He escuchado recientemente que un sindicato ha conseguido que los sexenios sean reconocidos a los interinos de educación sin mediar la intervención (y el costo) judicial. Me alegro por todos, salvo por los que sigamos teniendo que formarnos sin que nadie reconozca esta formación. Si el hábito hace al monje el amor al conocimiento hace al profesor, y mucho me temo que nuestras autoridades competentes se hallen desprovistas de medios y voluntades para valorar este amor. Por otra parte, un amor que es el combustible de cualquier educación, y de cualquier sociedad. Me atrevería a decir, incluso de las que luego han resultado ser malogradas o perversas.
Un amor que no es reconocido salvo por las semillas que luego germinan en algún que otro estudiante bendecido. Un amor que solo el esfuerzo y la vocación continuadas sabe alimentar, incluso en lugares silenciosos que tan bien describe Handke. Un amor que es también amor a las palabras, y a los gestos, y a que los otros se entusiasmen como quien entra a escena. Sin embargo, mucho me temo que seguiremos en las mismas y no habrá sindicato alguno que pueda, siquiera que intente, que el esfuerzo y la vocación continuados, traducibles en frases elegantes, en buenas recomendaciones, clases entusiasmadas, debates en pasillos, correos intempestivos, lecturas apasionadas, publicaciones en revistas..., sean valorados por algún tipo de autoridad.