En lo literario, Union Atlantic es un río tranquilo, de esos que ni aun crecido se llevaría a nadie por delante. Discurre temperado y sinuoso, ni ofende ni sorpende, con el agua justa. Y fin. Y punto. Y lo que viene después es el océano del olvido literario. Si acaso, por sacar algo, la novela de Haslett rezuma un tufo algo maniqueo, que acaba por irritar: de un lado están los inmorales que juegan a ser Dios con el dinero de los demás, a los que todo importa un huevo, y que acaban saliéndose de rositas; del otro están las buenas y honradas gentes, mártires de su propio y recto obrar, a quienes un injusto demiurgo parece castigar por su osada sed de justicia. Y en el meollo de todo, el dinero que todo lo pudre. El poder. Sin grises ni matices ni dobleces. ¡Quién pudiese toparse en la vida real con seres tan monolíticos! La de tiempo que ibamos a ahorrar en colas.
Por eso entiendo que la publicación de Union Atlantic es esencialmente coyuntural. Si tanto venden los libros de no ficción sobre la crisis, ¿venderá también una novela? No pongo en duda que en Estados Unidos un libro como el de Haslett puede y debe funcionar, pero me pregunto hasta qué punto es exportable a una latitud e idiosincrasia como las nuestras, acostumbrados como estamos ya a desayunarnos la tostada mañanera untadísima del palabro de moda desde que la democracia es democracia —qué chiste—: y esa palabra no es otra que "corrupción". Qué puede decirnos que no sepamos ya sobre banqueros ladrones, políticos comprables, empresarios mafiosos, precisamente a nosotros, españolitos de a pie, que terminamos inmunizándonos del sistemático saqueo de nuestro bolsillo y nuestra dignidad cuando optamos por asimilar a estos nuevos bandoleros trajeados de la única forma que excluía la ejecución pública: convertirlos en una pieza más del circo mediático, transformarlos en los bufones de nuestra diaria opereta de desheredados.
Porque al españolito de a pie no le importa que le roben una y dos y mil veces si a cambio adquiere la prerrogativa del quejarse eternamente. Tener excusa siempre, un día sí y el otro también, para cagarse en dios y en vuestros muertos y romper de tanto en cuando, de huelga en huelga, un par de escaparates... Eso, no tiene precio.