Por Yohan González Duany
Entre el 6 y el 8 de marzo tuve la oportunidad de ser invitado al evento “Fe religiosa, institucionalidad nacional y modelos sociales” que, organizado por la revista Espacio Laical, nos invitó a pensar en los desafíos para la construcción de la sociedad a la que aspiramos y en la que concurrimos diferentes personas con gran variedad de ideas, algunas en ocasiones no coincidentes. Agradezco al equipo de la revista, en especial a Roberto Veiga y Leinier González (editor y viceditor respectivamente), por la oportunidad de haber sido invitado y agradezco la oportunidad de que varios jóvenes blogueros como yo fuéramos invitados y tuviéramos la oportunidad de ser escuchados.
Gran variedad de temas fueron tratados durante el evento, pero de entre ellos algunos valen la pena ser utilizados como caldo para el análisis al que se encaminará mi artículo.
Quiero dirigir mi análisis al polémico tema de la oposición en Cuba, creo que uno de los temas más tocados durante todo el desarrollo del evento. En múltiples ocasiones, tanto en debates con contemporáneos así como en otros espacios, algunos públicos otros privados (aunque nunca directamente en este blog), he expresado mi convicción y apoyo a la necesidad de la existencia de una voz “diferente” que rompa con el esquema de único pensamiento oficial en que se encuentra el sistema político cubano. Siempre he dicho que la existencia de una oposición en Cuba no solo permitirá el libre ejercicio del humano derecho a la libertad de asociación y de pensamiento sino que también ayudará a la construcción de un mejor país desde el concurso de una opinión diversa que pueda ayudar a que el gobierno en el poder, sea quien sea, pueda evitar sumirse en una dictadura de las mayorías sobre la minoría y construir un país donde se cumpla la máxima martiana de una “República con todos y para el bien de todos”.
Reconozco -y bien fue señalado durante algunas ponencias en el evento así como en los debates de los participantes- que el actual marco constitucional regente en el país poca o nula oportunidad brinda a la existencia de un pensamiento “no oficial” y que de cierta manera condena al limbo legal a aquellas organizaciones, movimientos e incluso partidos políticos que no compartan la visión oficial, en este caso comunista, que actualmente impera en el país. El camino hacia la construcción de ese país inclusivo debe llevar hacia la reforma constitucional y la creación de un marco para la participación real y autodidacta de nosotros los ciudadanos cubanos en la política cubana.
Concuerdo con la duda del profesor y jurista Julio Antonio Fernández acerca de si la construcción de ese marco deberá ser mediante una reforma total o de una reforma parcial de nuestra Ley de leyes; no obstante, lo que si es cierto que tanto la constitución de 1976 como sus reformas de 1992 y de 2002 piden a gritos una revisión. Todo ejercicio de reforma constitucional deberá realizarme mediante la convocatoria a una Asamblea Constituyente en la que se vean representados todos los sectores, tanto oficiales como opositores así como el sector de la sociedad civil, en un marco de respeto, civismo y verdadera democracia popular. Coincido con algunos de los planteamientos acerca de que para construir ese proceso podríamos mirar algunos ejemplos de la nueva oleada de constitucionalismo latinoamericano.
La revista Espacio Laical en su suplemento digital No.2451 de febrero de 2014 divulgó dos trabajos, de autoría de los intelectuales Roberto Veiga y Leinier González, acerca del término de “oposición leal”. Sus análisis, con los cuales coincido mayoritariamente, levantaron una interesante y rica polémica que vino acompañada de los artículos de los también intelectuales Haroldo Dilla2, Armando Chaguaceda3 y Rafael Rojas4, cada uno desde su propia y bien diferente forma de pensar.
Gran parte de las discusiones se derivaron acerca de lo controversial del adjetivo “leal” por encima del sustantivo “oposición” que, como bien lo expresó Dilla, “la esencia radica en lo primero y los matices en lo segundo”2. Sobre esto, Veiga, en su artículo, describió el término de oposición leal como:
“…una oposición leal estaría llamada a desempeñar su papel político interno de una manera particular, fresca, patriota. Su interés no podría ser exclusivamente el poder, aunque le interese el mismo, sino el servicio a toda la nación, incluso a quienes posean dicho poder. No debe considerarse, sobre todo, como enemiga de quienes desempeñan el gobierno, sino como un complemento de estos, pues juntos están llamados a compartir el país y a construirlo mancomunadamente. El gobierno, por su parte, debería aceptar que esa oposición no es enemiga del Estado porque no lo es del país. Por el contrario estaría constituida por cubanos que difieren del punto de vista oficial, pero ponen a Cuba y el interés público por encima de cualquier otra consideración”1
A lo contrario de quienes han divergido con la idea defendida por González, considero que es sano apelar a una oposición que, lejos de tener lealtad con X ideología, base su lealtad hacia el imperio de las leyes y la soberanía y autodeterminación nacional. Pienso que es cierto que la palabra “lealtad” encierra, etimológicamente, una interpretación bien variada y coincido que bien podría ser erróneamente asumido como una oposición que asuma roles colaboracionistas y hasta de validación al servicio del poder oficial. Es por ello que creo que sería mucho más sano y hasta conciliador apostar por interpretar el concepto de Leinier en el llamado a una oposición netamente cubana. El llamado a la “Cubanidad”, que debe repercutir en un respeto ciego hacia la autoridad de los cubanos y de sus instituciones –siempre que estas sean completamente democráticas y participativas-, deberá no solo quedar restringido hacia la oposición sino también al gobierno, definiendo reglas claras que no permitan la sumisión ni la dependencia a intereses extranjeros, sean de donde sean.
