Revista En Femenino

Otra de bancos, esta vez con final feliz

Publicado el 08 octubre 2012 por Hogaradas @hogaradas

Por Hogaradas
Hace sol. Salgo de casa contenta, el día promete, sobre todo porque el plan de una comida en familia siempre es motivo de alegría. Pocas sensaciones hay más placenteras que la que te produce encontrarte al lado de quienes quieres y te quieren, sobre todo cuando no atraviesas precisamente una época de buena racha.
Una pequeńa gestión antes de irnos, tan pequeńa como cancelar por fin mi cuenta bancaria, esa que hace tan solo quince días casi consigue amargarme el día, tras mi falta de empatía con la directora de la sucursal del centro. Ahora pienso en esos carteles que podemos leer en muchos bares, en los que se habla de que puedes tener un día perfecto, pero que seguro en algún momento llega alguien y te lo fastidia. Mientras caminaba hacia el banco ni tan siquiera se me ocurrió que pudiera sucederme.
Le digo a la cajera mi intención y la autorización de que mi cuenta se cancele en esa sucursal, y no en la que estaba abierta, por parte de la directora de esta última, e incluso me aventuro a decirle el saldo, una cantidad nimia pero con la que me marcharé para mi casa feliz cual regaliz.
Tras un rato hurgando en el ordenador, deposita el dinero, mi dinero, aunque no todo el dinero, sino que allí faltan nada más y nada menos que treinta eurazos, treinta eurazos que según me cuenta se quedan en el banco, puesto que se trata de comisiones de administración. Y ahí está el cartel que podemos leer en muchos bares, detrás de la ventanilla, lo veo en la cara de la cajera, puedo sentirlo en el ambiente del banco, tras de mí, entre todos quienes hacen cola y comprueban, me imagino que con asombro, como retiro el dinero y me niego en redondo a recoger ni un céntimo menos del que me corresponde.
Es que la cuenta ya está cancelada, me dice, firme aquí, le doy un resguardo de lo que le entregué para que reclame. Llame a la oficina, le digo, yo hablo con ella, bueno, firmo, traiga ese papel, esto no se queda así, estoy hasta el gorro de pagar dinero a los bancos, voy a llamarla, pero para qué, si ya la tengo cruzada desde aquel día…
Me marcho, llego a casa, descuelgo el teléfono y la llamo, pero no puede ponerse. Busco el teléfono de la central, donde aunque parezca increíble consigo hablar con una seńorita encantadora que me escucha desde principio a fin y me pasa con otro departamento en el que quedará constancia de mi queja.
Al otro lado del teléfono aparece su voz, la de Enrique, una voz tranquila que contrasta con mi estado de ánimo y la rotundidad y el enfado con el que le cuento qué es lo que me sucede y el motivo de mi llamada. Le pido perdón por mi tono, pero quiero que entienda que no puede ser otro, si tenemos en cuenta que en menos de cuatro meses ya le he pagado al banco más de sesenta euros de comisiones de administración y cosas varias. Su amabilidad, desde luego, no tiene límites, y al final de la conversación, una promesa, la de llamarme personalmente y contarme qué es lo que ha podido hacer.
La llamada llega al día siguiente. Cojo el teléfono y cuando reconozco su voz, una voz capaz de amansar a la más terrible de las fieras, sé que Enrique me dará buenas noticias. Se llama como mi abuelo, y mi abuelo era un buen hombre, así que todos los Enriques del mundo deberían ser como él. Efectivamente, comisiones devueltas, problema resuelto, disculpas por ambas partes, las mías por mi genio, las suyas por haberme causado semejante sofocón, y el dinero en manos de quien hace quince días me ignoró por completo, y esta vez, por órdenes del mando superior se verá obligada a devolvérmelo.
Qué curiosa es la vida, un día entras en un banco y sales por la puerta de atrás, y pocos días después, entras por la puerta grande y consigues incluso salir a hombros. ĄQué curiosa y maravillosa es la vida!
Y por cierto, el día, a pesar de todo, fue perfecto, igual que el final de esta historia.


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