Hace unos años se rodó el "documental" Operación Luna en el que, entre otras cosas, se afirmaba que el hombre no había llegado a la Luna y que el metraje de aquella falsa llegada al satélite fue rodada por Stanley Kubrick. El documental en realidad era un falso documental o, como se les llama ahora un mockumentary. Muchos años antes, Orson Welles hizo que muchos estadounidenses entrasen en pánico mientras radiaba una versión de La guerra de los mundos, de H G Wells.
Esta noche, Jordi Évole ha querido emular estos ejemplos con su reportaje Operación Palace, sobre la supuesta verdad detrás del golpe de estado del 23 de febrero de 1981. Todo ha sido un falso documental (algo que ya se olía desde la aparición de José Luis Garci como director del golpe, un guiño al antes mencionado Operación Luna y el papel de Kubrick). Jordi Évole se ha forjado hasta ahora una imagen de periodista serio y riguroso, con todo el merecimiento. Resultaba sorprendente viniendo de alguien que se había labrado la fama televisiva haciendo de "follonero" en un programa de humor. Pero hoy, Évole ha tirado por la borda lo conseguido con su Operación Palace. Ha preferido reírse de todo el mundo. Podría perfectamente haber hecho uno de sus reportajes sobre los claroscuros del golpe de Estado, que los hay y son muchos, pero ha preferido dinamitar su credibilidad. Y ese no es un buen camino, cuando tan necesitados estamos de periodistas que suelten verdades.
Évole, tenías otras formas de regresar a tu papel de follonero, pero supongo que ésta era la más efectiva. Es una lástima. La credibilidad es fundamental para un periodista, pero hoy Évole la ha vendido. La excusa ha sido que se quería lanzar una reflexión sobre la manipulación de los medios. Estupendo. Ahora no podremos creer ni a Évole. ¿Resultarán ahora veraces sus denuncias de injusticias sociales como la del accidente de metro? ¿Con qué cara nos tomamos ahora los datos que se ofrezcan en sus reportajes sobre la política o la sociedad?
Después de hoy, simplemente diré: "Adiós, Évole".