Estoy en el aereopuerto Internacional de Darwin (la Australia norteña) y me han perdido las maletas, este golpe no llevaba por equipaje de manos nada más que una riñonera y me encuentro que tengo que esperar una semana para que, o bien declaren mis maletas en ¡Búsqueda y captura!, o bien me den un cheque para comprarme un taparrabos y un boomerang y poder alimentarme en estas tierras.
¡Que no cunda el pánico!, veamos… ¿Qué se ha salvado de la hecatombe de tantas horas de trayecto mediodormida en el avión?… Pues como no quería perder nada de lo imprescindible y quería viajar con mi propio champú, ¡Todo, absolutamente todo lo guardé en la maleta!, así que solo llevo lo que metí en mi riñonera y en brazos, una cazadora con piel de borreguito porque me han dicho que por las noches hace mucho frío en Darwin, espero que esté bien reconstruída después de pasar por ella en 1974, el ciclón Tracy.
Llevo mis vaqueros (los puestos), mi camiseta de algodón blanca (ya sudada), mis gafas de sol graduadas (adiós a las lentillas, cualquiera se arriesga pasar el líquido por los controles, ¡Pero si me han tirado el champú porque era azul!), en el bolsillo de atrás del vaquero, sí, habéis acertado, con alas que amortiguan más las caídas. He cambiado las zapatillas de deporte por mis botas de montar de caña baja… y la pequeña y fea riñonera, de dónde no hago nada más que entrar y sacar el pasaporte cada vez que me cruzo con un uniforme. También llevo unos dólares con la cabeza de Obama, digo de un señor con barbas y una tarjeta de crédito que, si a mí no me da mucha garantía, ya veremos la que da a los demás, mi móvil sin cobertura, un candado abierto pero sin llaves, un bolígrafo imborrable, un mondadientes usado, un silbato para perros unido a un colgante, la cámara pequeña de fotos, y… la alegría de visitar Australia que me tiene dando saltos con la riñonera arriba y abajo cual bolsa Macropus.
Nada más salir del aeropuerto en el coche alquilado, he parado en un puesto con pinta aborigen, bueno, no tenía muchas posibilidades de encontrarme uno así de sopetón porque... de los 20 millones de habitantes australianos (aquí en Darwin solo 200.000 censados) ni medio millón es aborigen, un mísero 2%, pero me topé con el primero que me vendió un boomerang, lo he pasado por la trabilla de mis vaqueros y me siento como pistolero por el oeste, contoneando mis caderas al ritmo de John Wayne, y le he pagado con el móvil, y para seguir en la onda, me he colgado del cuello el silbato para perros.
Voy a resumiros, una semana después de andar con el coche arriba y abajo y lanzando el boomerang y comiendo de lo que cazo al salto, he encontrado el lugar donde debo poner el candado, ¡Oh, sí! lo habéis acertado, en la puerta de la casa de Cocodrilo Dundee... ha sido mío nada más ver en mi boca el mondadientes usado...
Vale, mi teléfono parece que ya sí tiene cobertura... y mi cámara de fotos funciona.
El silbato para perros me vino muy bien para ahuyentar a los Dingos, porque en el norte australiano es una especie protegida y si atropellas uno... Y creeréis que el rotulador imborrable sería para hacerme las típicas tarjetitas de viaje, que en este caso deberían haber sido naranjas, ¿Verdad?... Pues no, ¡Está claro!, para pintar dibujos aborígenes en mi boomerang... ¡Qué vacaciones más salvajes porque aún no han aparecido las maletas!P.D.: "De una Hecatombe con mayúsculas es posible que no pueda salvarse nada, pero ¿Qué hay de las hecatombes diarias?"P.D.2ª: "¡Si Darwin levantara la cabeza!"{¡B U E N A_____S U E R T E!}
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