Tenemos que estar siempre dispuestos a reconocer que nos equivocamos muchas veces y que con frecuencia los demás tienen razón.
Debemos aceptar que somos demasiado subjetivos a la hora de evaluar hechos o personas y que muchas veces nos proyectamos en los otros y les atribuimos sentimientos, impulsos o pensamientos propios, que tenemos reprimidos porque nos parecen inaceptables.
Si no hacemos esta reflexión, de vez en cuando, corremos el peligro de engañarnos a nosotros mismos y de vivir creyéndonos mejores a los demás
Y esto es algo muy peligroso y triste.
Sumergirnos en esta falsa realidad nos puede llevar a realizar todas esas acciones que detestamos y encima no darnos cuenta de ello, y por lo tanto, no tener la posibilidad de rectificar.
Es aterrador encontrarse solo en un mar de razones, justificaciones, normas, para un día darse cuenta de que estábamos equivocados, que deberíamos haber escuchado a los demás, y que no tendríamos que haber tenido tanto miedo de conocernos de verdad.
Una forma de conseguir objetividad a la hora de juzgar las acciones o ideas de los demás nos la proporcionará nuestro silencio interior , el desapego de nuestra ‘importancia personal’ y la libertad interior que se consigue por la práctica del desapego de todas nuestras opiniones, pensamientos y conocimientos adquiridos.
Solo en esa libertad interior se puede expresar una verdadera idea.