Ricardo. Diario El Mundo
HAY IMÁGENES QUE nunca desearías ver. Fotos que duelen, se te quedan clavadas en la retina y te taladran el alma. Ocurrió en 2015 con la del niño sirio Aylanen las costas de Turquía y ha vuelto a pasar ahora en la cruel frontera de México y Estados Unidos.
En las turbias aguas del río Bravo, donde tan espantosamente fueron a morir los dos miembros de esta familia salvadoreña: el padre, Óscar Alberto Martínez Ramírez, de 25 años, y su pequeña Valeria, de casi dos. Habían llegado a la ciudad de Matamoros (Estado de Tamaulipas) junto a la madre, Tania Vanessa Ávalos, a quien se logró rescatar, para pedir asilo político en Estados Unidos.
Pero junto al impacto por una imagen tan espeluznante, lo que en verdad reflejan esos dos cuerpos flotando boca abajo –más allá de cualquier fácil maniqueísmo–, es el drama de la crisis migratoria centroamericana, que empeora día a día, y el fracaso de las políticas que se están aplicando.Hoy hablamos de esto, es cierto, porque se ha viralizado y ha sido portada en muchos medios aunque, como bien saben los defensores de los derechos de los inmigrantes, sucesos de este tipo, con muertes por ahogamiento o deshidratación, por no citar las dificultades y abusos, se están registrando de forma frecuente.Lo más fácil es criminalizar la migración en esa frontera, como en otras, y mirar luego hacia otro lado, como si fuera algo que no va con nosotros. En el último año fiscal –hasta septiembre de 2018–, 283 inmigrantes indocumentados fallecieron en esa ‘necrofrontera’ de Texas, según datos oficiales.Horas antes de conocerse el caso que nos ocupa, las autoridades también informaron del descubrimiento del cuerpo sin vida de una mujer y tres menores, dos bebes y un niño, guatemaltecos, cerca del río Grande. Fallecieron deshidratados y no fueron noticia.La cuestión ahora es cuántos más padres y niños, como Óscar y Valeria, deben morir para ablandar el corazón de las autoridades. La situación es grave y requiere medidas urgentes, no solo por parte de Estados Unidos, sino también, y de forma coordinada, con los países de origen y tránsito.Es fácil imaginar que las personas que huyen no lo hacen por puro placer: escapan de la violencia extrema, la falta de protección de sus gobiernos y de la profunda desigualdad y la discriminación. Y son los más valientes porque están dispuestos a arriesgar su vida y la de los suyos en busca de la seguridad y la dignidad que merecen.Ninguna frontera, ningún muro, por muy alto o afilado que sea, ni siquiera soldados armados, podrán frenar nunca el ansia de libertad y progreso de aquellos que escapan. Ni en Texas, ni en Lampedusa, ni en Ceuta o en Melilla, ni en ninguna otra parte del mundo.Pasará mucho tiempo antes de que podamos olvidar la foto del cadáver de la pequeña Valeria cubierta por la camiseta de su padre y con un brazo sobre su cuello. La imagen más trágica de la migración centroamericana, mientras las autoridades fracasan estrepitosamente ante un desafío migratorio que no va a parar de crecer.Los cuerpos de Óscar y Valeria regresarán esta semana aEl Salvador sin haber podido cumplir el sueño americano. Una pesadilla para los más desfavorecidos, con demasiada frecuencia. Personas como ellas deberían tener una segunda oportunidad sobre la tierra.