Emiliano nuevamente se encontraba en su cama resguardado, entre sus cobijas esperando descansar una noche más, como siempre con la luz prendidas y sus pupilas dilatadas debido al insomnio. Intentando percibir con todos los sentidos y la mirada fija en una de las paredes contrarias a su cama como si observara a través de ella.
Esperar es lo único que un niño de 12 años podría hacer a la una de la mañana de una fría noche de invierno, escuchando el susurro del viento silbar por la ventana a su izquierda, resguardado por pesadas cortinas que ni la luz de la mañana deja pasar, no puede ver lo que hay fuera de su cuarto. El niño esperaba con la mirada fija en un punto esperando, quieto, cubierto con sus cobijas; por momentos observaba a sus alrededores observaba su ropero en frente de su cama, cubriendo la mitad de la esquina del cuarto, en la otra esquina de la misma pared que Emiliano miraba fijamente sólo se encontraba un cesto, donde dejaba su ropa sucia. Su cama se encontraba en medio, de la otra pared, resguardada por dos pequeñas mesas donde descansaban ciertos juguetes. En la esquina derecha se encontraba una puerta de madera con un picaporte dorado y al lado de la puerta el interruptor de la luz del cuarto se encontraba encendido. Sin embargo, el chico no deseaba jugar, deseaba dormir y lo único que se interponía entre él y su objetivo era una larga espera.
De repente a su lado derecho escuchó unos pasos, unos ligeros, pero cansados pasos que se arrastraban por el pasillo del segundo piso de su casa, en dirección a su habitación. El chico espantado, ya sabía a lo que ocurriría a continuación. Por lo que solo se dispuso a observar con la mirada alterada en dirección a la puerta de su cuarto. Escuchando como esos lentos y cansados pasos se dirigían a su habitación. Ya estando enfrente de la habitación los pasos se detuvieron y el picaporte de la puerta comenzó a girar. La puerta se abrió con una delgada voz diciendo “Hijo, ya duerme, es tarde” Era su madre que amablemente lo observó con la ternura que toda madre ve a su único hijo. Emiliano volteó en dirección a ella y solo sonrió. Su madre en respuesta a su gesto apagó la luz, cerró la puerta y se retiró de la habitación diciendo “Buenas noches”.
Emiliano aun con esas palabras de su madre no podía conseguir dormir pues una larga espera le impedía descansar. Por lo que continuó observando aquel punto imaginario agudizando cada vez más sus sentidos y escuchando como los pasos de su madre se alejaban lentamente. Esperando con la única diferencia es que ahora lo hacía sin la protección de la luz de su cuarto.
Sin la percepción cuánto tiempo espero, pero el sueño comenzaba a dominar sobre la mente del chico y lo hacía cerrar sus ojos. Probablemente hubiera conseguido el descanso que deseaba, pero justo en ese momento en la dirección que el observaba se escuchó un golpe en la azotea donde se encontraba su cuarto, como si algo o alguien muy pesado hubiera caído en ese preciso lugar donde él se encontraba mirando todo este tiempo. Aquella figura que parecía ser enorme debido al golpe en el techo de su cuarto. Comenzó a arrastrarse en dirección a Emiliano, rastreando algo; rasgando el suelo con lo que parecían ser largas garras que tenían en sus cuatro patas, justo arriba de Emiliano, aquella presencia se detuvo y comenzó a olfatear con suficiente fuerza que el chico lo podía escucharlo. En ese momento aquella “cosa” como lo llamaba Emiliano, comenzó a rascar frenéticamente el suelo, donde se encontraba el chico recostado. Aterrado e inmovilizado por el miedo Emiliano sólo esperaba que el techo aguantara una noche más, ya que sabía que pasaría otra de esas largas noches donde escucharía esos inagotables rasguños toda la noche hasta que pudiera dormir. Sin embargo esa noche era diferente pues no se percataba que en la esquina de sus cesto de basura una mirada penetrante lo estaba acechando, refugiado en la oscuridad esperaba…