Ayer le había dolido todo el cuerpo. Estaba tan molido que se levantó de la cama con mucha dificultad. Se duchó sin tener ganas, no desayunó y se dirigió a trabajar como cada día. La jornada laboral había sido terrible, y mientras volvía a casa observó cómo el tiempo había cambiado. Se dejaba notar en el aire cierta sensación de fresco.
En ese momento se dio cuenta de que el sol había desaparecido detrás de las nubes, y se asomaba de muy lejos. Aquella sensación le aturdía aun más después de una jornada laboral que pedía a gritos ser olvidada cuanto antes.
De frente, las montañas que enmarcaban la ciudad difícilmente se dejaban ver, oscurecidas por un manto gris. Aquella negrura era una especie de anuncio de la lluvia, que de un momento a otro llegó, como absurdo chipichipi que malamente mojaba el suelo. Un aroma de húmeda nostalgia le invadió.
Había llegado el otoño.
Y regresó a casa, donde nadie le esperaba. Comió solo y se dedicó a chatear un buen rato en dos o tres conversaciones paralelas, donde se quejó de sus achaques de viejo, su pésimo día en el trabajo y el frío que invadía las calles.
El olor al asfalto mojado le invadía. Era un aroma que siempre le había desagradado, pues constituíala más inconfundible señal de que los días de manga corta se acababan de momento. La tarde siguió, anodina, plomiza.
Cerró la ventana. Era hora de dormir. Los goterones comenzaron a hacer acto de presencia y el habitual murmullo de la calle cesó cuando la lluvia retornó con algo más de fuerza. Mientras intentaba conciliar el sueño pensó que, al menos, las plantas y los árboles anhelaban aquella humedad tan beneficiosa para ellos.
Las gotas seguían golpeando la ventana. Él las escuchó cada vez más lejanamente hasta que llegó el momento que se convirtieron en una especie de arrullo y se quedó dormido.
El día siguiente, la radio da la alerta. Policía Local y Protección Civil informan: Si ven que el cielo se oscurece, cae algo líquido e incoloro y el suelo se moja, tranquilos, no deben alarmarse. Se llama lluvia y ha ocurrido otras veces en determinadas zonas del planeta.
Sobre todo, que no cunda el pánico. No es necesario que acudan masivamente a llevar a sus hijos en coche hasta la puerta del colegio. Las tiendas del lugar están abastecidas debidamente con unos utensilios llamados paraguas que les serán de gran ayuda.
Mierda... Drama número uno del otoño: No recordar dónde ha quedado el paraguas. Al menos el dolor articular masivo tenía explicación.