Entre el murmullo, de nuevo se escucha su voz. No acierto a reconocer de dónde viene ese acento y ese cuidado por cada palabra que pronuncia. Está llena de calidez y serenidad, de una dulzura que habla de ella misma. He intentado ponerle un rostro, pero creo que mi imaginación se ha apeado en mitad de este viaje y no logro describir sus labios, el color de sus ojos, ni cómo es su cabello. No logro describir lo que siente cuando mira, ni lo que dice cuando calla. Quizás en este trayecto, haya pasado a mi lado y me haya saludado, y en ese despiste en el que a veces vivo, ni me haya percatado de quien es ella. La voz desaparece por un momento porque el murmullo se ha convertido en voces que se llenan de nervios y de prisas.
Me he levantado y mis piernas han temblado por un momento. De nuevo he estado a punto de caerme, y he tenido que apoyar mi cuerpo sobre el respaldo del sillón, porque el movimiento a veces se vuelve brusco. Se escucha el chirrido de los frenos. He estirado los brazos y he bajado una mochila, mi único equipaje durante todo este viaje. De nuevo se oye la misma voz. Un aviso para que no olvidemos nuestras pertenencias. Para que no olvidemos los recuerdos que se han guardado a lo largo de este recorrido.
El tren está a punto de detenerse. He mirado a un lado y al otro de este vagón. Y ahora sólo puedo dar las gracias. Las gracias a mis ciento cincuenta y un acompañantes y viajeros que me acompañado en este viaje y que se han ido subiendo poco a poco a este vagón particular en el que se ha convertido Reflexiones en cada estación. Gracias infinitas de corazón. Y gracias a los que sin ser acompañantes, han subido y bajado unas veces y otras, porque también han sido excelentes viajeros de este trayecto. Gracias también a los que han ignorado la existencia de este viaje, porque también me han enseñado parte de su historia. Y gracias por supuesto a esas burlas, indiferencias y desprecios, porque en ellas también se encuentran parte de este recorrido. Gracias a todos, porque de todos me llevo algo.
El tren se acaba de detener. De nuevo se escucha su voz. Reflexiones en cada estación se detiene, ha llegado a su última estación. Reflexiones en cada estación desde este momento se convierte en pasado y presente, pero ya no será futuro, porque su futuro ha quedado en haberse convertido en libro, en esa enorme fortuna de haber sabido lo que es poder realizar otra parte de su viaje a través del papel. Reflexiones en cada estación se baja en este andén. Ha llegado a otro destino. ¿Quien sabe lo que sucederá? Tal vez cambie de nombre y se vista con otros trapos, o tal vez se oculte entre la muchedumbre y regrese ese anonimato en el que siempre vivió.
Por última vez se escucha esa voz: “Ha llegado a su destino….”
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