Oro líquido.
Donación de leche materna.
La primera vez que te coloqué sobre mi pecho.
Tú, diminuto, azul, caliente y pegajoso.
Mío.
La primera vez que sostenía a un bebe sobre mis brazos.
Y sosteniéndote creí que el mundo era perfecto, redondo y luminoso.
Y con tu luz pasamos tres noches y la última mi pecho eclosionó y se llenó del blanco néctar con el que alimentarte.
Aunque tu no sabías cómo. Yo tampoco.
No fue hasta la mañana, cuando deshidratado, inmóvil, frágil e indefenso te alejaron de mi.
Y me dejaron destrozada e incompleta.
Apenas un par de horas hasta que te devolvieron a mi lado, largas, aciagas, la soledad más dura que pude experimentar jamás.
Te devolvieron en tu urna de cristal, desprovista de calor y humanidad, atado por los cables que te daban vida.
Enchufado, oscurecido.
A mi lado aunque sólo pudiera verte, mirarte, soñarte...
Y sentir el cruel desgarro de no poder abrazarte, sostenerte, amamantarte.
Mis pechos gritaban buscando tu boca, diminuta, iletrada para alimentarse.
Calor, dolor, y las primeras gotas cayendo libres mojando mi ropa, clamando tu nombre.
Mezcladas las lágrimas y la leche.
Igual de austeras ambas, aunque dignas, irreprochables.
Sin moverme de tu lado, contando tus respiraciones, observando tus manos, tu diminuto cuerpo...
Amanecí, y oscurecí, y amanecí y...
A través del cristal, con una mano violentando tu espacio aséptico, para con un biberón proveerte de alimento.
Y mientras tu te aferrabas a la vida, yo me obstinaba en volverte a tener entre mis brazos y alimentarte con mi pecho.
Un día y otro día y otro día, hasta que perdí la cuenta.
Y mientras tanto, adicta a un sacaleches con el que exprimía hasta la última gota de mi humanidad, con la esperanza de que mi sacrificio fuese el pago de tu cura.
Y me dolías, y arañaba los segundos en los que con mis manos dentro de los ojos de buey de tu incubadora te tocaban.
Y alargaba las caricias al cambiarte el pañal, enorme para tu diminuto cuerpo.
Mientras me dolía su peso, y me desesperaba sabiendo la desesperanza de tus gramos perdidos en aquellos pañales.
Y te acariciaba manteniéndome a tu lado, de pie, hasta que el dolor y el cansancio me podían y me sentaba y apoyada la frente contra el cristal, y lloraba.
Lloraba por todo lo que no había conocido.
Por un futuro soñado que no era ese presente.
Lloraba por sentir que no había hecho bien mi trabajo, que la simbiosis de tu cuerpo y mi cuerpo habían terminado violentamente.
Mi cuerpo te había rechazado, tu cuerpo se había desprendido.
Antes de tiempo, parando el tic tac de nuestro incompleto reloj.
Mi pecho me recordaba con la cadencia sabia de la naturaleza tu necesidad de alimento cíclicamente, y cíclicamente me conectaba de nuevo a mi máquina para guardar el valioso líquido.
Oro líquido.
Para qué? Me preguntaban las enfermeras.
No sabía contestar, pero todos los días protegía mis bolsas llenas de calostro y a buen recaudo las enviaba para ser conservadas en nuestro congelador.
Como si la sola idea de perder la leche significase perderte a ti.
Nadie se atrevió a ofrecerme las pastillas para cortarme la lactancia.
Tal vez vieran mi desesperación por mantener algo en lo que no creía, porque pese a todo, pese al empeño, al sacrificio, había decidido que por tu bien no te amamantaría.
Y en mi decisión me mantuve firme, silenciosa, hasta el día en que dieron permiso para abrazarte libremente.
Puedes sacarlo y darle de mamar. Yo no quería, no podía.
Y fue una enfermera la que me regaló su tiempo y su charla, y por la que derramé las pocas lágrimas que aún me quedaban e intenté de nuevo alimentarte, con un pecho que solo conocía máquina, con una boca que no conocía mas que biberones.
Con un alma insegura y destrozada, que tardaría en perdonarse y en creer de nuevo en su naturaleza.
Aún puedo sentir el dolor de escucharte llorar, de hambre, de soledad, cuando te pinchaban y como mi pecho al oírte crecía y pugnaba por hacerme correr a abrazarte, por defenderte de ese dolor.
Y explotaba en un río de diminutas gotas, que empapaban todo a su paso.
Mi pecho lloraba al escucharte llorar, aún lo hace.
No hay nada más inmoral que el llanto de un niño, nada más violento, obsceno, doloroso, que el llanto de tu bebé.
No hay nada mas iracundo e indecente que no poder consolarlo.
Me sentí llorando lo perdido, sin haberlo llegado a encontrar.
Y fue mi pecho, tu alimento el que me dió fuerzas y esperanza.
La historia termina bien.
Volvimos a casa, y durante meses seguí incoherentemente coleccionando bolsas de leche.
Sin sentido, sin lógica.
Un tesoro bajo cero, con las distintas tonalidades que da un inicio de lactancia, desde el anaranjado calostro, hasta la mas pura leche blanca perfecta.
Mi colección termino en las mejores manos, cuando la coherencia volvió a mi, y el miedo se esfumó, fue mi regalo a la calurosa bienvenida que me hicieron en el banco de leche de Mallorca.
Litros y litros de leche en pequeñas bolsas, transportadas con cariño y mimo en dos neveras y un coche frigorífico desde mi pueblo a la ciudad, por un ángel, vestido con bermudas y una sonrisa gigantesca .
Y continué durante los meses que me permitieron, donando, al ritmo impuesto por mi conciencia preciosos botes transparentes conteniendo el más puro oro líquido.
Aún hoy me siento orgullosa de saber que mi esfuerzo sirvió para alimentar o otros bebes, prematuros y enfermos, y henchida de orgullo me siento y siento como hijos míos, de leche, cuando alguien me habla de un prematuro de aquel año.
Y es que mis bolsas iban plenas de leche, y de amor, y de calor, y de los abrazos y besos que aquella urna de cristal nos robó.
Pues fue allí que descubrí que los besos y los abrazos que no se dan se quedan encallados y llenan de soledad el alma, que la única cura es dejarlos ir, compartirlos con el mundo...
En el año 2010 doné bolsas llenas de litros y litros de amor congelado.
Si eres madre reciente o conoces alguna cuéntale que es posible, que hay un lugar donde te enseñan a guardarlo en botes.
Si quieres donar vida busca Tu banco de leche y descubre que la maternidad es generosidad y que ese sencillo gesto puede salvar la vida a un bebe. La donación de leche materna salva vidas. -