Revista Viajes
Caminar es una manera de reclamar el mundo, es entrar en la eternidad del tiempo que se construye lentamente desde la sencillez del vivir diario. Así, en la calma, nos da tiempo al mundo y a mí a ponernos al compás, a engarzar el corazón.
Volver a Peñalara es comprender que existen caminos diferentes para objetivos comunes. Salimos desde Cotos, por detrás del chalet del Club de Montaña; está todo preparado para alcanzar una portilla y acceder a la senda conocida como “Senda del Batallón Alpino”. Cotos está siempre hirviendo de gentes que van y vienen, pero este sendero es poco frecuentado en la actualidad. Los montañeros caminamos con la mente reviviendo aquellos dolorosos años en que por aquí transitaban, miedo y dolor, corazones jóvenes con la angustia de una guerra.
En el Collado de Peña Citores, la belleza de su redondez queda a mi espalda.
A nuestros pies (¿sabrá el pinar que lo estoy meditando?) el bellísimo pinar de Valsaín esconde senderos y paz; esconde vida invisible a los ojos humanos, porque los animales no quieren dejarse encontrar y esperan agazapados a que nos marchamos para continuar la rutina de su caza y su vida; el inicial sol es una sinfonía de diferentes tonos iluminados en la inmensa prolongación de la Sierra que, desde este punto del sendero, parece una sosegada cadencia de cumbres y valles.
Se han terminado los pinos en este tranquilo ascender; nos acompaña el aceitoso y juvenil enebro, el piorno robusto y comunicativo, el adormecido y espinoso cambrón. Llegamos al collado de Peña Citores a tiempo de escuchar su conversación con el sol; los montañeros escuchamos y aprendemos; los montañeros guardamos silenciosos y agradecidos el saber de las montañas. Algún día me sentaré a conversar con ella y le preguntaré el origen de su nombre, que coincide con el de una pequeña pedanía de Burgos. Solamente lo relaciono con el “citerior” latino y ciertamente es ésta una montaña escondida y muy interior, es necesario llegar hasta ella para poder saludarla y verla.
La fotografía está tomada desde pocos metros antes de hacer cumbre. Los montañeros estamos llegando desde Dos Hermanas, al fondo están las torretas del Pico Guarramillas o Bola del Mundo, a lo lejos se vislumbra Gredos. El brillo del sosiego se mezcla con la luz del reflejo de la nieve. En la Sierra la calma de la naturaleza anida en el corazón y en el espíritu.
Hoy la nieve brilla entre el sol y la helada, por eso nos ponemos crampones y continuamos hacia las cumbres de las Dos Hermanas; vuelvo a sentir a su lado la luz brillante que me busca, el enjambre del silencio, la palmada de fortaleza, la música de la paz… recogido en la canción de mi corazón participo solidario (la luz de la nieve refleja en todas las frentes caminantes) de la multitud de montañeros que estamos iniciando el último tramos hacia la cumbre de Peñalara. Brilla la nieve reflejos del águila sin fronteras, nuestras pisadas se hacen firmes por las púas de los crampones paso a paso hasta la cumbre.
Peñalara, cumbre de quietud y de calma, donde la luz es queda y sosegada. Bajo las botas asoman las puntas de los crampones.
Estamos en Peñalara, cumbre de quietud y de calma, donde la luz es queda y sosegada. Desde esta luz, vuela libre el alma más allá del agua del Lozoya y de Castilla la llana, más allá del agreste Ayllón y de Gredos donde sueña la paz países sin fronteras. También podría describir sudores, fatigas, el vendaval soplando las orejas en los collados; tropezones, borrascas, arañazos en las manos después de la caída. Pero esas minucias se diluyen en la nieve, los montañeros regresan de este prodigio de libertad de Peñalara con la risa en el corazón. Es el inicio del futuro que comienza el montañero “estando ya mi casa sosegada”
Javier Agra.