He perdido la cuenta de las veces que le he escrito a Madrid. Hoy lo hago a dos días de irme y con un dejo de nostalgia, porque esa es la manera que la ciudad se dibuja en mi mapa: como un suspiro contenido que dice que nunca me alcanzan los días para todas las risas, conversas y abrazos que quiero dar. Un suspiro pronunciado, que me acompaña en el vuelo de vuelta, que se queda conmigo en cualquier otra escala y que solo desembarca cuando alcanzo a ver a Madrid desde la lejanía.
¿Les ha pasado con alguna ciudad? Estoy segura que sí. Cada uno de nosotros vamos acumulando nostalgias viajeras y quizá sea justo por eso que nos empeñamos en volver a los sitios que ya conocemos, solo por el afán de abrazar, de ver otra vez, de refugiarse en lo certero. En estos días alguien me dijo, alguien aquí en Madrid y no logro recordar quién, que ya no viajaba como antes: para conocer, para explorar, porque ahora viajaba para abrazar a quienes quiere. Asentí, claro, y cada palabra me quedó rondando en la memoria porque entendí que somos unos románticos moviéndonos por el mapa, como quien va cerrando ciclos, cumpliendo metas, concretando pronósticos.
Otro alguien que conocí en este viaje, me contó que se enamoró de Madrid desde la primera vez que la vio. "Nunca había llorado al dejar una ciudad", me dijo. "Nunca me había sentido tan feliz en un lugar". Yo no sé si se me notó, pero la miré con ternura porque aunque yo he sido feliz en muchos lugares, sí es cierto que en Madrid he conocido todos los matices de mi alegría. Adoro eso de coincidir con personas que van guardando emociones parecidas a las mías, sobre todo en este viaje que he estado tan atenta a todo lo que sucede a mi alrededor, tratando de entender cómo me reflejo en otros y como yo misma soy reflejo de muchos.
A mí me cuesta alejarme de Madrid, planear alguna otra cosa que me separe de sus linderos. Ayer, por ejemplo, fui en tren hasta Alcalá de Henares para hacer algo muy puntual. La primera vez que lo hice, hace varios años ya, también fui a otras ocho ciudades cercanas a Madrid solo por el afán de recorrer caminos. Esa vez me hubiera venido bien rentar un coche, como dicen aquí, porque había muchas ganas de cubrir distancias, de hacer fotos. Pero ayer estuve en Alcalá de Henares dos horas, quizá un poco más, inmersa en una clase de canto que no era mía, pero nada tenía más sentido que eso en este momento de mi vida. Creo que nunca lo había contado por aquí -no que yo recuerde- pero estudié piano desde muy chiquita y por muchos años, la música hace que mis viajes cobren otro sentido (¿ se acuerdan cuando fui a New Orleans?) y Madrid tiene la particularidad de reencontrarme con pedacitos de mi propia música que a veces parece que se me extravían. Por eso me cuesta hacer otras cosas, no concibo mis días en Madrid sin una canción cantada a capella, sin el sonido del jazz, de algún bolero, de una balada, de lo que sea. Estos días en la ciudad me han llevado a conciertos de salsa a todo volumen, pero también a conciertos íntimos con voces cercanas que me hicieron llorar.
Madrid es tan cercana a mis adentros, que no me pierdo en la inmensidad de sus calles, que se la enseño a otros que ya viven aquí y dicen que la conozco más que ellos. Me río cuando eso pasa, pero la verdad es que me tomó años y varias visitas con el mapa en mano para recorrer sus rincones y supongo que me faltan muchísimos, porque Madrid es cambiante, seductora y para nada aburrida. Así que no, no la conozco tanto como se cree, aunque sí lo suficiente para sentirme como en casa. Por eso me cuesta tanto irme. Una vez lo hice y desde la distancia, le escribí una carta a Madrid que ha sido, hasta ahora, el resumen más certero de mis emociones en esta ciudad.
Mientras escribo esto, me doy cuenta que no he ido a ver a la gente pasar por la Plaza Mayor. Vamos, que sí fui un día, pero todos sus espacios estaban ocupados por andamios, tarimas y gente y decidí no pasar otra vez por allí hasta que la despejaran. Pero así me pasó hace dos años, que en casi un mes por la ciudad, nunca fui a El Retiro y esta vez ya lo he caminado más de tres veces. Yo no fuerzo mi relación con Madrid, solo dejo que pase, que vaya marcando mis días sin apuro. Dejo que las madrugadas sean largas y como muy temprano, me levanto a las nueve porque me cuesta muchísimo abrir los ojos antes. Me permito tomar siestas aunque quisiera que fuesen más y más largas. Me permito vivir sin prisas esta ciudad que me cobija tanto como la mía.
Ahora disfruto más los trayectos en el metro, tomo tramos más largos en el bus y me quedo dormida con la cara apoyada en la ventana. Siempre pierdo la hora exacta del tren, pero no me cuesta esperar siete, nueve o doce minutos más para que llegue el otro. Quizá cuando vuelva, me de por alquilar un auto en Madrid y llevarme entera la ciudad a otros paisajes, como esa vez que fui a Alicante solo por huir del calor que ya comenzaba a apremiar y llenarlo de mar. Ahora que lo recuerdo bien, eso fue cuatro días antes de dejar a Madrid, casi por estos mismos días, hace cinco años. Qué bonita la sincronía, la emoción contenida. Así siempre: otra vez, Madrid.