Hay algunos días de monte que son difíciles de olvidar y el martes pasado fue uno de esos. Hacía más de un año que Héctor Ruiz había contactado conmigo para comentarme unas cosas sobre unas ranas que había fotografiado cerca de Ubiña. Desde entonces seguimos en contacto para hablar de anfibios y de los sitios que conocíamos donde criaban los sapos parteros y los sapos corredores, pero también sobre el monte o sobre la Biología, y sobre los tumbos y trompazos que nos damos los que nos dedicamos a esto. Lo cierto es que a Héctor ya lo conocía desde hacía más tiempo por su blog, Zona Osera, unos de los mejores blogs que he visitado, con unos textos y unas fotografías que ya desearían muchos fotografos profesionales para ellos.
El caso es que este pasado martes quedé con él y con su padre para dar una vuelta por el monte, sin nada previsto, aunque si la suerte acompañaba quizas pudieramos ver a uno de los gatos monteses que ellos conocen casi como si los hubieran criado en casa, los distinguen por su cara, por las marcas de sus orejas y por el color de su pelo.
Buscamos por los prados por donde solían verlos pero esta vez no quisieron aparecer. Aquí no hay un guión escrito, y nada se puede asegurar cuando hablamos de animales salvajes. Los animales no fichan, por mucho que algunos burócratas y políticos se empeñen en hacernos creer mientras meten en jaulas y cercados a osos, lobos y urogallos para que los turistas sólo tengan que asomarse a la ventanilla del coche a "disfrutar de la Naturaleza".
Pero cuando íbamos a mirar unos prados cercanos paramos a un lado de la carretera donde había unos coches aparcados. Había unas cuantas personas mirando por el telescopio hacia un canchal a mas de 800 metros de distancia, y al mirar hacia allí los vimos, eran una osa y sus dos esbardos, que comían traquilamente los frutos de unos escuernacabras.
Héctor y su padre ya los habían visto unos días atrás en esa zona, pero lo que menos me imaginaba era que ese día los vería yo también. Puedes pasarte años pateando el monte y nunca ver un oso cantábrico, y yo que el año pasado había conseguido al fin ver a uno fugazmente durante un par de segundos, estaba en ese momento viendo a una osa y sus crías, sin rejas ni cercados.
En estos meses los osos tienen que comer abundantemente para aumentar las reservas de grasa con las que se mantendrán durante la hibernación. A los frutos de los escuernacabras les seguirán los arándanos y más tarde las avellanas. Este primer invierno los esbardos hibernarán con su madre en la misma osera, pero para el año que viene, cuando ya hayan crecido lo suficiente se independizarán.
Durante su primer año la madre defenderá a sus hijos de los posibles depredadores, y tendrá que estar especialmente atenta a los machos de su propia especie, que pueden llegar a ser sus peores enemigos, ya que llegan a matarlos con el fin de que su madre entre en celo, en un claro ejemplo de infanticidio sexual.
A pesar de la distancia a la que estaban los osos, que hacía completamente imposible que con mi equipo pudiera sacarles una imagen decente, quiso la casualidad que en ese mismo sitio estuviera mi amigo José Antonio, que parece oler a estos animales desde cientos de kilometros de distancia, y que me dejara su teleobjetivo durante unos minutos para que pudiera hacer las fotos que veis en este post.
Después de observar a los osos durante media hora, y también a varios rebecos y una corza que se encontraban por los alrededores, seguimos el camino a ver si algún gato se dejaba ver, pero parecía que ese no era su día.
Ya era de noche cuando me despedí de Héctor y de su padre en lo que sin duda fue uno de esos días que no se olvidan. Da gusto salir al campo con gente así, que se conocen cada rincón, cada piedra y cada árbol, y que a pesar de todo siguen disfrutando como el primer día de todo lo que encuentran, da lo mismo que sea un oso, que una víbora o un sapillo pintojo.