Quería haber escrito sobre esto anoche, pero el día fue tan intenso que cuando me acosté con el niño para ayudarle a dormir, la que primero cayó fui yo y tan profundo que no he abierto el ojo hasta que él lo ha hecho primero esta mañana.
El día empezó muy temprano porque teníamos que estar allí a las 9h. Mis padres, que se cogieron el día de vacaciones, llegaron a mi casa a eso de las 07.30h para poder ir todos juntos, en previsión de que hubiera problemas para aparcar. Tardamos más de una hora en llegar por el atasco que había y aparcamos relativamente lejos, pero en azul, eso sí, con la hora pegada al culo por increíble que pareciera. Los aparatos para poner el ticket no funcionaban así que mi madre y yo echamos a correr, literalmente, para no llegar tarde a la cita, mientras mi padre se quedaba intentando ponerlo.
Llegamos a la consulta de psiquiatría a las 09h en punto, con la lengua fuera. Entrego los papales y me dice la enfermera que es que el médico empieza la mañana pasando por planta a ver a los niños que están hospitalizados por lo que mínimo antes de las 10.30h o las 11h no nos podría atender. Por mi boca salieron sapos y culebras, mezclados con pedirle disculpas porque ella no tenía la culpa, pero no dejé de callarme por ello. Una nueva falta de respeto para los niños en un hospital infantil, el colmo ya, citar a un paciente a una hora en la que se sabe que no se le va a poder atender...
Pero esto suponía un problema añadido: a la hora a la que se supone que podría atendernos el psiquiatra, 10.30h, teníamos cita con el otorrino. Así que fuimos al otorrino a ver si nos podía colar antes de la hora para no perder la cita. Se lo comento a la enfermera y me dice "bueno, a ver qué dice el médico, pero como tienen que estar ustedes aquí dos horas esperando, pues si les pueden colar antes, pues ya se verá". ¿Cómo?. A punto estuve de perder los nervios, sudando a todo sudar con los 40 grados que hacía allí dentro. Oiga, mire, si me va a colar, genial, si no me va a colar, dígamelo porque para estar aquí dos horas sudando nos vamos al Retiro, que por lo menos el niño se lo pasará bien, no pretenderá que nos pasemos aquí dos horas a lo tonto!. Respuesta que obtuve: ninguna. Estupendo.
Pero tuvimos suerte, tuvimos suerte. A eso de las 09.45h pudimos pasar a la consulta de la otorrina. La mujer se leyó el informe con parsimonia caribeña mientras el niño empezaba a ponerse nervioso porque la consulta estaba llena de cosas que quería tocar y no le dejábamos. Empezó a hacerme preguntas sobre mi embarazo, sobre mi asma, cosas que sinceramente no sé qué tenían que ver con el motivo de la consulta. Entonces, cuando el nene ya estaba cabreado, sudando y frotándose los ojos de sueño, en vez de ponerse a mirar lo que le tenía que mirar, se pone a intentar comprobar su conducta, diciéndole ¿dónde está mamá? ¿dónde están tus ojos? ¿me das esa cosita?. Mi madre y yo nos mirábamos... El niño llorando, rojo... Al final le miró garganta y oídos de pasada, igual que podría mirárselos su pediatra y se permitió el lujo de decirle a la enfermera "vamos a mandarle tal cosa al niño que es que va a su bola". ¡Bravo por su psicología infantil!.
Esa cosa es una prueba de potenciales evocados. Quieren que levante al niño a las 5 de la mañana y lo lleve sin dormirse al hospital para intentar que se duerma allí. Total, me piden poco. Como el niño lleva tan bien que le priven de dormir, como el niño se duerme tan fácilmente en la calle y como el niño apenas se duerme en el coche, es fácil lo que me piden... Así que me han dado cita para mediados de julio pero no voy a poder ir porque nadie me puede acompañar y si levanto al niño de madrugada y luego le siento en el coche, no llego a salir de mi calle que ya está dormido. No sé si finalmente le haré la prueba o no, dependerá de si consigo que alguien me acompañe, ya lo pensaré.
Salimos de allí y fuimos directos a psiquiatría, para ver cómo iba la cosa. Otra enfermera distinta nos dijo con mala leche que ya nos estaban llamando desde hace un rato. Desde luego, qué trato tan malo... En esto que aparece un tío sin bata y dice "sígame, ¡sólo la madre!" y echa a correr sin mirar atrás, subiendo unas escaleras. Así que cojo al niño enrabietao debajo del brazo, los papeles en la boca y subo las escaleras como puedo.
Y aquí es cuando empieza lo bueno, la peli de Woody Allen (pero gracia).
Entramos a la sala. El tío se sienta y no dice ni mú. El niño llorando y cabreado. Me bajo a su altura, le calmo, le abrazo... El niño se tranquiliza enseguida. Se da la vuelta y ve que en la sala hay una cocinita y unos camiones, por lo que se pone a jugar tan feliz. Me siento en mi silla y espero a que el psiquiatra me diga algo. Pasan los minutos, no me dice nada. Pasan más minutos, sigue sin decirme nada. Yo no sabía donde meterme. A los 15 minutos, se levanta, se acerca al niño y silba y da unas palmadas. El niño levanta la cabeza y le mira. Se vuelve a sentar. Pasan más minutos en silencio. El niño se dirige al escritorio del tío y cuando llega a su altura el tío se gira bruscamente y le pega un berrido bestial (¡no!) haciendo un gesto con el brazo que casi le da en la cara. Obviamente, el niño retrocede, hace puchero, llora y viene a que le consuele. Se le pasa y sigue jugando. Ahí es cuando el tío decide hablarme, ¡santo cielo, si yo había estado ya por levantarme y largarnos!.
