
Cola ante una oficina del INEM
La crisis, la puta crisis, ha dejado casi a cinco millones de personas sin trabajo. De esos cinco millones muchos, muchísimos, son compañeros de profesión, periodistas, que han visto como su puesto de trabajo se evapora, y con esto quiero decir que nadie los ha sustituido porque su labor ha dejado de hacerse.
Las preguntas me surgen de forma automática, ¿nadie ha echado de menos esa labor? ¿a nadie le importa que deje de cubrirse una información concreta de una forma personalizada? ¿será que los interesados reciben esa información desde otras fuentes? ¿será que la labor que hacían los despedidos era irrelevante? ¿será que las nuevas tecnologías han llenado esas lagunas en caso de que las hubiera? Por suerte o por desgracia no conozco la respuesta, pero sí se me ocurre que a los compañeros no les queda más alternativa que buscar soluciones.
Lo cierto es que con esto de la crisis hace tiempo que me encuentro, entre mis colegas de profesión (y supongo que podrá extrapolarse a otras), dos perfiles bien diferenciados. Por un lado están los despedidos que no hacen más que lamentarse de lo malita que está la cosa, de lo peor que se va a poner y poco más. Ponen currículum sí, mueven algunos hilos, también, y de resto esperan a que se produzca el milagro.
Por otro lado me encuentro a quienes han decidido aprovechar el despido como una oportunidad. Han abierto las barreras de todo tipo que se habían impuesto y se han dicho: voy a intentarlo por derroteros que ni imaginé, voy a dejar a un lado lo que siempre me ha sacado de un apuro porque como siga en la misma línea me arrollan y, si quiero seguir vinculado a esta profesión, voy a ponerme las pilas para poder ejercerla de una forma completamente distinta a como se hacía hasta ahora. Entre otras cosas porque no hay otra manera y tampoco hay marcha atrás.
