El fotógrafo y periodista español Gervasio Sánchez ha documentado desde hace un cuarto de siglo los efectos de la violencia. Su último trabajo, que le tomó 13 años, explora el drama humano que acompaña a la desaparición forzada en 10 países. Siete de ellos son latinoamericanos ya que, desde las dictaduras militares del Cono Sur hasta las guerras civiles que azotaron a Centroamérica en los años ochenta, la desaparición forzada ha sido una constante en la historia de la región. Tanto que el escritor argentino Ernesto Sábato, que presidió la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas en su país, afirmó alguna vez que la palabra “desaparecido” era tristemente un legado de la lengua española al mundo. Ya traje a Gervasio al blog con su discurso por el premio Ortega y Gasset, de gran valentía para denunciar, también, con las palabras: http://javiersoriaj.wordpress.com/2011/04/03/otras-miradas-gervasio-sanchez/
Su último trabajo se llama“Desaparecidos”, y es un recorrido fotográfico por los distintos escenarios del drama humano al que se enfrentan los desaparecidos y sus familiares, desde los centros de detención del régimen khmer en Camboya o de la junta militar argentina, hasta los procesos de exhumación, identificación y devolución de restos en Perú o Bosnia.
Conversé (Andrés Bermúdez, desde su blog La silla vacía) con Gervasio Sánchez sobre su trabajo, que se expuso recientemente en tres ciudades españolas.
¿Por qué hacer un trabajo sobre los desaparecidos?
Me interesan cada vez más las consecuencias a largo plazo de los conflictos, y cada vez menos el espectáculo del bang-bang. Quería mostrar la única verdad incuestionable de la guerra, que son las víctimas. Intentar inmiscuirme en sus desconsuelos, en la profundidad de su dolor. La desaparición forzada es peor que la muerte. Es una lucha sin cuartel, sin posibilidad de final feliz.
¿Cómo puede garantizar que el retratado aparezca con dignidad?
El comportamiento del periodista determina el tipo de imagen que toma. Si estás dispuesto a trabajar con responsabilidad, con seriedad y con comprensión, las imágenes aparecerán solas. Si no lo haces, las fotos que hagas no transmitirán nada. Si no estás dispuesto a sentir el dolor de las víctimas, nunca serás capaz de transmitirlo. Muchas veces lo único que quieren las víctimas es que alguien les escuche, así sea un fotógrafo, un psicólogo o una persona de una ONG.
¿Por qué es tan importante encontrar a los desaparecidos?
Las guerras no son como los partidos de fútbol. No se puede decir “se acabó” en tal fecha precisa. Se acaban cuando sus consecuencias se acaban. Mientras tanto, estos países todavía están cojos, moral y emocionalmente. Y si los casos no se solucionan, tarde o temprano reaparecerán y darán a los países dolores de cabeza. Los niveles de violencia son menores hoy en Sierra Leona que en Guatemala o El Salvador, donde no fueron rehabilitados los niños soldados.
Las posguerras son difíciles, a veces más que las guerras. Los periodistas se marchan, la comunidad internacional se olvida, las promesas se incumplen. No tienen interés informativo, pero son el momento en que las víctimas se enfrentan con los problemas de verdad.
Usted dice que Colombia figura entre los países con más desaparecidos forzados en el mundo…
La cifra es estratosférica. No hay que darle muchas vueltas; con llamar a la Fiscalía te la dicen. Si Colombia supera los 30.000 o 35.000 desaparecidos, se convierte en el segundo país en el mundo, tan solo por detrás de Irak. En Argentina se habla de 30.000 desaparecidos, pero la cifra más acertada estaría entre los 12.000 y 18.000. En Guatemala se habla de 40.000, pero tampoco es una cifra real.
¿Cree que ha cambiado la manera como los colombianos enfrentamos el drama de los desaparecidos?
Hasta 2001 o 2002 los colombianos creían que no había desaparecidos en su país. Muchos compañeros colombianos me decían que no existían, que era un problema del Cono Sur, cuando en realidad hay más desaparecidos allí que en Argentina o Chile. Era una negación de la realidad. Colombia ha dejado de ser un país que vivía en la oscuridad frente al tema de la desaparición forzosa, en el que las familias se enfrentaban solas a la búsqueda de sus desaparecidos, muchas veces a costa de su propia seguridad. Hay personas que desaparecieron mientras buscaban a sus desaparecidos.
