Durante el duro invierno, en una ciudad del norte, un niño se escapa de su casa a causa del maltrato de su padrastro.
Encuentra refugio bajo una tubería, cerca de las vías del tren y de la explanada que conduce al bosque. Nadie parece compadecerse de él hasta que unos ojos lo miran con detenimiento y ternura. También con autoridad. Esos ojos pertenecen a una perra callejera. El niño tendrá que aprender a sobrevivir junto a ella y la manada de perros que lidera. Aunque su presencia no será del agrado de todos los perros.
Rey ha sido la novela ganadora del Premio Edebé de Literatura Infantil de este año. Cuando leí la nota de prensa y vi la gala de entrega de premios, en la que la autora, Mónica Rodríguez, hablaba acerca de la historia, pensé que era una apuesta muy arriesgada y que leerla no iba a ser fácil, pero que seguro que merecía la pena.
No me equivoqué.
Confirmo que me ha parecido una apuesta osada, que leerla no me ha resultado fácil y que, no obstante, ha merecido la pena.
Pero voy por partes.
Inspirada en la historia real de Ivan Mishukov, un niño ruso que vivió dos años con una manada de perros tras haber escapado de una familia con problemas de alcoholismo, en la novela conocemos a Rey.
Ni siquiera sabemos cuál es su nombre real, pero así es cómo le llamaba su madre en los días buenos: "rey, mi rey...". En los días malos, cuando apestaba a ese líquido acre, le gritaba y se refería a él con calificativos espantosos. Pero era su madre. Eran ellos dos, mamá y su rey. Y algún día todo mejoraría.
Sin embargo, lejos de mejorar, la situación empeoró todavía más con la llegada de Ulric, que añadió al alcohol, maltrato, golpes, gritos y amenazas constantes. Fue entonces cuando el niño decidió que en cualquier otro sitio estaría mejor y se escapó.
Hambriento, sucio, congelado, asustado y consciente de que, al parecer, ningún ser humano está dispuesto a apiadarse de él, Rey encuentra consuelo, aceptación y refugio en la manada de perros vagabundos que habitan en la explanada que separa el bosque de las vías del tren.
Entre ellos, Rey sobrevive a base de restos de comida que encuentran en las calles y aprende lo que significa el amor, la lealtad, la compasión y la generosidad, pero también que las bestias no siempre tienen cuatro patas y colmillos.
Rey es una historia durísima, narrada con honestidad. Una especie de El libro de la selva contemporáneo, urbano y sin edulcorar. A través de sus páginas nos colamos en el interior del niño para ser testigos de cómo percibe el mundo, de cómo su instinto de supervivencia lo empuja a abandonar lo conocido con tal de mantenerse con vida, de cómo se enfrenta al dolor que le provoca el abandono y el maltrato (tanto el que sufre en primera persona, como al que asiste como testigo) y de cómo aprende que la compasión va mucho más allá de los límites de la especie.
Me ha gustado muchísimo cómo Mónica Rodríguez utiliza el recurso de las miradas. Rey continuamente lee las miradas de los otros, humanos y perros. A través de lo que expresan sus ojos siente la amenaza de Ulric, la enajenación de su madre durante los días malos, la autoridad y la clemencia de Daya, las advertencias de Hosco, la ternura de Masha... Y gracias a eso, incluso cuando ya ha perdido la mayor parte de sus recuerdos y sus maneras de humanidad, sigue siendo capaz de comunicarse tanto con los perros de su manada como con las personas que se acercan a él.
Decía al principio que no me ha resultado fácil leer esta novela. Evidentemente, por lo que he contado hasta ahora, ya sabes que es una historia cruda, pero para mí hay algo más. Siempre he sido especialmente sensible con el tema de los animales y además me ha tocado estudiar mucho acerca de comportamiento y lenguaje canino para poder ayudar en la rehabilitación de mi perrita. Y Mónica Rodríguez ha escrito TAN BIEN a los perros... sus gestos, sus diferentes tipos de ladridos, las señales que utilizan para comunicarse... todo con tanto realismo que algunas escenas me han resultado tan tremendamente dolorosas que las he tenido que leer por encima.
Rey me ha parecido una novela dura, complicada, honesta, cargada de significado y escrita con un estilo poético que permite sentir el frío, el dolor y la decadencia en tus propias carnes. Partiendo de un suceso real, la autora nos brinda una historia en torno a esa necesidad que todos tenemos de sentir que formamos parte de algo y nos muestra que la compasión no entiende de límites y que las bestias a veces son mucho más humanas de lo que pensamos.
El libro trae ilustraciones en blanco y negro de Ángel Trigo y está recomendado a partir de diez años.