
Oposición describe muy bien el ambiente funcionarial, tal y como se lo puede imaginar alguien que se encuentra fuera del mismo. Los fichajes en nombre del compañero, los largos desayunos, las escapadas para fumar en la prohibida terraza del último piso y las intrigas entre funcionarios por los más variados asuntos, que suele ser el tema de conversación estrella entre ellos. A nadie se le ocurriría renunciar a su cómoda situación y aunque se describe a gente muy trabajadora e implicada en mejorar la existencia de los ciudadanos, también abundan los expertos en el arte del escaqueo y los que directamente no parecen contar con función alguna, como el jefe de negociado que llega todas las mañanas y se encierra en su despacho misteriosamente sin relacionarse con nadie. La novela cuenta con un tono kafkiano muy apropiado a los ambientes que se están describiendo y la protagonista critica íntimamente los complejos procedimientos administrativos que podrían resolverse por vías más sencillas.
Lo único malo de Oposición es que se trata de una novela cuyo asunto principal se estira demasiado, aunque su último tercio resulta interesante por la intriga de saber cuál va a ser el destino de la protagonista. Una protagonista a la que todos los que la rodean no paran de repetir que tiene mucha suerte de haber ido a parar a esas oficinas, que debe consolidar su futuro aprobando una oposición para poder llevar esa vida sosegada - y aburrida, piensa ella - hasta su jubilación, evitando la crueldad del mundo laboral de fuera. Lo que sucede es que Sara no es una persona que no sabe integrarse (salvo la amistad que consigue con una compañera informática) y tampoco le entusiasma la idea de pasar el resto de sus días con esa rutina, por lo que, sin tener mucha conciencia de ello, se dedica a autosabotearse. Es de agradecer que aparezca una novela que describe el mundo laboral desde el punto de vista de los afortunados, de quienes poco tienen que temer a despidos, impagos u horas extras no retribuidas.