Me dice que hable, voy contando nuestra historia. Hablo, hablo, no me interrumpe. Cuando me siento como si estuviera hablando sola, le digo "si me hace usted alguna pregunta casi mejor porque es probable que me esté olvidando de cosas importantes". "Sí, que me diga usted para qué ha traído al niño". En ese momento me acordé de mi marido, que seguro que le hubiera entrado la risa ante el tono tan borde y la escena tan surrealista que estábamos viviendo. Pero no me amilané y le dije "Pues he traído al niño, primero, porque hace más de 5 meses que empezamos este camino y aunque a día de hoy el niño ha mejorado tanto que probablemente ahora no pediría ayuda, sigo observando cosas que me preocupan y no sé si son normales y quiero saber si tiene algo o si no lo tiene y, en caso de tenerlo, quiero que se le trate de la manera más adecuada posible y cuanto antes".
"Señora, este niño no tiene TGD. ¡No tiene TGD! - casi gritándome -. Lo acabo de poner aquí en el informe, subrayado tres veces, mire. El niño tiene la tolerancia a la frustración normal para su edad, juego simbólico, mímica facial, lenguaje tipo farfulleo con algunas palabras bien definidas, busca llamar la atención de los adultos, reclama a su madre... El niño no tiene TGD. Lo que le pasa al niño por el rato que yo le he observado a él y lo que he observado de usted es que existe un problema de educación, que no tiene límites definidos. Habrá usted visto que cuando yo le he puesto un límite exagerando la manera, el niño inmediatamente ha comprendido y ha obedecido, ha dicho "éste tío es peligroso, no me acerco más". La obediencia se educa y eso es lo que tienen que hacer ustedes, educarle. Así que voy a poner en el informe que les remitan al centro de psiquiatría de su zona para una Escuela de Padres, para que aprendan cómo educar al niño".
No me dió opción a rechistar. Le hubiera preguntado muchas cosas pero no me dejó. "Señora, ¿me quiere dejar hablar?". Así que me limité a callar y a acordarme de toda la blogosfera, de M., de lo que se iba a reir mi marido...
Me dijo que si quería hacerle las pruebas bien y si no también. Que el niño no tenía patológico, hoy por hoy, que mañana no se sabía lo que nos podía pasar a ninguno de nosotros. Que como si no quería llevarle más a atención temprana.
Con esas salimos de allí. Contenta pero también flipando.
Esta mañana en AT he estado un rato hablando con M., contándole. Y hemos llegado a la misma conclusión: quedarnos con el tema médico y dejar sus apreciaciones personales en la escala que les corresponde. Personalmente estoy satisfecha porque soy muy objetiva con los progresos del niño y reconozco que iba algo preocupada por si el psiquiatra hacía una valoración negativa del niño que no correspondiera con el criterio que yo tengo ahora mismo. Por otro lado, yo siempre he tenido la intuición de que el niño no tenía TGD ni similar. Y, aunque el tío fuera borde y excéntrico, entiendo que un señor de unos 50 años que trabaja en el Niño Jesús y se permite tratar tan mal a los pacientes, será una eminencia. Suficiente para mi.
En cuanto a lo de los límites y la Escuela de Padres, me pareció gracioso. No es raro que se confunda el tocino con la velocidad, como si fuera imposible educar con respeto y cariño y, al mismo tiempo, enseñando cómo comportarse. Pero me pareció gracioso, además, porque yo me veo como una madre bastante estricta y cuando estoy con mi marido o mis padres ellos son siempre los polis buenos y yo la poli mala. De hecho, todos hemos coincidido en que si el niño en muchas ocasiones se porta mal en la calle es precisamente porque se le ponen límites. Si yo le dejara hacer todo lo que otros padres dejan hacer a sus hijos, el mío sería feliz.
De todas formas, los que ya me conocen un poco saben que siempre estoy en modo auto-análisis. Desde que el niño nació he sido consciente del reto que supone educar su fuerte personalidad y estoy totalmente abierta a aprender cosas nuevas, nuevos recursos o técnicas para conducirle mejor. Eso es lo que más hago cuando paso a las sesiones con M., ver lo bien que ella le conduce y tomar nota de cómo hacerlo de una forma más eficaz. O sea, que si me quieren mandar a que aprenda a algún sitio, por ir no pierdo nada. Lo que tengo claro es los métodos que no pienso utilizar y lo que me molesta realmente es la desfachatez con que me lo dijo. Vamos, que si me estuviera evaluando para una adopción, ¡me habría dado como no apta!.
M. me comentaba esta mañana que desde que el niño ha explotado con el lenguaje, ella está mucho tranquila. Porque esa mayor flexibilidad que él tiene ahora, lo interesado que está en imitar, cómo ha mejorado en casi todo, descarta muchas cosas que podían ser muy preocupantes. Literalmente me ha dicho que ella está aliviada. Es un gusto poder contar con ella, cada día me demuestra más lo mucho que aprecia al niño y lo en serio que se lo toma. Hoy me he quedado a la sesión y ha sido fantástica; las dos hemos coincidido en que de unos días para acá, coincidiendo con la mayor explosión de palabras, al niño se le ve mucho más feliz, más relajado, con muchas ganas de participar, de aprender...
Y es con eso con lo que me quedo.