Que el chico de los recados y después dependiente de una tienda de ropa de La Coruña hasta los 36 años haya alcanzado la tercera fortuna del mundo a los 76 debería provocar admiración, pero quien lea en periódicos españoles los comentarios a esa información sobre Amancio Ortega descubrirá que en este país domina la mezquindad.
Donde no hay un afán de emulación de los mejores y se desprecia una historia de talento y esfuerzo sólo habitará la mediocridad y las miserias mental, social y económica.
Los comentarios en los medios de izquierdas sobre la noticia de que quien creó a los 36 años con su primera mujer lo que hoy es Inditex son insultantes, lo que es lógico en las mentes drogadas por la lucha de clases.
En la prensa de derechas, incluyendo la que era industriosa Cataluña, que debería alabar los éxitos del productor de riqueza, abundan también los malévolos comentarios de la envidia, eterno mal español.
Las apostillas en la prensa estadounidense sobre este empresario y sus dos antecesores, el mexicano Carlos Slim, y especialmente Bill Gates, de Microsoft, muestran admiración por su capacidad y esfuerzo.
Y aplauden que cambien el mundo con sus innovaciones técnicas y comerciales: por eso EE.UU. es un país vanguardista y poderoso.
Si no existiera Inditex con sus distintas marcas, en La Coruña y en sus centros de producción y distribución, también en el tercer mundo, se carecería de una fuente de vida para cientos de miles de familias, con trabajadores pagados según la responsabilidad individual en el entramado general.
Pobre España, condenada a la mezquindad por tantos ciudadanos envidiosos, inútiles, resentidos e igualitaristas, por odiar a quienes les dan de comer.
Pobre España, que padece un mal tan feo, miserable y maloliente.
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