Indudablemente un elevadísimo porcentaje de entidades sociales surgieron en su momento de la iniciativa de un grupo de personas con problemas o inquietudes similares que se organizaron constituyendo un organismo con personalidad jurídica propia, es decir una asociación o una fundación (excluyendo las fundaciones de iniciativa publica o empresarial). En los primeros tiempos de puesta en marcha de la entidad la fuerza y el empuje de este grupo de personas es esencial, pero con el incremento de actividades y el necesario crecimiento orgánico de la misma llega un momento en que se hace necesaria la incorporación de profesionales.
Y así llegamos al nudo de la cuestión: las relaciones entre los órganos de gobierno y los equipos gestores, no siempre óptimas y a veces tormentosas.
Son numerosos los casos en que la parte directiva y la parte ejecutiva mantienen opiones diferentes, y no solamente opiniones sino lo que es más peligroso, diferentes visiones. Si bien las relaciones entre el equipo directivo y el equipo ejecutivo están en buena parte determinadas por el tipo de organización y el modelo organizativo, existen tres principios que contribuyen significativamente a construir una buena relación: la confianza, el conocimiento y el reconocimiento mutuos. El órgano de gobierno deposita su confianza en el equipo ejecutivo en tanto que le delega el desarrollo de las líneas estratégicas definidas y el funcionamiento operativo de la organización. A su vez, el equipo ejecutivo fomenta esta confianza rindiéndole cuentas de sus actuaciones al órgano de gobierno.
La distinción de roles es fundamental para garantizar una buena relación entre el órgano de gobierno y los profesionales. El órgano de gobierno debe asumir el liderazgo de la estrategia organizativa, y el equipo ejecutivo el del funcionamiento operativo. En definitiva, es necesario clarificar los roles y avanzar hacia un liderazgo compartido, basado en un compromiso colectivo hacia el cumplimiento de la misión de la organización.