Revista Opinión
Aquellos que pasamos por la educación obligatoria antes de ese invento llamado ESO, no tuvimos la suerte (o la desgracia, según se mire) de estudiar el área de Economía, por lo que todos los conceptos relacionados con tan críptica materia tenemos que decodificarlos a libre albedrío e interés cuando leemos la prensa o vemos la tele; para ser sinceros, sin mucho éxito hermenéutico por mi parte. Hace unos años, esta deficiencia pedagógica era un pecado perdonable; hoy, sin embargo, ametrallados por la profusión de numerosos titulares económicos que a diario intentan hacer comprensible al lector de intelecto medio la naturaleza, evolución, causas y recetas de solución de la crisis financiera, es un grave defecto de fondo estar desarmado de una educación básica que te permita desmadejar estos engorrosos análisis periodísticos. Debo confesar al paciente lector que me esfuerzo por hacer mis tareas de desencriptación. A menudo, cuando leo una noticia acerca de la crisis económica española o internacional, me veo obligado a tirar del diccionario o de la salvífica mediación de la Wikipedia. Aún así, la mayoría de las veces, ni siquiera con este refuerzo informativo logro abrir claros de luz dentro de esta penumbra semántica. No sé si a ustedes les sucede lo mismo que a mí; después de mucho intentarlo, acabo desistiendo, leo si acaso el titular (en ocasiones tan obtuso como el contenido que lo acompaña) o ni eso. Paso página, en busca de noticias que desemboten mi cerebro o estén a la altura de mi competencia educativa. He de serles franco: no entiendo las noticias económicas, y esta limitación cognitiva me lleva irremediablemente a considerarlas sin remisión como un género aburrido y de difícil digestión. Sinceramente, he aprendido a evitarlas sin sentirme culpable por tan flagrante ignorancia. Aún así -créanlo-, tengo mis recaídas y algún que otro día me da por meterle mano de nuevo a alguna noticia económica; por pura nostalgia, nunca por esperar obtener con ello ningún resultado medianamente satisfactorio.
Citaré algún que otro titular a día de 12 de julio. Ahí va uno: "Zapatero pide a los países «más poderosos» de la UE calmar a los mercados". Lo que más perplejidad me causa de este tipo de titulares son sus metáforas esotéricas. ¿Qué quiere decir eso de "calmar a los mercados"? ¿Cómo se calma a un mercado? Por cierto, ¿qué es un mercado? En fin, a mí que me lo expliquen. Fondos de rescate, sangría de las bolsas, bajadas de rating, primas de riesgo, miedo al contagio, presión sobre la deuda, asfixia de los mercados... Asfixiado se queda uno leyendo estos jeroglíficos mediáticos; como para encima hacer el esfuerzo por entenderlos. No es extraño que al acabar de leer la prensa te quedes tan perplejo o más de como estabas antes de abrir la primera página.
Esta ignorancia le viene de perlas a los gobernantes. De hecho, yo creo que los titulares se inventaron para no tener que leer las noticias. Lo breve, dos veces bueno, aunque sea malo. Lo importante en política no es enterarse de lo que nos quieren decir, sino del tono, la actitud, el sesgo emocional que contiene la noticia. En este sentido, es de vital importancia saber elegir con sabiduría los sustantivos y los verbos de un titular. Si leo en la prensa: "la presión sobre la deuda española se modera tras alcanzar máximos", aunque no entienda qué es y qué supone que la presión sobre la deuda de un país se modere, me queda claro que se trata de una buena noticia. Para llegar a este grado de comprensión lectora no he necesitado saber nada más que el significado popular de presión, deuda y moderar. Si debajo del titular se acompaña una foto que subraye el sentido y la intención del periodista, mejor que mejor. Si una imagen vale más que mil palabras, ¿por qué leer el contenido de la noticia? Los medios de comunicación, especialmente cuando emiten mensajes de carácter político, convierten las noticias en explícitos actos perlocutivos, cuando en un principio -exceptuando los artículos de opinión- deberían ser meras locuciones informativas, o por lo menos debieran dejar claro al lector su clara voluntad ilocutiva. No debería extrañarnos en nada el tópico bien merecido según el cual los medios de comunicación son meros folletines publicitarios para conversos. Se supone que estamos en una época de Ilustración universal; todos los ciudadanos tienen acceso a la información y a una educación básica digna. Sin embargo, da la sensación de que la ignorancia, la manipulación y una moral pública difusa siguen presidiendo el ágora nacional. ¿Tenemos opiniones o son ellas quienes nos tienen a nosotros?.
Ramón Besonías Román