Todo empieza el día que una anuncia que está embarazada. A partir del momento en que se pronuncian las palabras mágicas, consejeros y opinólogos empiezan el arduo trabajo de enseñarle a la futura madre los grandes tips de la historia de la reproducción humana.
- Aprovechá para ir al cine.
- Aprovechá para dormir.
- Aprovechá porque después se termina todo.
Ja je ji jo. Ju. Juro que estos fueron algunos de los que más escuché durante esos nueve meses. Acá tengo que absolver de culpa y cargo a familia y amigos, porque esos consejos no vinieron de mis seres más cercanos. Eran frases que me iba tirando la gente al pasar: en la cola del supermercado, en un taxi, en una reunión social, en un comercio. Me lo decían con ese tono enternecido que despierta en muchos la visión de una mujer embarazada, pero a mí no me sonaba cariñoso, sino más bien atemorizante. Por suerte tenía un piquete de hormonas en el cerebro, y a los dos minutos cualquier pensamiento se había desvanecido.
A medida que mi cuerpo seguía fabricando huesos y tejidos, los comentarios ya empezaron a tomar otro cariz más fuerte, ahora en dirección al parto. En una de las charlas del curso preparto- debo reconocer que fue muy muy bueno- una médica de esas rubias, jóvenes y muy superadas – madre de hijos prematuros- nos dijo algo crucial: “no le den bola a nada de lo que escuchen. Una mujer embarazada es algo muy movilizante y despierta muchos sentimientos a su alrededor. Cuando nazca el bebé, escuchen todavía menos: la gente se va a meter en todo. Y la que diga que su hijo no tuvo cólicos, miente o no se acuerda”.
Ja je ji jo ju.
Una vez que tuve a mi hermoso y rozagante pichoncito en brazos, descubrí que los opinólogos de embarazo eran un poroto, ingenuos y hasta respetuosos. Porque desde que soy mamá he conocido a los opinólogos de pedigree, los súper infomados, los que conocen el terreno en detalle y también saben dar su consejo de una manera tan sutil que hasta pueden llegar a decir, “ojo que no me quiero meter pero…”
- No hace frío para que ande con los pies descalzos?
- No pasa demasiado tiempo en brazos?
- Ya duerme toda la noche?
- Todavía toma pecho?
- Ya va al jardín?
- ¡¡¿¿Duerme con ustedes en la camaaa??!!!
Detrás de la pregunta viene el consejo. Y detrás del consejo, la teoría. Porque lo que estoy descubriendo en este viaje fascinante de la maternidad es que hay teorías para todo. Lo increíble es que, en general, la gente no se atreve a hablar con libertad de política, por ejemplo, por temor a herir suceptibilidades. ¿Por qué se mete con tanta liviandad en cosas que cualquiera sabe que generan escozor y que hacen a la filosofía de cada familia? Maternar. Dormir. Comer. Educar.
Ojo: yo no creo que las opiniones sean con mala leche. Al contrario, a veces lo que me parece dificil de encarar es que son dichas con muy buena voluntad. Pero en el fondo a mí me queda la sensación de que algunas de esas opiniones tratan a la madre como una propiedad social, como si fuera un objeto de la tribu a partir del cual se puede ejercer cierto control sobre ella. Y otras directamente la desautorizan, la tratan como si ella no supiera qué hacer. Y es cierto que a veces una no sabe qué hacer pero justamente en esos momentos es que se gatilla la sabiduría filogenética, la que nos llega por el linaje de las millones de madres que nos precedieron. Y las opiniones de terceros hacen ruido de interferencia.
Pocas son las personas que frente a los principales problemas que desvelan a unos padres primerizos son capaces de decir: a ver, ¿qué les dice su intuición? ¿Cuál es la estrategia desde la que podríamos afrontar esto en armonía con la manera de vivir y sentir y pensar de esta familia? ¿Suena loco? Puede ser, pero ¿qué madre no está un poco loca? En el sentido de que tiene temporalmente suspendida la razón y las antenas de su intuición rugiendo a toda máquina.
A mí me sorprendió mucho que en una de las primeras visitas al pediatra, el Doc me dijera: “acá la que más sabe de su hijo es usted. Si usted lo nota raro, me llama y me cuenta. Y no le haga caso a los que digan que tiene frío o está resfriado: todos los recién nacidos estornudan y regulan la temperatura por los pies. A las viejas consejeras, me las manda a mí”. Escuchar eso me abrió la cabeza, me empoderó. Y me ayudó a reírme de algunas opiniones. Incluso de los fundamentalismos: muchos de los que adhieren a determinada teoría creen que el resto del universo tiene que hacer lo mismo. Como si todas las familias y todos los niños fueran replicantes.
Los que realmente me sacan de quicio son una especie tremebunda: los que opinan sobre la crianza y no tienen hijos. Son los que sugieren: “¿No duerme toda la noche? Ah, porque no te leíste el Duermete Niño!!! Fulanita lo leyó y desde los tres meses el chico duerme de un tirón”. Para ellos ya tengo mi respuesta: cuando tengas ganas venite a casa y lo dormís vos, pero sin el “Duermete Niño” que, como dice una pediatra que conocí, es un método buenísimo para hacer dormir a un perro o a un gato.
Otra cosa que descubrí escuchando consejeros es que todas las épocas tienen sus modas: antes decían que los bebés tenían que dormir de costado, después boca abajo y ahora boca arriba. Estaban los que les decían que no a todo y después los que les dijeron a todo que sí.
Los chicos crecen y las modas pasan. Quedamos los padres.
Entonces, dice mi marido, elijamos lo que nos haga más felices y con lo que vivamos mejor. Y los opinólogos, que se profesionalicen y generen ingresos por sus opiniones en algún panel de tevé, ahora que está tan de moda. O como dice mi amiga Marcela, que hagan voluntariado de baby sitter.