Es posible que haya tratado a personas que considera de mentalidad cerrada o arrogantes; personas que realmente no te escuchan porque no creen que haya nada que puedas decirles que no sepan ya; personas que se niegan a considerar nuevas formas de ver las cosas porque están convencidas que la suya es la manera correcta de pensar; personas a las que se les pone delante la verdad y la rechazan porque no están dispuestas a aceptar la posibilidad de que exista alguna realidad, algún principio ahí fuera del que ni siquiera sean conscientes. ¿Cómo afecta esa actitud rebosante de ego a su capacidad para relacionarse con esas personas? ¿Cómo afecta a su manera de percibir la credibilidad de esas personas? ¿Cómo afecta a su disposición para ampliar la confianza?
La apertura es crucial para la integridad. Exige tanto humildad como valor: humildad para reconocer que hay otros principios de los que tal vez uno no sea consciente y valor para adoptarlos una vez que se descubren. Durante toda la historia, la mayor parte de los cambios de paradigma en la ciencia se han producido por cambios en el pensamiento tradicional, unos cambios que exigieron esta humildad y este valor.
Jim Collins comenta en su estudio sobre las empresas que sobresalen: “nos sorprendimos; más bien, nos quedamos impactados al descubrir el tipo de liderazgo necesario para transformar una buena compañía en una excelente. En comparación con los líderes destacados, con personalidades arrolladoras que copan los titulares de la prensa y se convierten en famosos, los líderes que pasan de buenos a excelentes parecen de Marte. Estos líderes, modestos, tranquilos, reservados, incluso tímidos, constituyen una mezcla paradójica de humildad personal y voluntad profesional”
Así pues, ¿cómo se manifiesta la humildad en el liderazgo y en la vida? A una persona humilde le preocupa más qué es lo correcto que tener razón, obrar aplicando buenas ideas que tener las ideas, adoptar una nueva verdad que defender posiciones anticuadas, construir el equipo que ensalzarse a sí mismo, reconocer las aportaciones de otros que lograr el reconocimiento por ello.
Ser humilde no implica ser débil, reticente o modesto. Significa reconocer el principio y colocarlo por delante de uno mismo. Implica defender con firmeza el principio, incluso ante la oposición. Las personas humildes saben negociar con intensidad; saben regatear; saben expresarse con firmeza y claridad en situaciones intensas en relaciones personales estrechas. Pero no caen en arrogancia, bravatas o juegos de poder ganar/perder.
Las personas humildes también se dan perfecta cuenta de que no están solas, sino que se apoyan en quienes las han precedido, que sólo avanzan con ayuda de otras personas. Como señalan de inmediato Alcohólicos Anónimos y otros programas de recuperación, la base para enfrentamos a los retos más difíciles que plantea la vida es la sabiduría y la humildad para aceptar el hecho de que hay algunas cosas que, sencillamente, no podemos hacer sin ayuda exterior.
Lo contrario de la humildad es la arrogancia y el orgullo. Es poner el ego como lo primero, por encima de los principios y por encima de los demás.
“El Factor Confianza”, Stephen Covey Jr.
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