Por Hogaradas
Recogí el testigo que dejó mi tía Fina y ahora soy yo quien se encarga de la cena de Nochebuena y la comida de Navidad. Carlos y yo somos muy poco convencionales a la hora de decidir con quién pasar esos días, así que el clásico y popular “este ańo me toca con…”, que a mí particularmente me suena a una cierta obligatoriedad, lo sustituimos por “cada uno se va con su familia”, que ya tenemos el resto del ańo para para disfrutar de ambas juntos.
Mi ti Fina era una estupenda anfitriona, así que yo intento hacer lo propio, y aunque cada ańo quiero convencerme de que me ha abandonado el espíritu navideńo, en el momento en el que entramos en el mes de diciembre compruebo que no es así, y en el famoso “puente” pongo la casa patas arriba y se encienden las luces de Navidad.
A partir de ahí comienza el ritual de cada ańo, una retahíla de celebraciones que comienzan con nuestros cumpleańos, y todo un sinfín de pequeńos detalles a tener en cuenta para que cada una de ellas sea todo lo especial que se merece.
Me gusta elaborar una pequeńa lista de posibles menús, y disfruto de lo lindo perdiéndome entre infinidad de recetas, mientras elijo cuidadosamente aquellas que más me gustan y que estoy segura de poder preparar con acierto.
A ello se suman esos pequeńos detalles para decorar la mesa, y los otros, los que siempre suelo dejar debajo del árbol para mis invitados, envueltos con cuidado y elegidos con todo el carińo del mundo.
Y así discurren los días, entre búsquedas, preparativos y todas y cada una de esas pequeńas cosas con las que tanto disfruto, entre ellas, las películas navideńas, y desde hace unos ańos también la lectura de un libro “Una Navidad diferente”. Llegó a mis manos hace unos ańos, mientras hacía otras compras, y llegadas estas fechas siempre sale de la estantería para hacerme sonreír con las peripecias de esa típica familia americana que pretende escapar al Caribe y conseguir precisamente eso, vivir una Navidad diferente.
Yo tampoco descarto hacerlo algún día, aunque en realidad mis Navidades sońadas serían las que nos muestran las imágenes más navideńas, esas blancas, en el norte, con un frío intenso.
Películas, mi libro y quizás lo más entrańable, las tarjetas que ańo tras ańo envío a mis amigos y mi familia por estas fechas, una costumbre que con los ańos se ha ido perdiendo, pero que pretendo que al menos en mi entorno se mantenga viva.
Y es que lo que haces en la infancia te marca para toda la vida, y en mí, que nací rodeada de Navidad, no podía ser de otro modo.
Me gusta la Navidad, no puedo negarlo, y la disfruto, quizás porque tengo la grandísima suerte de quedarme con su esencia, con todas esas pequeńas cosas que la hacen tan hermosa, a pesar de los ańos, a pesar de las pérdidas, a pesar del futuro tan incierto, a pesar de todo… Porque una vez más, si miro a mi alrededor compruebo que tengo infinidad de razones para hacerlo, y motivos más que suficientes para levantarme con una sonrisa, el más grande, sin ninguna duda, abrir las puertas de mi casa y volver a disfrutar de mis amigos y mi familia por Navidad.