“¡Oh padre nuestro, que estás en los cielos, aunque no circunscrito a ellos, sino por el mayor amor que arriba sientes hacia los primeros efectos! Alabados sean tu nombre y tu poder por las criaturas, así como se deben dar gracias a las dulces emanaciones de tu bondad. Venga a nos la paz de tu reino, a la que no podemos llegar por nosotros mismos, a pesar de toda nuestra inteligencia, si ella no se dirige hacia nosotros. Así como los ángeles te sacrifican su voluntad entonando Hosanna, deben sacrificarte la suya los hombres. Danos hoy el pan cotidiano, sin el cual retrocede por este áspero desierto aquel que más se afana por avanzar. Y así como nosotros perdonamos a cada cual el mal que nos ha hecho padecer, perdónanos tú benigno, sin mirar a nuestros méritos. No pongas a prueba nuestra virtud, que tan fácilmente se abate, contra el antiguo adversario, sino líbranos de él, que la instiga de tantos modos. No hacemos, ¡Oh Señor amado!, esta última súplica por nosotros, pues ya no tenemos necesidad de ella, sino por los que tras de nosotros quedan.
De esta suerte, pidiendo por ellas y para nosotros un feliz viaje, iban aquellas almas soportando su carga, semejante a la que a veces cree uno llevar cuando sueña. Desigualmente cargadas y desfallecidas caminaban alrededor del primer círculo, a fin de purificarse de las vanidades del mundo.
- ¡Ah! Que la justicia y la piedad os alivien pronto de vuestro peso, de modo que podáis desplegar las alas y elevaros según vuestro deseo; mostradnos por qué lado se va más pronto hacia la escala; y si hay más de un camino, enseñadnos cuál es el menos pendiente, pues este que viene conmigo es muy tardo en subir, a causa de la carne de Adán de que va revestido”.
Dante Alighieri. “La Divina Comedia“. Purgatorio. Canto XI.