Cada vez que me asomo al azul de tu mirada,
cada vez que me hablas de tus sueños y fantasías,
cada vez que miro como te aplicas con la caligrafía o las divisiones,
cada vez que te cascabelea una risa en la boca,
cada vez que te alegras por los demás,
cada vez que aciertas o te equivocas,
y veo como vas creciendo y empieza a esculpirse el hombre que serás.
Cada vez, todas y cada una de ellas,
recuerdo el día que naciste, lo que te pensaste salir y lo feliz que me sentí.
Me convertiste en lo mejor que soy: tu padre.
Dos años después, volví a sentir lo mismo, con mi otro lucero.
Y desde entonces hasta ahora, no pasa un día, ni uno sólo,
que no me que me sienta orgulloso de mis peques y dichoso de tenerlos.