"Felice, cuídate de pensar que la vida es banal, si por banal quieres decir inocua, vulgar, insignificante. La vida es sencillamente terrible; es algo que siento como pocos. A menudo (y en lo más profundo de mi ser quizá todo el tiempo) dudo de que yo sea un ser humano." (F. Kafka, Carta a Felice Bauer)
"Al igual que Flaubert, decía que todos los que tenían hijos estaban "en lo cierto". Le bastaba con ver una mesa con dos sillas grandes y una más pequeña para pensar que él no ocuparía nunca esas sillas con su mujer y su hijo, y para sentir un deseo desesperado de esta alegría. Habría exaltado la "infinita, cálida, profunda, redentora felicidad de estar cerca de la cuna del niño, enfrente de la madre". Imaginaba que sólo teniendo hijos podemos olvidar nuestro yo, anular el "tormento de los nervios", el esfuerzo y la tensión, abandonarnos a esa quietud pasiva y a esa agradable distensión que la continuidad de las generaciones asegura. Colaborar con los demás, alguna vez, le producía la misma felicidad. Esperaba que las tremendas cargas que llevaba sobre sus espaldas se volvieran, secretamente, comunes a todos, y que todos acudieran a prestarle ayuda: "A partir del momento en que una o varias personas me agradan -escribirá a Felice-, ya este agrado no conoce límites. Me es imposible saciarme de tener contactos; indecente como pueda parecer, me gusta colgarme de tales personas, desentrelazar mi brazo del suyo y volverlo a enlazar enseguida si me place; sin cesar quisiera aguijonearles para que hablen, pero no para escuchar lo que ellas quisieran decir, sino lo que yo quiero oír". [...]
La soledad, para algunos, puede ser un placer, una comodidad o un alivio o un momento de paz; pero la soledad del soltero y de Kafka era la soledad sin gestos ni palabras del animal condenado, que se encierra en la madriguera y no querría salir más de ella; la soledad de un objeto que está en el desván de una casa, y a por el que nadie subirá nunca más. [...]
El soltero, el extranjero, que había en Kafka, sentía desagrado por la vida: precisamente la vida de cada día, la que parece más conmovedora e indefensa, provocaba en él el terrible odio del gnóstico. No podía vivir en el desorden y el caos; no podía soportar la residencia de verano de los suyos, donde el algodón hidrófilo estaba al lado del plato lleno de comida, donde camisones, trajes y jerséis se acumulaban sobre las camas deshechas, donde el cuñado llamaba cariñosamente a su mujer "tesoro mío" y "vida mía", donde el niño hacía sus necesidades en el mismo suelo, donde el padre cantaba, daba voces y palmadas para divertir a su nietecito. "Me aburro dando conversación -decía Kafka-, me aburro haciendo visitas, las alegrías y los dolores de mis parientes me aburren hasta el fondo del alma. La conversación le quita a todo cuanto pienso su importancia, seriedad y verdad". [...]
Así, poco a poco, el soltero se construyó su propia cárcel. Sufría por ello. Sentía que estaba totalmente aprisionado dentro de sí mismo, oía las lejanas voces de los hombres, amigos, mujeres amadas; y extendía desesperadamente los brazos para que le liberasen. La vida le parecía terriblemente monótona, se asemejaba a los castigos escolares en los que el alumno, a fin de expiar alguna culpa, ha de escribir diez, cien o más veces la misma frase. Se sentía oprimido por die Enge, "la estrechez": su yo, la casa, Praga, la oficina, la literatura (esa muralla de límites), el universo entero lo constreñía por todas partes hasta hacerle sentir que se asfixiaba. [...] Buscó, trató de liberarse de esta cárcel; huyó al aire libre; pidió auxilio a gritos: quizá la literatura fue para él tambíén una fuga grandiosa hacia el infinito; pero ¿el deseo de casarse -Felice, Julie- no representó, a su vez, el deseo de otra, más compacta, cárcel?
Así, hacia el final, escribió: "Mi celda en la cárcel: mi fortaleza". Y, en un estupendo aforismo, añadió que la prisión en la que había vivido había sido una falsa prisión. Era una jaula: las rejas estaban a bastantes metros entre sí: por ellas entraban los colores y los ruidos del mundo, indiferentes e imperiosos como si estuvieran en su propia casa; y, en rigor, él era libre, podía participar en todo, no se le escapaba nada de lo que ocurría afuera, basta habría podido abandonar la jaula. Su vertiginosa claustrofilia no sabía qué hacer con esta situación a medio camino entre la libertad y la cárcel. Quería estar totalmente encerrado, atrancado, separado, abandonado del mundo: quería unos altísimos e impenetrables muros, como los de la habitación de Gregor Samsa o los del sótano en el que soñaba escribir."
(Fragmento de Kafka, por Pietro Citati, 2007)
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Seguimos con el documental ¿Quién era Kafka?, cuya segunda parte (a partir de 59':36") se centra en la relación con Milena Jesenká y con Dora Diamant. Fijémonos, en primer lugar, en el obituario que escribió Milena sobre Franz Kafka. ¿Crees que es un elogio exagerado escrito por alguien en un momento de honda emoción o, por el contrario, desprende un conocimiento certero y profundo de la personalidad y valía literaria del autor? Destaca del mismo algunas frases que te hayan llamado la atención. Detengámonos ahora en la figura de Max Brod, ¿cómo justifica éste su desobediencia al deseo de Kafka de que a su muerte toda su obra fuese quemada? Por último, ¿crees que Dora Diamant podría haber sido la compañera ideal de Kafka si la enfermedad y posteriormente la muerte del escritor no hubiesen sesgado su incipiente relación? Justifica tu respuesta.
¿Quién era Kafka?, por R. Dindo, 2006 (desde 59':36")
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