Al ver a Arnaldo Otegui en televisión como un gran hombre, tratado con falsa dureza, disimulada cordialidad de coleguilla, hay que imaginar la escena en la que le gritaba a otro terrorista de ETA “¡Remátalo, remátalo!” al ver que había herido pero no acabado con la vida del diputado centrista Gabriel Cisneros en una calle de Madrid en 1979.
(En castellano o español en el que se escribe esta crónica es Otegui, y no Otegi, como aparece ahora hasta en Google, porque si fuera así se pronunciaría Oteji)
Este falso pacifista tiene a sus 58 años la responsabilidad de muchos muertos y miles de personas doloridas que saben que él y otros parecidos eran los que le señalaban a los verdugos a quién había que matar; pero en Atresmedia apareció como un nuevo Ghandi.
La mayoría del último Salvados, programa del más incisivo manipulador del periodismo de coleguillas actual, Jordi Évole, mostró positivamente la figura de quien dice entender el dolor de los cercanos a los muertos provocados “por el conflicto”, no admite que asesinados.
Y no se arrepiente de haber sido uno de sus mayores inductores, luego está orgulloso de haber firmado sin papeles, sólo con palabras, innumerables penas de muerte. "Mátese".
Postura que apoyan fuerzas llamadas “progresistas”, compadres ideológicos como Podemos, que afirma que Otegui fue un “preso político” que “trajo la paz”, cuando ETA dejó de asesinar gracias a la policía y la guardia civil.
Del casi millar de eliminados por ETA hay 300 de los que nunca se habla: se desconoce quiénes fueron sus verdugos, que quieren ser Salvados hasta del recuerdo incómodo con apoyo de los programas de La Sexta.
Los terroristas tienen buena prensa, últimamente incluso los yihadistas. Aquí, y en otras democracias sumisas. crecientemente sumisas.
Es el pensamiento blando, siempre unido al antisemitismo, que culpa a las víctimas porque “algo habrán hecho”, esperando obtener la compasión de los terroristas para librarse de sus atentados.
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SALAS