Revista Cultura y Ocio
Sofía 23:23 – 21:23 ZULU Apartamento de los hermanos Tumánova, Sofía
Viéndole sacudirse al borde de la muerte, Piotr se reafirmó en algo que se había estado cuestionando desde hacía un tiempo: Quería a su hermano. Sí, había perdido mucho por protegerle, pero aun así sentía una casi enfermiza necesidad de ayudarle. Se estremeció al comprender que no tenía más opción que soltar su arma; realmente no la tenía.
Así que extrajo el cargador y deslizó la corredera dejando caer la bala de la recámara. Luego apoyó la pistola en el suelo y se la acercó al agente con una suave patada, haciendo que se deslizase por el suelo. El cargador lo tiró encima de la mesa. Por último levantó las manos.
- Ya está – informó.
Dimov dejó que la presión de su dedo en el botón en forma de gatillo que tenía el taser disminuyera, hasta que la electricidad dejó de recorrer el cuerpo del pequeño de los Tumánova. Había un cierto hedor rancio que se mezclaba de forma desagradable con el olor a pelo y grasa quemados.
El agente no separó el arma del cuerpo de Yevgueni.
- Hoy no he tenido un buen día – informó a Piotr.
El hermano mayor demostró una vez más su aplomo al comentar:
- No vienen refuerzos. Así que ha venido aquí en misión, bien para matarnos o bien para hablar, pero no a detenernos.
Los gemidos de Yevgueni se dejaban oír débilmente. Se había mordido la lengua y la sangre que le bajaba de la nariz se mezclaba con la que salía de su boca. Tenía los ojos cerrados con fuerza y no parecía con intención de abrirlos.
- Correcto. Necesito la respuesta a una pregunta muy simple.
- Pregunte entonces – Piotr mantenía las manos levantadas y lo suficientemente alejadas de su cuerpo como para que el agente pudiese reaccionar en caso de querer hacer algo.
- Según me he informado, sois miembros de la Fuerza Roja.
- ¿Cómo lo sabes? – preguntó Piotr, tratando de ganar tiempo.
- Todo resulta cada día más sencillo, Tumánova, especialmente ahora que hay cámaras casi en cada esquina. Y la identificación de ADN cada vez requiere menos cantidad para su reconstrucción de cadenas. Ahora, la pregunta. Imagino lo que quería la Fuerza Roja enviándoos allí, admito que es un jugoso juguetito. Ahora bien, no sé si lo conseguisteis. ¿Os llevasteis el portátil del doctor Galvech?
- Ni siquiera llegamos a entrar en la casa. Vinieron los otros – contestó Piotr -. Los de la bomba.
- ¿Y quiénes eran ellos?
- No lo sé.
- No me estás alegrando mucho este mal día, Tumánova – apuntilló Plamen Dimov, jugueteando con el dedo, dando leves golpecitos al gatillo del taser.
- No sabemos nada. Nos enviaron allí. Fuimos a hacer un trabajo y fracasamos. Es todo.
- ¿No te parece extraño que convergiéramos los tres bandos al mismo tiempo?
El Tumánova miró a su hermano. Poco a poco recuperaba una respiración menos jadeante.
- Sí, me lo parece – convino.
- ¿Tampoco tienes idea de cómo pudo pasar eso?
Piotr negó con la cabeza.
- No, no lo sé.
El agente Dimov se quedó meditabundo por unos minutos. Luego guardó el taser y cogió su pistola. De un solo golpe, encajó el silenciador en su sitio. Sin información, aquellos dos estúpidos miembros de una organización semi-terroristas no le eran de utilidad.
Piotr se alarmó, consciente de lo que estaba a punto de pasar, pero sin saber cómo detenerlo. Miró a su hermano tembloroso por las descargas, echado en el sofá aún sin abrir los ojos. Dimov le apuntó primero a él. Piotr sabía que decirle que esperase no serviría de nada.
- ¡IAB! – dijo, en cambio.
