierten en un thriller muy por encima de la media, curiosamente con muchos puntos en común con “Grand piano”, cuyo director, Eugenio Mira, tiene un cameo en el prólogo de la peli de Vigalondo, ese desternillante trailer de una supuesta película de zombies y superpoderes. Como decíamos, “Grand Piano” y “Open windows” comparten DNI de thriller, un refinado gusto por los juegos visuales e incluso a su prota, el otrora portador del anillo Elijah Wood, que en este caso está acompañado por la sensual y deshinibida Sasha Grey.
Por todo ello, por tratarse de una cinta con tantas bondades, sorprende, cabrea y entristece que se halle por debajo de las aventuras de un personaje secundario de una obra de teatro que era representado por la luz de una linterna. Si no somos los propios espectadores los que demandamos, cuidamos y premiamos el cine español que queremos ver, nadie lo va a hacer por nosotros. Y si no mimamos a los realizadores, guionistas, músicos, actores y técnicos que hacen posible nuestro cine, emigrarán, como gran parte de los trabajadores que se ven incapaces de desarrollar sus aptitudes en este país de incultos. Mientras, seguiremos quejándonos en Facebook de lo mal que se dan las subvenciones y de que siempre hacemos la misma película, apoltronados en el sofá.
Y después de “Open windows”, continuó nuestro afán reivindicativo y fuimos a ver “La cueva”, también española, también de género, también bastante ignorada. Pero esa es otra historia y deberá ser contada en otra ocasión.