Te gustaría Italia conmigo. Hay trozos del viaje que me recuerdan al que hicimos a Roma, pero en lo que más pienso es en nuestro viaje a Grecia.
Nos turnaríamos al conducir y tú te pondrías tus gafas para que no te molestara el sol. Y yo grabaría vídeos de la carretera bordeando la costa y te enfocaría a ti al volante, vergonzoso, riéndote.
En realidad, seguro que tú y yo habríamos alquilado una moto y la habrías conducido tú todo el rato. Aquí se conduce casi como en Bali, si no peor. Y adelantarías en continua, iríamos en un precario equilibrio por el peso de las mochilas, pasaríamos mucho calor y seguro que insultaríamos al resto de conductores.
Aquí todos los aparcamientos son de pago, pero si te metes en lugares alejados y aparcas en sitios donde en realidad está prohibido el estacionamiento, te puede salir gratis. Mi amiga no me deja porque dice que es muy arriesgado, pero tú no te podrías negar. Te enfadarías conmigo porque siempre intento ahorrar en cosas así y te ofrecerías a pagar un parking con tu dinero, pero al final cederías porque soy muy cabezota y aparcaríamos en el arcén, en carga y descarga o subidos a un bordillo.
Y en Nápoles los niños se tiraban desde un puente al agua y tú no te habrías podido resistir. Y yo habría negado con la cabeza, con una sonrisa en la boca, mientras te grababa haciendo un salto hacia atrás en el aire. Eres como un niño.
Y en los Baños de la Reina, mi amiga se queda en las rocas mientras yo nado en el agua azul turquesa, tan cristalina que me puedo ver los pies. Y te echo de menos porque tú habrías estado conmigo, abrazos en el mar, risas, besos. En una roca en mitad del agua se subían las parejas y tomaban el sol. Tú y yo habríamos subido para lanzarnos al mar una y otra vez.
Aquí la mayoría de playas son privadas y por eso me resultan tan feas, porque están plagadas de sombrillas y tumbonas que afean el paisaje, pero el penúltimo día, desde la playa privada fuimos nadando hasta una cala virgen donde los niños se tiraban desde las rocas. Yo solo me lancé desde unos tres metros de altura mientras mi amiga me observaba, pero tú seguramente te habrías tirado desde la roca de siete metros. Y con tu drone habrías podido captar la belleza del lugar desde arriba. Conocí a un niño inglés al que le daba miedo tirarse. A mí también me daba miedo y le dije que pasara antes que yo, que si no, tendría que esperar un rato, pero él dijo que no le gustaba sentir la presión de alguien observándole. Ya de paso, me comentó que él ya se había tirado el día anterior, así que no tenía miedo. “Yo me he tirado hace un momento. Ya no me da tanto miedo, pero un poco sí”, le contesté. Me hacen mucha gracia los niños pequeños, siempre fingiendo ser más valientes de lo que en realidad son.
En los restaurantes, te meterías conmigo por querer arriesgarme y probar cosas nuevas. Tú irías a lo seguro: cordero asado o unos canelones a la napolitana. Y yo escogería un plato de esos raros, como a mí me suele gustar, y me llevaría una decepción al probarlo y ver que no era lo que esperaba. Te reirías de mí por mi mala elección, pero luego te daría pena porque te gusta verme comer, ver que disfruto. Y haríamos mitad y mitad. Aunque en el restaurante de hoy he pedido flor de calabacín rellena de queso y te habría encantado, me habrías cambiado el plato tú a mí.
Y al llegar al hotel por la noche, nos tumbaríamos en la cama medio muertos y elegiríamos las mejores fotos para dar envidia. Dormiríamos abrazados y yo me despertaría en mitad de la noche por tus ronquidos, pero te daría algún empujón y seguiría durmiendo. Eso me encanta. Tú eres tan generoso conmigo que siempre me has dicho que te despierte cuando tus ronquidos no me dejen dormir. En cambio, Víctor se enfada si Marina le despierta cuando ronca.
Otros días, nos ducharíamos juntos y follaríamos mucho. Yo me quitaría el bañador frente a ti y te quedarías mirando las marcas del moreno. Y me abrazarías frente al espejo y me besarías en el cuello. Y luego por la mañana otra vez.
Y luego volver en bus juntos a tu casita y pasar el último día de vacaciones sin hacer nada, un poco tristes por empezar a trabajar, pero algo contentos de poder descansar. No salir de la cama hasta la hora de comer, preparar la comida juntos, verte planchando tus camisas para el día siguiente, esas que huelen tan bien y que tratas con tanto cuidado. Y por la tarde ir a dar un paseo corto, que nos dé la brisa porque estos días se está bien de temperatura, incluso hace falta un jersey fino. Y comprarnos un helado y sentarnos en algún banco a ver la gente pasar y el sol ponerse cada vez más temprano.