Revista Viajes
Este nuevo día en Oporto iba a ser una jornada de lo más completa. Aún nos quedaban por conocer algunos de los monumentos más emblemáticos de esta ciudad bañada por el río Duero, y sobre todo deleitarnos con las vistas de la ciudad que ofrece la otra orilla del Duero, imágen de postal por excelencia de Oporto. Iniciamos nuestra andadura por los alrededores el hotel, bajando por calles empinadas hacia la orilla del río. Desde algunas esquinas podíamos ver la estampa de la majestuosa Catedral de Oporto, que parece presidir la ciudad desde su privilegiada atalaya. En un breve espacio de tiempo ya habíamos llegado a la Plaza del Infante D Henrique, verdadero centro neurálgico de esta parte baja de la ciudad. En ella llama poderosamente la atención el mercado Ferreira Borges, y no sólo por su llamativo color rojo, sino por las columnas y estructuras de hierro colado, y porque en su interior también es posible visitar exposiciones culturales. Al lado también se levanta otro edifico emblemático de Oporto, el Palacio da Bolsa, un enorme edificio de estilo neoclásico antigua sede de la bolsa de valores de Oporto, y ya desaparecida.
Una de las tres naves del mercado Ferreira Borges y una de las estrechas calles aledañas al río Duero
La estatua del Infante don Henrique, el navegante
Cruzando la calle llegábamos a la ribera del Río Duero. En ella se abre un largo paseo por muelles y rampas, salpicados con alguna pequeña plaza como la Plaza da Ribeira, perfecta para tomarse un vino de Oporto y broncearse al sol en alguna de sus terrazas. Después de haber estado el día anterior caminando entre estrechas calles, pequeñas plazas y cuestas y más cuestas, el pasear por el muelle de Muro dos Cobertos da Ribeira, con sus típicas y coloristas fachadas de colores orientadas al río fue como un balón de aire fresco.
En las estrechas calles que discurren paralelas a los muelles pudimos deleitarnos con pequeños comercios tradicionales, cada vez más difíciles de observar en otras ciudades europeas, en su mayoría con artículos artesanales, y algunos tan curiosos como un taller de maquetas de galeones, veleros y pesqueros. Un resumen a escala de la vieja potencia marítima que antaño fue Portugal.
El puente más conocido sin lugar a dudas es el Puente de Luis I. Construido por un discípulo de Gustave Eiffel, es objetivo de las cámaras fotográficas de todo aquel que visita la ciudad de Oporto. El puente, construido casi enteramente en hierro, tiene dos pisos con iguales calzadas que dan servicio a la parte alta de las colinas y a nivel más bajo, cercano al cauce del Río Duero.
Encantadoras y pequeñas capillas empotradas entre edificios de viviendas es una imagen bastante común
Espectaculares las vistas que nos ofreció la otra orilla del Rio Duero
Las antiguas barcas que transportaban los toneles de vino de las bodegas permanecen como parte de la historia pasada de Oporto, fondeadas cerca de las orillas del rio Duero, forman un perfecto paisaje de postal de esta encantadora ciudad declarada Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco.
Como todavía era pronto para comer, decidimos volver a la otra orilla del Duero para ir a visitar algunos rincones y edificios que obligatoriamente hay que conocer en toda visita a Oporto. La verdad es que se hace duro subir las numerosas cuestas por las estrechas aceras, pero las calles y los edificios están llenos de encanto, y sobre todas las cosas, de tipísmo. Grandes barriadas donde la vida se desarrolla pausadamente, muy muy tranquila, y que no han cambiado en décadas. Estos barrios quedan más al margen de la caótica circulación y atascos de coches de otras arterias de la ciudad.
Primera parada, la espectacular estación de tren de Sao Bento situada en pleno centro de Oporto, y en la que uno no puede sino que maravillarse al acceder al interior de la misma. Todas las paredes la forman mosaicos de azulejos azules y blancos en su mayoría, representando escenas del monarca Joao I en Oporto, y otras variopintas como la llegada del primer tren a Oporto o torneos medievales.
