Revista Cultura y Ocio

Ordesa, de Manuel Vilas

Publicado el 26 febrero 2018 por Covadonga Mendoza @Cova_Mendoza

Ordesa, de Manuel Vilas

Ordesa
Manuel Vilas
392 páginas
Editorial Alfaguara

Argumento:

El autor rememora la figura de su padre (y la de otros miembros de su familia) y hace reflexiones sobre la familia y la muerte.

Otra nueva muestra de la moda de la "autoficción" y de la nostalgia. La excusa de la muerte del padre del autor sirve a este para realizar todo tipo de reflexiones sobre el paso del tiempo y sus estragos. Paralelamente, se realizan diversos flashbacks, a veces en torno a fotografías (que se reproducen en el libro) contando la vida de sus padres, su infancia, diferentes vivencias, recuperando una parte de la memoria histórica española, con la cual mucha gente de su generación puede sentirse identificada. Supongo que con eso juegan estas historias "nostálgicas", aunque a mí me cansa un poco tanta mirada al pasado.

La prosa tiene momentos de brillantez, pero a mí no me compensa el aburrimiento del continuo lamento del autor, y las vueltas que da en torno a su duelo y a los pensamientos derrotistas, autodestructivos y negativos que este le provoca. En realidad, no diría que se trata de una novela. No tiene una trama definida. Es más bien una especie de escrito catártico donde el autor vuelca su sufrimiento y su nihilismo ante el hecho inevitable de la muerte, el paso del tiempo que todo lo destruye y la propia fragilidad de los lazos familiares (incluso con sus hijos, a los que ama pero que se portan de modo indiferente con él, como parte de la "ley de vida" del crecimiento y la conquista de la autonomía personal).

Dado el carácter un tanto caótico del libro, en él tienen cabida cosas tan diversas como los pensamientos del duelo anteriormente mencionados y anécdotas extrañas como la asistencia del autor a un evento con los reyes de España, y las reflexiones que esto le suscita, o su abandono de la docencia. El tono es gris, o más bien negro, como cabe esperar de un relato sobre la desaparición de los padres y otros miembros de su familia, de todo un mundo, en suma, el mundo idealizado de la infancia.

En cierto modo, este libro me recuerda al primer tomo de "Mi Lucha" de Karl Ove Knausgard, que también es una autoficción que toma como punto de partida la muerte del padre para enhebrar anécdotas y vivencias del pasado con otras del presente, y diversas reflexiones sobre la muerte, sin embargo, y no sé explicar muy bien la razón, la obra del noruego, aun siendo mucho más larga, me resultó más entretenida.

En algunas críticas dicen que esta historia de Manuel Vilas es una "obra maestra". Para mí no, aunque no niego que tiene algún párrafo de alta calidad. Eso sí, el estilo no es de mis favoritos, con ese abuso de las repeticiones retóricas y poéticas, que en su justa medida puede ser bonito, pero la mayor parte de las veces cansa, agota incluso.

En resumen, un libro de autoficción y catarsis, una cura para el autor, respetable y quizás necesaria, donde saca lo más negro de su alma, bien escrito, pero algo caótico y quizás repetitivo, con una temática que no me atrae. He tardado un montón en terminarlo porque me daba pereza ponerme a leer. Eso no quiere decir que no pueda gustar a otras personas.

Algunos fragmentos

Madrid es bonito.
Madrid lo ha sido todo en este país, aquí está todo. Mi padre vino varias veces a Madrid. Todos los españoles de las provincias fueron alguna vez a Madrid. En eso, Madrid fue cruel. La gente de las provincias se asustaba de que Madrid fuera tan grande.
Mide el tiempo que dura el saludo a los reyes de España. Lo mide con su cronómetro. Son seis segundos y noventa y dos centésimas de segundo. Ese el el tiempo concedido a cada invitado.
Sin embargo, me trajo una bata. Me ragaló una bata. Cuando llevé la bata al piso me eché a llorar. No la había comprado él, naturalmente;la había comprado mi madre. En aquella bata azul marino, de algodón, recia para el invierno, estaba contenida toda la ternura de mi madre. Esa bata era el símbolo del arraigo. Y sin embargo, tenía que depositar esa bata en una habitación extranjera, en un lugar hostil.
La mesa en la que escribo está llena de polvo, al ser de cristal el polvo consigue su reflejo, su imagen bajo la luz. Es como si las cosas se casaran con el polvo de esta casa. Hay polvo en los bordes dorados de la tostadora, allí el polvo también se hace visible. Hay sitios en los que el polvo no puede impedir su visibilidad; allí es donde puedes acabar con él: destruirlo, borrarlo de la faz de mi casa. No me siento capaz ni instruido para limpiar todo ese polvo, y eso me desespera y me conduce a pensamientos neuróticos sobre la miseria. Hay polvo hasta en el radiador toallero del cuarto de baño, y se fusionan calor y polvo, como en un matrimonio de conveniencia, como en aquellos matrimonios de los reyes del siglo xvi que fundaron la civilización occidental.
Por otra parte, los hechos terribles son decisivos a la hora de que nuestra vida pueda ser contada, narrada. Sin hechos terribles, o simplemente hechos, acciones, que pase algo, nuestra vida no tiene historia ni trama, y no existe.

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