Nunca he tenido miedo a volar. Tomando cerca de 150 aviones al año sería un sufrimiento imposible de soportar. Aunque reconozco que el martes volando de Tenerife a Málaga pocas horas después del accidente del 4U9525 en los Alpes, me sentí extraño. Saber, después, que el copiloto fue el que decidió estrellar el avión contra las montañas, me puso los pelos de punta.
Conozco a unos cuantos pilotos de líneas aéreas. A alguno le he llamado esta semana para hablar del tema. Uno de ellos me contó que en los cursos de formación de pilotos se suele contar la historia de Malburn McBroom.
En Diciembre de 1978, McBroom pilotaba un DC8 de United Airlines desde Denver, CO hasta Portland, OR. En la maniobra de aproximación se dio cuenta que tenía problemas con el tren de aterrizaje. Pidió permiso a la torre para dar vueltas en torno a un punto de espera y ver si era capaz de solucionar el problema.
McBroom era conocido en la compañía por sus terribles ataques de ira, así que ni el copiloto ni el resto de la tripulación se atrevieron a sugerir ninguna alternativa. Giró y giró sobre el punto de espera hasta que agotó todo el combustible y tuvo que terminar realizando un penoso aterrizaje de emergencia en el que murieron 10 personas.
Por cosas como esta, o como la de Andreas Lubitz de Germanwings, la preparación y selección de los pilotos no sólo atiende a su competencia técnica, sino que presta atención especial a sus competencias de escucha, de autocrítica, de colaboración, de comunicación, de trabajo en equipo...
Y es que, y no sólo en la aviación, el prototipo del jefe agresivo y belicoso está poco a poco dejando paso a otro perfil mucho más moderado e inteligente, experto en relaciones interpersonales. Si no somos capaces de controlar nuestro carácter, caeremos constantemente en antipatías a nuestro alrededor y careceremos de la empatía suficiente como para captar lo que la gente que nos rodea necesita, y eso mermará indudablemente nuestra valía no sólo profesional sino también personal.
En nuestra vida nos encontramos muchas veces con personas atemorizadas, jefes tiranos, deficiencias emocionales... que pueden tener múltiples consecuencias, evidentemente no tan trágicas como la del avión, pero si destructivas para la vida de un equipo, de una empresa, de una pareja, de una familia...