Revista Cultura y Ocio
Empiezo esta entrada aclarando que soy traductora profesional, por lo que este tema me toca muy de cerca (traducción: voy a barrer para casa, vamos). Pero también soy lectora, correctora y amante del significado y de los matices de las frases en su lengua original. Y tengo que reconocer que es muy difícil conseguir que, a veces, ambos aspectos se lleven bien pero se puede encontrar el punto medio. Intentaré ser objetiva en lo que pueda pero, por supuesto, es solamente mi visión del mundo traductoril y de sus particularidades aplicadas a la literatura.
Hace un tiempo, una autora estadounidense se puso en contacto conmigo para que leyera su novela que acababa de ser publicada en español. El tema y el enfoque me interesaron así que, ¿por qué no darle una oportunidad? Sin embargo, la traducción era mala no, pésima. Errores de significado y de estilo en casi todas las frases, algún error ortográfico menos habitualmente. En absoluto, considero que mis traducciones o mis textos sean perfectos (sé perfectamente que estoy muy lejos de eso) pero hay fallos que no se pueden cometer como traductor profesional o como persona que haya aprobado los exámenes de secundaria.
Se lo comenté educadamente a la autora porque, como parte de mi opinión, no podía dejar pasar algo tan importante para mí. Además, si yo fuera a vender algo (un libro o cualquier otra cosa) y tuviera una tara gigante, me gustaría saberlo por el bien de mi economía futura. Me comentó que había insistido mucho en que la traductora se mantuviera pegada al texto original porque quería que la obra siguiera siendo suya y no del traductor.
En primer lugar, lo siento mucho por los autores que se sientan robados o que sientan que pierden una parte de su novela cuando la traducen, pero una traducción (y mucho más en literatura) es también obra del traductor. Si realmente yo tuviera talento para escribir, publicara un libro y fueran a traducirlo, querría que, en ningún caso, sonara en ruso como si todavía estuviera escrito en español.
Y eso es lo que me encontré en la novela de la que hablo y lo que me impidió disfrutar de la lectura todo lo que podría haberlo hecho. Porque en español uno no «encuentra la fortaleza intestinal» para acometer una tarea difícil, a menos que se trate de algo escatológico. Ni nos «sacudimos el mal humor». Ni usamos «nudillos de latón», por mucho que sea exactamente lo que dicen las palabras en inglés. Porque eso no existe. No lo decimos así. Por mucho que en otro idioma sí. Y por ahí no paso.
Toda buena (llegados a este punto es preciso especificarlo) traducción debe ser fiel al contenido y al significado. Esa es la primera regla que nos graban a fuego en la frente durante la carrera, pero también debe sonar natural y creíble en la lengua de destino. Debe estar bien redactada y debe cumplir las normas ortotipográficas en vigor. Y digo todas. Pero considero que es incluso más importante que esto se aplique correctamente a la literatura porque leyendo un libro no pretendemos exclusivamente recibir un mensaje con una expresión estándar. El estilo y la redacción importan a la hora de captar lo que el autor pretende transmitir. Tampoco hay que olvidar la corrección, pero no la menciono en esta entrada porque creo que va implícita.
Una mala traducción puede arruinar una novela brillante porque no hará la historia creíble y no llegará a calar hondo en el lector.
Creo que todos estaremos de acuerdo en este punto, ¿verdad? Si hay alguien que no, por favor, que me interrumpa sin miedo y me explique sus motivos ;) Por lo tanto, teniendo en cuenta esto, ¿por qué le dan/damos tan poco valor a este proceso editorial? Es igual de decisivo que otros muchos y, sin embargo, a menudo oímos que «una traducción la puede hacer cualquiera que sepa inglés». No me voy a poner estupenda afirmando que solo los traductores licenciados pueden y deben hacer las traducciones, en absoluto, porque seguramente haya por ahí filólogos, abogados o médicos perfectamente capaces de realizar esta labor en condiciones óptimas. Pero sí que me gustaría destacar que no todo el mundo que sepa dos idiomas sabe traducir. Por muy bilingüe que se sea. Porque traducir no es solamente pasar de una lengua a la otra, implica reformular, adaptar y reorganizar para que quede un texto meta igual de cuidado que el origen sin perder información. No creo que cualquiera pueda hacerlo.
La traducción literaria no tiene, ni de lejos, el reconocimiento profesional que creo que se merece (como cualquier otro oficio bien desempeñado, por supuesto), pero tampoco creo que se compense económicamente como se debería. La verdad es que no puedo hablar de primera mano de la remuneración real que reciben los traductores literarios porque nunca he llegado a traducir un libro ni estoy metida en el mundillo porque no es mi especialidad. Sin embargo, sí he tenido el placer de recibir varias ofertas irrisorias por una publicación que luego va a mover mucho dinero. Además, ¿quién no ha oído eso de «soy profesor porque de la traducción literaria no se puede vivir»? O eso de «he pagado una fortuna por esta traducción». Desde luego, en vista del pésimo resultado, te deberías haber gastado lo que realmente vale este servicio.
Entonces me pregunto: ¿por qué no acaba de conseguir el lugar que debería tener? ¿Es realmente tan importante o estoy haciendo una montaña de un grano de arena?