Revista Cultura y Ocio

Opinión de océanos sin ley de ian urbina

Por Miss_cultura @miss_cultura
OPINIÓN DE OCÉANOS SIN LEY DE IAN URBINA

Hay muchas fronteras en nuestro planeta, pero quizá las más salvajes y mejor entendidas son los océanos del mundo: demasiado grandes para la policía y sin una autoridad internacional clara, estas inmensas regiones de aguas traicioneras albergan una criminalidad y una explotación desenfrenadas. Traficantes y contrabandistas, piratas y mercenarios, ladrones de barcos hundidos, ecologistas justicieros y cazadores furtivos, activistas del aborto en el mar, buques que vierten petróleo, esclavos encadenados y polizones a la deriva... Tras cinco peligrosos e intrépidos años de investigación periodística, a menudo a cientos de millas náuticas de la costa, Ian Urbina nos presenta a los habitantes de este mundo oculto. A través de sus historias de asombroso coraje y brutalidad, supervivencia y tragedia, desentraña una red mundial de crimen y explotación que emana de las industrias pesquera, petrolera y naviera, y de la que dependen las economías del mundo. Tan apasionante como una novela de aventuras y con una sorprendente claridad, este trabajo único de periodismo pone de manifiesto por primera vez la inquietante realidad de un mundo flotante que nos conecta a todos, un lugar donde cualquiera puede hacer de todo porque nadie lo ve.

*Traducción de Enrique Maldonado.

El mar es un lugar desconocido. Aparentemente, el ser humano ha invertido más recursos y esfuerzo en formarse un retrato lo más completo posible del espacio que en conocer la inmensidad que esconde el fondo marino. No tenía ni idea.

Pero lo que está claro es que la mayoría solo conocemos del mar lo que vemos en verano cuando vamos a la playa (a quien le guste ir), lo que nos muestran en los documentales, los desastres naturales que a veces se ganan un puesto entre las noticias del día o lo que sospechamos que ocurre detrás de los pescados que se exhiben en los supermercados... vamos, apenas una ínfima porción de todo lo que de verdad sucede.

Después de leer Océanos sin ley, he aprendido que en alta mar existe todo un mundo aparte. Un mundo fascinante y espantoso a partes iguales, por la belleza que ocultan sus aguas y por las barbaridades que se llevan a cabo en ellas, amparadas por la imprecisión y las ambigüedades de la legislación de las aguas internacionales.

En las más de 500 páginas de este libro, se han recopilado quince reportajes escritos por Ian Urbina, tras cinco años de duro trabajo de investigación periodística para dar voz a casos brutales de esclavitud, tráfico de personas, maltrato feroz, pesca ilegal, robo de barcos, destrozo de hábitats completos... que en demasiadas ocasiones quedan impunes e incluso silenciados. Por supuesto, no hay que olvidar que, muchas veces, los responsables últimos (aunque no las caras visibles) son empresas cuyo único objetivo es ganar aún más dinero, sin importar el bienestar de los ecosistemas marinos o los derechos humanos. Además, al tratarse de aguas internacionales, las responsabilidades se desdibujan entre unos y otros, que se van pasando la pelota hasta que esta cae en tierra de nadie y acaba olvidada.

Por suerte, también hay algunas grandes historias que invitan a la esperanza, protagonizadas por personas que aprovechan estos vacíos legales para ayudar a otras personas, por organizaciones que no dudan en ponerse en primera línea de batalla para defender a especies indefensas o por países que han empezado a incluir en sus legislaciones cláusulas para controlar el bienestar de sus aguas, aunque sin colaboración de sus vecinos, debido a la falta de fronteras tangibles, terminan por caer un poco en saco roto. Pero es un comienzo...

Incluso hay alguna historia más ligera, en la que los personajes son unos sinvergüenzas, sin más.

Ian Urbina es periodista de investigación y generalmente escribe en The New York Times, The Atlantic y National Geographic. Me ha gustado mucho que, además de narrar las historias en sí, también nos va dejando pequeñas anécdotas de cómo afrontó estos trabajos, cómo se preparaba para los viajes, cómo contactaba con los protagonistas, cómo se acercaba a ellos a la hora de entrevistarlos y cómo, al final, era un extraño en un hábitat que no era el suyo y él mismo se terminaba sorprendiendo por las cosas que iba descubriendo y fascinando con los cuadros maravillosos que de vez en cuando le regalaba el mar. Me parece muy importante el hecho de que explica los casos desde el lugar en el que suceden, adentrándose allí como observador, escuchando lo que los protagonistas quieren compartir con él y dándole muchísima relevancia a la historia, al contexto y a los escenarios.

La edición de Capitán Swing incluye fotografías en blanco y negro de cada reportaje, además de algunas instantáneas a color en las páginas centrales del libro.

El ritmo de lectura es bastante ameno, pues casi se puede leer como si se trataran de pequeñas novelas de aventuras y crímenes: la crueldad, la crudeza del entorno e incluso algunas de las realidades, que en teoría deberían estar ya extinguidas, bien podrían pertenecer a la ficción, aunque por desgracia no es así. Además, al ser una serie de reportajes independientes, aunque enlazados todos por el contexto en el que se desarrollan, permite intercalar otras lecturas entre uno y otro, en caso de que necesitemos reposar un poco después de alguno de los testimonios (yo lo he necesitado con alguno, de hecho).

Océanos sin ley ha sido una lectura interesante y muy impresionante para mí. Por mucho que quisiera imaginarme o sospechar lo que ocurre en alta mar, es imposible realmente hacerse una idea de la gran cantidad de acciones criminales que suceden en esos barcos y el sufrimiento al que se ven sometidas tantísimas personas que lo único que buscan es un trabajo para ayudar a sus familias o un destino en el que construir el inicio de una vida mejor. Me ha resultado aterrador ver cómo los seres humanos dejan libres sus peores instintos cuando se ven protegidos por la falta de autoridad o por la ausencia de una amenaza real de ser sancionados.

Recomendado.

- Opinión de Inés Díaz Arriero -


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