Soy consciente de que lograr para lograr la existencia de ese marco de “Cubanidad” y de completa y autónoma participación política debemos apelar a la reconciliación mutua entre cada uno de los bandos de la esfera política cubana, dentro y fuera del territorio nacional. Aunque existen varios modelos, como el español, el argentino o el chileno, creo que el modelo hacia la reconciliación de la nación cubana debe apelar a dos frentes: el primero, el perdón entre hermanos que como bien expresó Leinier González y que parte de la raíz cristiano-católica (la cual suscribo): “el otro” no debe ser visto como un enemigo que debe ser aniquilado, sino solo como un adversario con el cual resulta legítimo tener tensiones y discrepancias, y con el cual existe el imperativo de tejer consensos, siempre y cuando sea posible1; la segunda, la creación de una Comisión de la Verdad, que tome como ejemplos los casos de Argentina o Uruguay y más recientemente el caso brasileño, y que apueste a la satisfacción de los pedidos de justicia y verdad que de uno y otro lado se suceden y se han acumulado durante años.
Dicha oposición “cubana” o “de la Cubanidad” deberá despojarse del colaboracionismo y hasta defensa férrea a la existencia de mecanismo ilegales y violatorios del Derecho Internacional como la Ley Helms-Burton y el Bloqueo (Embargo) que los Estados Unidos ejercen sobre Cuba y que ha sido reiteradamente condenado por la gran mayoría de los países miembros de la ONU. Considero como valeros los conceptos esgrimidos por el destacado politólogo cubano-americano Arturo López-Levy quien en varias ocasiones, incluido durante el evento de Espacio Laical, ha defendido la tesis de no apostar ni cooperar por fórmulas neoplattistas como es el caso de la política injusta e inhumana que los Estados Unidos ejercen sobre Cuba. Como bien lo definió López-Levy, el empeño de lograr cambios económico-políticos en Cuba no debe hacerse mediante medidas coercitivas, pues, recordando aquel histórico suceso en que congresistas norteamericanos se acercaron al entonces constituyente y patriota cubano Salvador Cisneros Betancourt en referencia a la injerencista Enmienda Platt (y que regularmente gusta de citar López-Levy), para que quiten el bloqueo (embargo) no se debe conceder o negociar nada, o como bien dijera Cisneros Betancourt, Nothing!5
No se trata para nada de poner precondiciones para el diálogo entre uno y otro bando, pero si es sano que, a la par de que el Gobierno y el poder político actualmente en el poder debe apostar por un mayor y amplio margen democrático y participativo, la oposición, en especial sus líderes, deben dejar de esquivar el asunto del bloqueo o embargo y apostar por una completa defensa del derecho de los cubanos a decidir, desde la democracia y la participación total y limpia, los destinos y rumbos de la Nave Cuba6, como bien lo definiera Monseñor Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal, y a quien gran mayoría de los presentes tuvimos presente en cada uno de los instantes de debate alrededor del evento “Fe religiosa, institucionalidad nacional y modelos sociales”.
Sirvan las jornadas acontecidas como ejemplo y guía hacia la construcción de un nuevo marco de disenso y debate franco y democrático de ideas y que sirva para crear las necesarias bases para el perdón, la reconciliación y el reencuentro de la nación cubana.
1 Suplemento Digital No. 245. Revista Espacio Laical. http://espaciolaical.org/contens/esp/sd_245.pdf
2 Dilla, Haroldo: “¿Oposición leal a Cuba?” http://espaciolaical.org/contens/publicacion/libro4/1_oposicion_leal_en_cuba.pdf
3 Chaguaceda, Armando: “Cuba: los candados de la lealtad” http://espaciolaical.org/contens/publicacion/libro4/2_cuba_candados_de_lealtad.pdf
4Rojas, Rafael: “¿Cómo se construye una oposición leal en Cuba?” http://espaciolaical.org/contens/publicacion/libro4/3_construye_oposicion_leal_cuba.pdf
5 “Cuba: independencia, economía mixta, República democrática y Estado de bienestar”. Entrevista a Arturo López-Levy. Revista Espacio Laical. No.1 (2013) p.17
6 Monseñor Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal. Versión corregida (2013) del prólogo para el libro de autoría múltiple “Cuba Hoy. ¿Perspectiva de cambio?” http://espaciolaical.org/contens/esp/sd_244.pdf