En su momento –y así lo recogió su coordinadora Nuria Claveren un comentario- felicité a la revista Claves de la razón práctica por alcanzar el número 200. Era inimaginable que una publicación dedicada al ensayo político y filosófico, además del literario y cultural, como la que fundaron Javier Pradera y Fernando Savater, sobreviviera tanto tiempo, sobre todo en una época y en un país que parecen huir de la reflexión o el pensamiento para preferir el espectáculo y la banalidad. No hay más que comparar, para constatarlo, la tirada de este tipo de revistas en España con el número de espectadores de los programas de vulgar cotilleo en televisión. Resulta lacerante.
Vivimos un tiempo especialmente difícil para la cultura. A la escasa voluntad por elevar los niveles educativos de la población, sea escolar o no (los recortes presupuestarios y el adoctrinamiento ideológico de las reformas educativas no pueden conseguir otros resultados), se une la actitud del Gobierno de castigar con impuestos y trabas la industria editorial, en particular, y la producción cultural, en general. Por ello, hay que volver a regocijarse de que, en medio de este páramo al que nos abocan las medidas economicistas y “austericidas” de los gestores políticos, la revista Qué leer también haya conseguido coronar la edición número 200, no sin grandes obstáculos que remiten a la férrea voluntad de sus editores por continuar presente en los kioscos.
Ambas revistas representan casos paradigmáticos de supervivencia en el mundo editorial y, más concretamente, en el minoritario ámbito de las publicaciones “intelectuales”, aquellas que ofrecen contenidos dirigidos a la reflexión sosegada, no a la emoción visceral. Qué leer es una revista mensual sobre novedades editoriales que ha pasado por muchas manos (Hachette Filipacchi, MC ediciones, etc.), conservando en la figura de su director, Toni Iturbe, y de su redactor jefe, Milo J. Kimpotic, la esencia cultural y divulgativa que han sabido preservar, sin desfallecer, ante las inevitables “prioridades” mercantiles de cualquier negocio.
Los lectores de estas publicaciones, seguramente el mismo público, tienen motivos para el regocijo pues todavía las pueden adquirir con asiduidad en los kioscos y librerías. Al hacerlo, asumen –asumimos- el compromiso no sólo de apostar por su continuidad en estos tiempos en que la edición en papel está condenada a desaparecer, sino también por el fomento de la cultura y la información, únicas herramientas que nos posibilitan adquirir una opinión fundada y racional, que nos preserva de la ignorancia y la manipulación, siempre intencionadas. ¡Ojalá podamos celebrar, sin que pase desapercibida, la edición 400 de estas dos señeras revistas de nuestro mercado editorial, aunque sea por nuestra propia salud mental!