Estos días ha caído en mis manos un libro de esos que a uno le gustaría guardar siempre en la memoria tras haberlo leído. Se trata de Cómo vivir con veinticuatro horas al día, del autor británico Arnold Bennett y que los de la editorial Melusina tradujeron en 2010 a nuestro idioma. Del autor uno puede citar elogios como los siguientes, que vendrán más que de sobra para entender su talla: admirado por Herbert George Wells y por Joseph Conrad e incluido en la selecta nómina de autores de la Biblioteca personal de Borges. No hay más que decir, supongo. Vayamos al libro.
Cómo vivir con veinticuatro horas al día
detalle de la portada
El libro, en contra de lo que el título pudiera indicar, no es en absoluto un manual de autoayuda. De hecho, los doce capitulitos que componen la obra vienen precedidos en esta edición de un artículo titulado Apuntes sobre el éxito en el cual se desmoronan todas las teorías acerca de cómo éste puede conseguirse mediante tal o cual estrategia previamente calculada y definida sobre la mesa de operaciones. Y todo el parlamento en contra de una supuesta fórmula fácil del éxito viene aderezado con una ironía «−entusiasmo tranquilo− que dice también Borges» que da gusto leer:
«La mayoría de quienes opinan sobre el éxito tienen un corazón tan inequívocamente bueno que terminan escribiendo cosas perversamente falsas».Así, Bennett va describiendo un círculo que termina por englobar verdades tan elementales como que el éxito muchas veces depende de la suerte y no tanto de una esforzada voluntad optimista que generalmente ayuda a generar un desengaño mayor en cada caída o intento fallido.
A partir de ese momento Bennett va desgranando en su texto la idea de que el éxito es alcanzable por cada individuo cuando éste dispone su tiempo organizadamente y con el objetivo primordial de dedicar un tiempo diario al cultivo de la mente, al pensamiento y a la reflexión. En ese sentido, la mayor tarea de la vida sigue subyaciendo en el conócete a ti mismo socrático.
No se trata de que, además de la ya de por sí cansina y agotadora jornada laboral añadamos más leña al fuego sumando tediosas horas de sesudo análisis literario o filosófico. Es cierto que esto es deseable y de gran ayuda, pero para llegar allí antes uno ha de saber no derrochar el tiempo con la excusa de que no tiene tiempo. ¿No nos ha pasado alguna vez que precisamente las personas más ocupadas, atareadas y diligentes son aquellas a las que uno puede confiarles una tarea más mientras que los que se duermen en los laureles siempre dicen no tener tiempo? Bennett desenmascara esta excusa en cada uno de los capítulos del libro... y de paso nos saca los colores. Leer esta obra supone ir reconociendo cómo dejamos que el tiempo, más valioso que cualquier cosa, se nos escurra entre los dedos. Al menos mi negligencia así me obliga a aceptarlo. Si alguno duda aún de la eficacia de las consignas de Bennett, dejo, para acabar, este párrafo tan lúcido. Decidme que no posee toda la fuerza de la razón:
«Nunca tendremos más tiempo. Tenemos, siempre hemos tenido, todo el tiempo que hay. La intuición de esta profunda y poco conocida verdad (cuyo descubrimiento, por cierto, no me atribuyo) me ha llevado a emprender un minucioso examen de los dispendios diarios de tiempo».