Consiguió captar la atención de Dimov, que le miró ladeando ligeramente la cabeza con curiosidad. Por supuesto, las grandes organizaciones criminales conocían la agencia tras la agencia, su nombre e incluso algún dato más. Pero la Fuerza Roja era demasiado pequeña en su país, demasiado insignificante, como para disponer de ese dato. Piotr tenía las manos a medio alzar, pidiendo calma.
- Eres de la IAB ¿verdad?
- ¿Cómo conoces ese nombre? – preguntó Dimov, curioso, aún pensando en sus obligaciones como agente más que en el hecho de que ahora estaba huyendo de esa misma agencia.
- Escúchame – pidió el Tumánova -. Fui destinado a la Fuerza Roja hace años, seguramente tú no habías ingresado aún. Soy un infiltrado dormido, todo indicaba que la Fuerza Roja se convertiría en un peligro para Bulgaria, pero no ha sido así y llevan meses tratando de dar por zanjado el asunto, ya que en Sofía el movimiento no parece haber cuajado. Sólo quieren asegurarse, pero soy un agente de la IAB, como tú.
Dimov le miró con total desconfianza y luego se volvió hacia su hermano, que parecía ir abriendo los ojos y orientándose poco a poco.
- ¿Y tu hermanito?
Piotr tardó unos segundos en contestar.
- No, mi hermano no. Cuando él ingresó a las Fuerzas Rojas me consideraron especialmente adecuado para esta misión.
Dimov pasó a apuntarle a él.
- Llama a tu jefe – insistió Piotr -. Consúltalo con él. Y deja que lleve a mi hermano a un hospital.
- No puedo llamar a mi superior – respondió Dimov.
Y era cierto, no podía.
- De acuerdo. Deja que te lo demuestre – pidió Piotr.
Con movimientos calculadamente lentos para no sobresaltar a quien le apuntaba, se agachó y recogió del suelo uno de los pedazos de la taza que su hermano había tirado sin querer. La cerámica rota tenía un borde afilado. Abrió la boca y se introdujo el cortante filo. Con un movimiento rápido, se hizo un corte en el cielo de la boca, cerca de las encías.
La sangre empezó a caer en abundancia, pero Piotr no se permitió escupir hasta que hubo sacado el dispositivo de identificación: un disco de plástico, de un diámetro no más grande que un balín de aire comprimido y fino como una hoja de papel. Se lo entregó a Dimov, que ya se había arremangado.
- Eran un poco grandes entonces – comentó Dimov, recogiendo el disco con cuidado de no dejar de apuntarle.
- Eran otros tiempos – contestó Tumánova.
El agente pulsó uno de los botones de su reloj y pasó sobre la pantalla el disco, a cierta distancia. El dispositivo lanzó un pitido idéntico al de cualquier reloj de muñeca convencional, pero Dimov sabía lo que significaba ese pitido. El identificador era correcto y estaba activado. El identificador se desactivaba en el momento en que pasaba más de veinte segundos alejado del contacto del ADN de su agente portador, de ese modo la agencia se aseguraba de que nadie los robara y suplantase la identidad de sus agentes. El método era sencillo, pero bastante eficaz.
Dimov le devolvió el disco, que Tumánova se apresuró a colocar en su lugar. Luego bajó el arma. No podía negar la evidencia, estaba frente a un compañero agente. No sabía si eso debía aliviarle o preocuparle. No obstante, llevaba años como durmiente. A veces, eso les hacía cambiar de opinión, y de bando. Debía ir con cuidado, pero no olvidaba que hacía unas horas, en Lozenets, él hubiese podido matarle y no lo hizo. Consideró que merecía un voto de confianza.
Y mientras pensaba aquello, Piotr se tensó y gritó el nombre de su hermano, que había sacado de la funda del sofá el bate de madera que allí guardaban, el cual hizo sonar con un golpe seco contra la nuca de Dimov, que cayó redondo al suelo lleno de cortantes pedazos de cerámica que rasgaron su piel, haciendo que su sangre se derramase por toda la alfombra.