Me resulta tentador, especialmente ahora que estoy inmerso en el caos trófico que matiza las fiestas de fin de año, volver a visitar el tema de las ideas que siguen una trayectoria caótica. La búsqueda de la causa germinal de este estropicio no cesa.
Imagínese que, en un proceso asociativo, una idea cualquiera llamada α lo lleva a otra idea cualquiera llamada β y que esta, a su vez, lo lleva a la idea llamada γ y así, una tras otra, usted llega hasta la idea llamada ω. No me refiero a la idea ω como a una metáfora de la idea cúlmine, sino como a una idea arbitraria dentro del camino que propone el ocio creador.
Imagínese también que, después de estar algún tiempo de pie frente en esa vaga idea llamada ω, usted empieza a preguntarse: ¿Cómo llegué hasta aquí? o, si prefiere, alguna otra pregunta parecida que lo motive a desandar el camino asociativo que lo lleve de regreso hasta la idea original α.
El camino de regreso no es un ejercicio de memoria, sino un proceso disociativo más parecido a desandar la idea deshaciéndola, que al de recoger las migas de pan de Hansel y Gretel. Pese a todo, sea como sea, si en su mente hay un camino de ida y vuelta entre las ideas α y ω o, mejor aún, si en su mente hay un camino de ida y vuelta entre dos ideas cualesquiera, entonces, tal vez sea posible considerar que se puede partir desde una pálida idea llamada ζ para producir una brillante idea llamada φ.
¿Se imagina? En el camino de ida, usted aprendería, por ejemplo, que «… Si se sienta debajo de un manzano y ve caer una manzana tendrá la idea de la ley de gravedad». En el camino de regreso, usted desaprendería que «… si no piensa en las cuentas de la luz, entonces no tendrá insomnio».
Apenas uno empieza a jugar con las cadenas asociativas, aparecen hipótesis de conflicto que hacen que todo se parezca más a una experiencia surrealista que a una idea absurda, como el hecho de que una bella idea μ pueda dar lugar a una mala idea τ, o que las ideas de un camino estén en diferentes planos de conciencia. En el primer caso, deshacer la idea τ resultaría disuasivo, pues obligaría a deshacer la bella idea germinal. ¿Quién quiere deshacerse de una bella idea? En el segundo caso, en cambio, la dificultad en deshacer la idea τ está en comprender la procedencia de μ, pues ella podría estar en el plano onírico o en algún lugar remoto del subconsciente o del inconsciente. ¿Quién es capaz de entender los sueños estando en la realidad?
«… Una idea tiene el potencial de replicarse como un cáncer, en nuestras inquietas y soñadoras mentes […]»
Christopher Nolan
Si el camino de deconstrucción es posible, entonces cambiar una idea germinal podría tener algún provecho, pero ¿qué se necesita para poder desandar las ideas? Ya se ha dicho algo sobre el laberinto de la mente y sobre las estrategias para recorrer laberintos. Además de un laberinto y de una estrategia, también haría falta algo de neurociencia para poder entrar a los diversos planos de conciencia en los que se encuentran las diferentes ideas, y también haría falta, hacefaltaría, un poco de química para controlar la profundidad e intensidad de nuestros sueños… Eso parece suficiente. Resumiendo, para cambiar una idea germinal se necesita un caminante, un laberinto, una estrategia, un arquitecto del laberinto y un anestesista.
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El laberinto, el caminante y el arquitecto...
En marcha. De una idea a otra idea y de un sueño a otro sueño, cada vez más profundo y hasta lo más arcano y elemental, como un viaje al corazón del demiurgo. «…Tú creas el mundo del sueño, tú llevas al sujeto a ese sueño y él lo llena con sus secretos […]».
Una vez allí ¿qué idea germinal llamada α cambiaria usted? Una vez aquí, de regreso, al despertar, ya sin la vaga y poco decorosa idea llamada ω, ¿sería capaz de cantar junto a Édith Piaf algunos versos de non, je ne regrette rien…?