Las zonas de frontera, por ser zonas de contacto entre países con realidades diferenciadas, son zonas propicias a que la historia produzca otras realidades particulares que sorprendan a propios y extraños. Casos como el de Moresnet-Neutral (ver Moresnet, un pequeño país de apátridas.) o el del puente fronterizo más corto del mundo (ver El Marco, la aldea partida por el puente fronterizo más corto del mundo) o bien el de la cuerda del Peñón de Vélez (ver Peñón de Vélez: el patético y absurdo récord de la frontera más corta del mundo ), son habituales en todas las fronteras del mundo aunque no por ello dejan de sorprendernos. Tal es el caso que ocurre en la frontera de Polonia con Alemania, donde el pequeño pueblo de Osinów Dolny, con tan solo 190 habitantes tiene el sobrenombre de " Pueblo de los Peluqueros" por tener casi tres cuartas partes de sus vecinos dedicados a la peluquería, para delicia de sus vecinos alemanes que atraviesan la frontera en masa para arreglarse la pelambrera a precios de saldo. El dato, sin duda le resultará asombroso, aunque tal vez no deberíamos quedarnos sólo con la anécdota ya que, detrás de ésta curiosidad, se esconde una trágica historia humana. Historia humana que habla no de una, sino de dos brutales e inmisericordes limpiezas étnicas.
Uno de los mayores filósofos que ha dado la humanidad (y, a su vez, uno de los menos comprendidos por los estudiantes de todas las épocas, todo sea dicho) ha sido Immanuel Kant. Este filósofo alemán nació en Königsberg (Prusia) en 1724 y en esta ciudad pasó toda su vida hasta que murió en 1804, sin embargo, si miramos en la actualidad, dicha ciudad se llama Kaliningrado y pertenece a Rusia. ¿Qué ha pasado para que una ciudad de cultura alemana durante siglos, de golpe y porrazo no tenga nada que ver con Alemania y esté en manos rusas? Retrocedamos un poco en la historia...
Las inmensas llanuras de Europa central, desde siempre, han sido un campo de batalla ideal para todos los ejércitos y culturas que han pasado por ellas. Los alemanes eran unos de ellos, y desde la Edad Media se extendieron por la orilla sur del Mar Báltico hasta lo que hoy es Lituania, creando lo que se dio a llamar el reino de Prusia. Reino integrado dentro del Imperio Alemán (y conocidos por sus cascos militares acabados en pincho) hasta la I Guerra Mundial, en que la derrota alemana en 1918 hizo que el territorio de Prusia se dividiera en dos proporcionando una salida al mar a Polonia.
Años después y una vez estallada la Segunda Guerra Mundial, Hitler, obsesionado con la unificación bajo la bandera nazi de todos los territorios donde habían pobladores de cultura germánica, inició en 1941 la Operación Barbarroja, en que, avanzando hacia el este, ocupó Polonia, Ucrania y Rusia, hasta llegar a las puertas de Moscú, causando grandes bajas en los ejércitos soviéticos. No obstante, la ofensiva alemana chocó de bruces con el invierno y con la tenacidad de los rusos lo que permitió que en 1944, el Ejército Rojo empezase la reconquista. Una reconquista que, personalizada en las poblaciones alemanas autóctonas, se cobraría con creces las brutalidades que el ejército nazi había infligido a las comunidades autóctonas no alemanas que se había ido encontrando por el camino.
Los nazis, ante el avance imparable de los soviéticos, recularon hacia territorio alemán, huyendo con ellos toda la población civil germánica que había por el camino, habida cuenta que, ante los rumores que llegaban de las barbaridades cometidas por el Ejército Rojo en las tierras reocupadas, el futuro que les esperaba era cualquier cosa menos plácido y halagüeño.
De este modo, cuando Alemania se rindió en 1945, los Aliados y -sobre todo- la URSS decidieron reordenar las fronteras existentes entre Berlín y Moscú en función de los intereses estratégicos soviéticos, haciendo pagar los platos rotos a Alemania y a las comunidades germánicas autóctonas de países tales como Hungría, Rumanía, Checoslovaquia o Polonia.
Polonia, justamente, al encontrarse entre Alemania y la Unión Soviética padeció un desplazamiento de sus fronteras hacia el norte y hacia el oeste. Ello significó que 170.000 km2 (como 2 veces Portugal) de territorio polaco a limítrofes con la URSS fuesen anexionados por los rusos, mientras que, en compensación, se le dieron 110.000 km2 de territorios alemanes (prusianos) rayanos con Polonia.
Así las cosas, con el beneplácito de los Aliados y con el fin de homogeneizar étnicamente toda Europa Central y Oriental (los siglos de ocupaciones y colonizaciones habían creado un potaje de culturas que era un peligro continuo de conflictos) toda la población autóctona de origen polaco que vivía en los nuevos territorios pertenecientes a la URSS fue expulsada hacia Polonia, a la vez que el gobierno polaco hacía lo propio en los terrenos anteriormente alemanes con los pobladores de origen germánico que llevaban siglos en aquellas tierras.
Alemania, de este modo, en aplicación de la Conferencia de Postdam (julio 1945) perdía todos los territorios que, pertenecientes a Prusia desde hacía siglos, tenía desde el río Oder (linea Oder-Neisse) hasta las repúblicas bálticas en beneficio de Polonia y la URSS, pero no solo eso, sino que toda la población de cultura alemana que aún los ocupaba fue expulsada y reinstalada como se pudo en los límites de la Alemania actual. Ello significó el desplazamiento de más de 7 millones de alemanes durante la posguerra, de estos territorios que, en buena parte, fueron recolonizados por casi 2 millones de polacos que habían sido expulsados a su vez de los territorios polacos reasignados a la Unión Soviética.
De este modo, la peluquera Osinów Dolny, aún siendo antes de la guerra de profundas raíces alemanas, en la actualidad es una población única y exclusivamente polaca. Una población que, fruto del periodo soviético, que afectó a las economías de todos los países que quedaron tras el Telón de Acero (ver Rumanía o cuando la austeridad extrema destruyó un país), mantiene un nivel de vida mucho más bajo que sus reunificados vecinos alemanes, lo que les permite tener unos precios muy asequibles. Precios asequibles que, a su vez, son una atracción de riqueza para la zona y que hacen que, deslumbrados por un estilismo barato, dos pueblos se hayan olvidado de la infinita tragedia humana que significó padecer en sus carnes una guerra mundial y dos limpiezas étnicas.