Cuando ya no nos queda tiempo para remediarlo, el agujero del cinturón nunca miente, apremiados por las calores y las fechas, nos plantamos el bañador con esos kilos de más que habíamos prometido eliminar el 1 de enero, el gran día de los propósitos y enmiendas, el gran día de nuestra propia y a veces íntima campaña electoral. Nos votamos, sí, pero incumplimos lo prometido. Vaya, esa música me suena. A este paso tendré que enfrentarme a un plasma, que no estoy yo para responderme a preguntas demasiado incómodas. Y no tenemos que recordar tuits del pasado, nos basta con el evidente presente. Para el próximo 1 de enero prometo primarias, aunque sea conmigo mismo; no tengo claro el resultado, me temo. Pero no nos responsabilicemos nosotros de todo, no, por favor, que el tiempo del silicio ya pasó, por favor, que las bulas, papales o no, ya están pasadas de moda. El verano y el calor llegan en fechas muy malas, malísimas, de verdad, no está bien programado el asunto acuático y de piel al aire, no, y no hace falta ser un lince, con chip o no, para darse cuenta. Más que malas, que la cosa viene concentrada. En muy poco espacio de tiempo tenemos la Semana Santa, Feria y todas las fiestas y romerías de mayo, las terracitas, los caracoles, comuniones diversas, civiles o religiosas, que las hay, seguro que alguna boda o bautizo, cumpleaños varios, aniversarios, despedidas, ya sean de solteros, solteras o compartidas, de todo un poco, porque lo celebramos todo, o casi. Celebraciones todas, ya sean por el motivo que sean, que regamos y devoramos convenientemente, y el que esté libre de pecado que pague la siguiente ronda, que no me creo nada. Piña y pollo, batidos arenosos que se te estancan en la garganta, zumos de remolacha y pepino, póngale un poco de apio y unas gotas de limón, que le dan su toque, media tonelada de pavo, litros y litros de agua, manzanas a media mañana, chicles a todas horas, un huevo duro en el desayuno, sacarina e infusiones, bolsas de basura rodeando nuestro vientre, calambrazos varios, esas dietas y tratamientos que nos prometen el milagro. Milagro que nosotros pretendemos que sea instantáneo, ya, ahora, pero ahora mismo, me bebo el batido de marras y que la tripa desaparezca, y sin llamar a Juan Tamariz. Y no, claro, eso no puede ser. La cosa tiene su miga, y hasta su barra de pan al completo, no le quepa duda, haciendo fuerte a ese refrán que dice aquello de lo que realmente merece... sigue leyendo en El Día de Córdoba
Revista Literatura
Cuando ya no nos queda tiempo para remediarlo, el agujero del cinturón nunca miente, apremiados por las calores y las fechas, nos plantamos el bañador con esos kilos de más que habíamos prometido eliminar el 1 de enero, el gran día de los propósitos y enmiendas, el gran día de nuestra propia y a veces íntima campaña electoral. Nos votamos, sí, pero incumplimos lo prometido. Vaya, esa música me suena. A este paso tendré que enfrentarme a un plasma, que no estoy yo para responderme a preguntas demasiado incómodas. Y no tenemos que recordar tuits del pasado, nos basta con el evidente presente. Para el próximo 1 de enero prometo primarias, aunque sea conmigo mismo; no tengo claro el resultado, me temo. Pero no nos responsabilicemos nosotros de todo, no, por favor, que el tiempo del silicio ya pasó, por favor, que las bulas, papales o no, ya están pasadas de moda. El verano y el calor llegan en fechas muy malas, malísimas, de verdad, no está bien programado el asunto acuático y de piel al aire, no, y no hace falta ser un lince, con chip o no, para darse cuenta. Más que malas, que la cosa viene concentrada. En muy poco espacio de tiempo tenemos la Semana Santa, Feria y todas las fiestas y romerías de mayo, las terracitas, los caracoles, comuniones diversas, civiles o religiosas, que las hay, seguro que alguna boda o bautizo, cumpleaños varios, aniversarios, despedidas, ya sean de solteros, solteras o compartidas, de todo un poco, porque lo celebramos todo, o casi. Celebraciones todas, ya sean por el motivo que sean, que regamos y devoramos convenientemente, y el que esté libre de pecado que pague la siguiente ronda, que no me creo nada. Piña y pollo, batidos arenosos que se te estancan en la garganta, zumos de remolacha y pepino, póngale un poco de apio y unas gotas de limón, que le dan su toque, media tonelada de pavo, litros y litros de agua, manzanas a media mañana, chicles a todas horas, un huevo duro en el desayuno, sacarina e infusiones, bolsas de basura rodeando nuestro vientre, calambrazos varios, esas dietas y tratamientos que nos prometen el milagro. Milagro que nosotros pretendemos que sea instantáneo, ya, ahora, pero ahora mismo, me bebo el batido de marras y que la tripa desaparezca, y sin llamar a Juan Tamariz. Y no, claro, eso no puede ser. La cosa tiene su miga, y hasta su barra de pan al completo, no le quepa duda, haciendo fuerte a ese refrán que dice aquello de lo que realmente merece... sigue leyendo en El Día de Córdoba
