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El nuevo monarca consolidó su poder frente a los señores feudales castigando duramente a los nobles por faltas menores y apoyándose en la Iglesia Católica –nombrando familiares en las altas jerarquías eclesiásticas-. También perdonó a su hermano Heinrich, que se rebeló contra él en dos oportunidades, y lo nombró Duque de Baviera.
En política interior y exterior se propuso consolidar el reino. Continuó la lucha iniciada por su padre para contener las invasiones normandas, y lanzó campañas contra eslavos y magiares, combinando la guerra con la evangelización. Los pueblos eslavos occidentales aceptaron la Iglesia Católica Romana, mientras que los de Rusia y los Balcanes eran devotos de la Iglesia Ortodoxa. Esto evitó la unidad de los pueblos eslavos contra los germanos. Otón comenzó a planificar entonces la creación de un gran Imperio que incluyera a Roma. La excusa para intervenir en Italia llegaría pronto.
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Otón I y el sueño de un nuevo Imperio Romano
En el 950 había muerto el rey italiano Lotario II, descendiente de Carlomagno, y el déspota marqués Berengario II de Ivrea se autoproclamó sucesor. La viuda del difunto, la reina Adelaida -de solo 19 años-, fue encarcelada y sometida a malos tratos. Según los relatos, el usurpador al trono intentó casarla con uno de sus hijos para conferirle legitimidad a su gobierno, a lo que la reina se opuso. Cuando esto llegó a conocimiento de Otón, vio que era la posibilidad para aumentar sus dominios y ordenó la invasión a Italia. Para esto se apropió del Ejército que pertenecía a su hijo Liudolf, lo que más tarde traería problemas.
Mientras esto sucedía, Adelaida había conseguido escapar de prisión. Las tropas sajones ingresaron a Pavía –capital del reino- en 951 en medio de la aclamación popular y Berengario se rindió sin combatir, sometiéndose como vasallo del vencedor. Otón envió una embajada a pedir la mano de Adelaida, y ésta aceptó. Con la boda celebrada en Pavía se consolidó la unión de ambos reinos. Siguiendo la tradición carolingia se hizo nombrar “rey de los francos y los lombardos”. Los sueños imperiales se estaban consolidando.
Pero en 953 debió enfrentar la rebelión de su hijo Liudolf, quién acusaba a su padre de haberse apropiado de su ejército –base de su poder- y de que el nuevo matrimonio del rey amenazaba sus derechos sucesorios. Contó con el apoyo de su cuñado Konrad “el rojo” de Franconia, y de jinetes magiares que invadieron Germania asolando aldeas. La rebelión fue aplastada con apoyo del Duque de Baviera y en 955 derrotaron a los magiares en el Río Lech, poniendo fin a su amenaza. Tras esto, Otón fue aclamado como “Padre de la Patria y Emperador”.
Mientras esto sucedía al norte de los Alpes, en la península itálica Berengario aprovechó la confusión para rebelarse nuevamente. El Papa Juan XII solicitó la ayuda de Otón, que estuvo dispuesto a prestarla apenas se lo permitió la situación en Germania. Cuando las tropas sajonas entraron en Italia, Berengario se retiró nuevamente sin combatir. Pero esta vez, Otón no se detuvo en el norte italiano sino que marchó hacia Roma. El 2 de febrero de 962, Otón y Adelaida eran embestidos en la Basílica de San Pedro con los títulos de Emperador y Emperatriz del Sacro Imperio Romano-Germánico. El nombre “Sacro” enfatiza la unión con la Iglesia, como más tarde serían los “Reyes Católicos”.
Desde Bizancio llegaron las protestas del emperador romano de Oriente que consideraba que “a un bárbaro sajón” no podría atribuírsele tal título. Para forzar su reconocimiento, Otón I invadió posesiones bizantinas al sur de Italia y propuso un acuerdo: la boda de su hijo Otón –nacido de Adelaida- con una princesa bizantina. El emperador bizantino se opuso, pero unos años después el acuerdo se concretó: la princesa Teófana Skleraina contrajo matrimonio con el futuro Otón II. Otón I logró lo que ni Carlomagno había conseguido: emparentar “un bárbaro” con la familia real bizantina. Así el Sacro Imperio Romano-Germánico y el Imperio Romano de Oriente podían permanecer en paz.
Mientras tanto, en Italia, el Papa Juan XII comenzó a arrepentirse de haber proclamado emperador a Otón, ya que ahora sus libertades se veían limitadas, y urdió una rebelión junto con Berengario. Otón invadió la Ciudad Eterna poniendo fin a esta amenaza: Berengario fue detenido y enviado a un monasterio germánico donde moriría, y el Papa fue destituido por un concilio formado por prelados germánicos e italianos. Juan XII retomó brevemente al poder, pero murió de un ataque de apoplejía mientras ordenaba torturar a los prelados opositores. Otón intentó poner al Papado bajo autoridad imperial, como ya sucedía con los obispados germánicos, algo que no se concretó completamente.
Otón I pasó la última década de su vida alejado de su patria, absorbido en solucionar la cuestión italiana. Cuando murió en 973, lo sucedió su hijo Otón II. Liudolf, quién fue despojado de la sucesión por haberse rebelado, había muerto unos años antes. El nuevo monarca era muy joven –alrededor de 18 años- pero contaba con gran experiencia ya que, en la práctica, había sido el verdadero gobernante de Germania mientras su padre soñaba imperios en Italia.
Autor: Luciano Andrés Valencia para revistadehistoria.es
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Bibliografía:
- Asimov, Isaac; (2001) La Alta Edad Media, Madrid, Alianza.
- Bianchi, Susana; (2009) Historia social del mundo occidental: del feudalismo a la sociedad contemporánea, Bernal, Editorial de la Universidad Nacional de Quilmes.
- Grimberg, Carl; (1995) Historia Universal, tomo 16: La Era de los Otones, Lord Cochrane, Sociedad Comercial y Editora Santiago Ltda (para la Colección Biblioteca de Oro del Estudiante).
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