La implosión de la IV República lanzó a los viejos partidos y sus derivados a los brazos de medios sanguijuelas. Ramos Allup lo denunció con altisonante impotencia. Cisneros, De Armas, Mata, Otero, Camero, Zuloaga, Mezerane, los llevaron de fracaso en fracaso: golpe de abril, sabotaje petrolero, plaza Altamira, guarimbas y 18 derrotas electorales. Cuando se zafaron de la mediocracia, se lanzaron sin disimulo a los brazos del imperio: EEUU y sus títeres (Macri, Temer, Almagro, Rajoy y la Unión Europea).
Desde que el comandante Chávez ganó su primera elección, en 1998, la derecha no ha podido caminar por sí sola. Si entre las dos fotos en Washington se teje una truncada ambición de poder, entre la llamada Coordinadora Democrática y la MUD se desdibuja, como en un espejo cóncavo, la mueca de alianzas contra natura, incestos políticos, “orgías ideológicas” -tal imagen la abortó un opositor en trance freudiano- y figuras de esperpentos que habrían asombrado a Valle Inclán. Hoy la Asamblea Nacional le gime a Trump que aplique a Venezuela la Carta de la OEA.
Ahora es Trump quien toma en sus brazos a la oposición, como a una nena regordeta y engreída que recuerda al bebé de Rosemary. Se la pasó Obama, después de mecerla en la cuna de su orden ejecutiva. Antes la amamantaron la señora Clinton, pésima perdedora, la Usaid, la NED y cuanta mampara y ONG se inventó la CIA para ayudar a tumbar gobiernos sin que parezca que EEUU los tumba: golpes blandos, revoluciones de colores o primaveras árabes que, en Venezuela, todas fueron probadas y todas derrotadas, Hugo Chávez y Nicolás Maduro mediante.
Entre dos fotos, se desdibuja la mustia historia de una oposición que no ha aprendido a andar sino de brazo en brazo y tenaza en tenaza.