De cerca los detalles de las representaciones son majestuosos
Una segunda y obligada parada la Catedral y el Palacio Episcopal, situados ambos muy cerca de la estación de Sao Bento. Se alzan en lo alto de un cerro que ofrece unas magníficas vistas de la ciudad de Oporto. La Catedral construida en estilo románico tiene aspecto de fortaleza y es visible desde muchos puntos del casco antiguo de la ciudad.
Después de deleitarnos largamente con las fabulosas vistas que nos ofrecía los miradores situados junto al Palacio Episcopal, decidimos ir bajando poco a poco por las cuestas y escaleras que llevan a los muelles de la ribera del río. Esta parte del casco antiguo deOporto se encontraba muchísimo más cuidada que la zona donde estaba nuestro hotel, con edificios restaurados y aceras, barandillas y mobiliario urbano en perfecto estado, y coquetos y pequeños restaurantes en esquinas imposibles.
Animadísimas estaban las terrazas de Cais da Ribeira junto al puente Luis I
Llegada la hora de comer, cruzamos el Puente de Don Luis I, y elegimos una taberna tradicional con unas fabulosas vistas de la ciudad de Oporto. Tomamos una ensalada de pulpo a la brasa y dos preparaciones diferentes de bacalao. Todo estaba bueno, pero nada que fuera del otro mundo, aunque las raciones si eran más que generosas. Lo regamos todo con un vino de la ribera de Oporto, y así todo fue imposible terminar tal cantidad de comida.
Un bacalo al estilo tradicional...
...y para mi un bacalao a la marinera. Y... ¿Donde estaba el bacalao? Pues justo debajo de todo esto
Una vez superada la sobremesa, dimos un largo paseo por la rivera del río hasta los muelles donde atracan los cruceros fluviales que navegan por el Duero. No podíamos dejar de contemplar y fotografiar semejante belleza de ciudad, ya que pocas veces se tiene la oportunidad de ver un conjunto tan armonioso.
Son imágenes que se asemejan a una pintura realista
El mejor mirador de la ciudad sin duda, sobre todo en un soleado día de otoño.
Una vez que empezaba a caer la noche, volvimos a coger el coche para, esta vez, conducir por la carretera que discurre paralela al río Duero hasta su desembocadura en el Atlántico. Allí, junto a las playas orientadas al océano, y muy cerca del Fuerte de S Joao Baptista Da Foz y del Faro de san Miguel, está un restaurante que ya probamos cuando estuvimos en Lisboa y que nos apetecía mucho volver a probar, ya que tienen una sucursal abierta en Oporto. Era La Brasserie del Entrecotte, un curioso restaurante cuya carta es de lo más reducida que he visto nunca ya que, a parte de alguna entrada, sólo era posible pedir entrecot con patatas y un molho(salsa) muy especial, que es donde está al final la gracia del plato. Aunque tengo que decir que el restaurante de Lisboa, en el barrio de Chiado, era mucho más acogedor e íntimo.
Y eso es lo que dio de si la estancia en Oporto. Una vez que acabamos de cenar, fuimos a dar un pequeño paseo nocturno en los alrededores del Fuerte de San Francisco Xavier y las playas atlánticas ya que aquella noche tan cálida invitaba a ello. El problema fue que junto al fuerte hay una enorme glorieta, y que no se por qué extraño motivo, yo decidí tomarla por donde no era, con la mala fortuna de cruzarnos con un coche de la policía. Al encender las luces de la sirena, yo solo sabía pensar en la botella de vino que habíamos dado cuenta en la cena. Afortunadamente todo quedó en una advertencia por parte de los amables agentes. Por cierto que las villas y casas de veraneo de esta parte de Oporto son espectaculares, y caminar por el paseo marítimo frente al Atlántico fue muy agradable.