Al igual que el fáustico personaje de Kane (Ciudadano Kane, 1941) revelara su condición humana por mediación de un objeto de su infancia -quién no recuerda la bola de nieve, quebrándose sobre el suelo-, el personaje de Fischer (Cillian Murphy) realiza a lo largo del metraje de Origen (Christopher Nolan, 2010) su particular camino de redención, viajando a través de su subconsciente y encontrando también en la sencilla pero evocadora materia de un juguete infantil -en este caso un molino de viento- la única ligazón que le conecta con su yo auténtico, ajeno a las exigentes cargas superyoicas de un padre que nunca le mostró cariño. Igualmente, el personaje de Cobb (Di Caprio) bajará también, sin quererlo, a los infiernos de su psique, recreando un trauma que intenta a toda costa olvidar a base de reproducir el sueño imposible de una vida eterna al lado de su mujer, muerta años atrás. Ambos personajes viven instalados una vida irreal que les protege contra el dolor y los remordimientos. Uno, condenado a reproducir el proyecto megalómano de su apático ancestro; el otro, huyendo a través del placebo que le ofrece un paraíso ideado por su mente. Pero ambos realizarán un viaje psicoanalítico, adornado para nuestros ojos de misión odiseica, que les ofrecerá la oportunidad de sanar sus heridas.
El camino de redención se vertebra, a lo largo de la película, en diferentes capas descendentes, a modo de sustratos de la psique de los personajes. Cuanto más bajan, más presiones encuentran, que intentarán frenar la revelación de la verdad y así su posible curación. La mujer de Cobb intenta retenerlo para sí en un limbo ficticio, aparentemente deseable. Sólo el personaje de Ariadne (Ellen Page) -en la mitología griega, Ariadna significa la más pura y es aquella que ayuda a Teseo a salir del laberinto- actuará de conciencia de Cobb, recordándole en el momento preciso qué es o no real.
Pese a la ingeniosa representación de los sueños que elabora Nolan, Origen es una película que posee una lectura clásica de la naturaleza humana. Si en Shutter Island (Martin Scorsese, 2010), el personaje de Teddy Daniels, interpretado también por DiCaprio, prefería seguir instalado en su particular universo creativo como salvavidas emocional, el experto en extracción de sueños, Dom Cobb, se sumergirá en su propio universo onírico a modo de una particular terapia redentora. Los héroes clásicos -los de la cultura griega, para entendernos- lo son porque en un momento determinado se enfrentan a lo que hasta ahora habían creído un destino inevitable. Son héroes porque se resisten a ser absorbidos por su tragedia. Pero para conseguir destruir esta fatalidad deben, sin vuelta atrás, enfrentarse a su pasado, volver a reconstruir su trauma, no para regodearse en él, sino para aceptarlo como parte de su existencia. Sólo entonces vencerán el bucle al que les condena su desgracia. Los héroes escasean porque pocos se atreven a realizar ese tortuoso viaje hacia uno mismo. Es más cómodo inventar edenes imposibles, drogas de la imaginación con las que adormecer nuestra conciencia. Así, Cobb vive en un eterno presente que le permitía tener siempre para sí a su mujer y calmar los remordimientos que le produjo su muerte. Y Fischer reproduce con mimetismo la voluntad de su padre despótico, calmando la triste sensación de no ser querido. Hace lo que se espera de él, creyendo con ello ganarse el aprecio de su progenitor. Nolan nos regala su particular visión del héroe, recreando con precisión el fantástico universo onírico que alimenta sus deseos y frustraciones. Esto hace que con facilidad pueda interpretarse que Origen es una película que se agota bajo su propia etiqueta de género de ciencia ficción. La pregunta que uno se hace al terminar la película es si el espectador podrá olvidarse por un instante de esos fuegos de artificio y fijarse en la historia humana que se esconde tras ellos. Lo mejor es experimentarlo por uno mismo. Después me cuentan.
Origen (Inception)
Christopher Nolan, 2010
Estreno en cines: 6 de agostoRamón Besonías Román