Hacía muchos años, más bien décadas, que buscaba este momento y por fin se ha hecho realidad. Ver un oso en libertad parecía un imposible.
Lo busqué desde joven por todos los rincones, descubriendo huellas, encames, excrementos y por supuesto, siempre que había un individuo que se dejaba caer por algún pueblo de la cordillera cantábrica allí estaba yo para darme contra un muro invisible. Cuando llegaba ya se había ido.
Pero esta vez la suerte estuvo a mi favor y pude ver una escena que nunca podré olvidar: Dos osos se refrescaban en un arroyo de montaña en una mañana que empezaba a calentar.
Mientras se entretenían jugando, iban comiendo plantas acuáticas y hierba fresca. Me parecía estar disfrutando de un documental de la BBC en Alaska pero lo estaba viendo con mis propios ojos y en España.
Los más de 500 metros que nos separaban de ellos era una distancia perfecta para no molestar pero si para disfrutar de una de las escenas más impresionantes que he visto en mi vida.