La Ley de Justicia y Paz ha abierto una situación muy curiosa. Una ley que en la práctica ha amnistiado a los paramilitares, al condenarlos a penas mínimas, ha permitido abrir la búsqueda de los desaparecidos. Los mismos responsables han dado a conocer todo lo que saben para luego beneficiarse de la política de incentivos.
El país ha dado un paso muy importante, pero son dos los necesarios. Hay que encontrar a los desaparecidos, pero también enjuiciar a los culpables, sean paramilitares, guerrilleros o funcionarios públicos. Si luego son amnistiados es una decisión que debe tomar el país, pero tienen que responder ante la justicia.
Ha estado en exhumaciones como las de La Ceiba en el Meta y en los laboratorios de antropología forense de la Fiscalía. ¿Qué opina del trabajo que se está llevando a cabo en el país?
Colombia se puede convertir en un país exportador de conocimientos en antropología forense porque los equipos que tiene son un ejemplo en el modo de trabajar. En pocos países he visto ese nivel de profesionalidad. Trabajan con un rigor similar al de países como Bosnia o Argentina. Incluso mayor en cuanto a las pruebas de ADN, si se tiene en cuenta que en Colombia alcanzan un 99.9% de fiabilidad. Los restos exhumados son guardados en las fiscalías, que son auténticos bunkers. Además, los fiscales trabajan en medio de medidas de seguridad impresionantes. Y las exhumaciones se hacen siempre ante la presencia de un juez, cosa que, por ejemplo, no sucede en España.
¿Cree que el tema de los desaparecidos está presente para la sociedad colombiana?
El tema de los desaparecidos es un tema que afecta al 10% de la población y parecería que al resto, al 90%, no le importase. No está suficientemente presente en la cobertura de los medios ni en el discurso público.
Para la prensa es un tema menor. Los medios de Colombia eran los mejores de América Latina hace veinte años y hoy están entre los peores. Me acuerdo cuando vine a Colombia por primera vez, a cubrir las elecciones de 1990, el placer que te daba leer el diario o escuchar la radio. Antes vigilaban al poder; hoy son sus amigos.
¿Cómo ve la situación en Colombia respecto a España?
Colombia, así como Guatemala y Bosnia, le están dando grandes lecciones a España en el tema de búsqueda de desaparecidos. España no ha sido capaz, en 35 años de democracia, de encontrar una salida a esta situación. El año pasado el Estado español dedicó a la búsqueda de los desaparecidos menos que el salario del jugador peor pagado del Real Madrid. En España los restos exhumados están guardados en condiciones inaceptables. Están en cualquier sitio, en cuartos universitarios a los que tiene acceso el que quiera.
¿Para hacer una investigación exhaustiva como la que hay detrás de “Desaparecidos” se requiere mucho tiempo?
Cuando uno trabaja en contacto con el sufrimiento se da cuenta que la trascendencia de una historia no tiene nada que ver con el impacto mediático inmediato. Intento hacer las historias en los tiempos que son necesarios. Con algunos de los protagonistas de “Vidas minadas” he vuelto a trabajar cinco y diez años después de haberlos conocido. Y lo seguiré haciendo, viendo cómo van transformándose en abuelos. Es una manera diferente de contar la guerra.
¿Busca confrontar a los espectadores con el dolor de las víctimas?
Me interesa muy poco que la gente se conmueva con mis fotos. No me importa que lloren ante imágenes como éstas. De hecho, si alguien no se conmueve ante el dolor ajeno, es que necesita un psiquiatra. Lo importante es hablar de quienes son los protagonistas de estas historias. Se trata de documentar lo que pasó.
¿Cómo le ha marcado hacer “Desaparecidos”, tanto a nivel personal como profesional?
Es un trabajo que ha repercutido muy fuertemente en mi manera de ver las cosas. Vivir entre las víctimas te da otra perspectiva del conflicto y de la vida. La guerra te amarra, te golpea por dentro y algo de ti siempre termina muriendo. Algo de mí ha desaparecido para siempre haciendo este trabajo.
¿Cree que la exposición puede llegar algún día a Colombia o a América Latina?
Me encantaría que se pudiera ver en América Latina. Con “Vidas Minadas” ya estuve en Cartagena hace dos años, en la cumbre de revisión de la Convención de Ottawa sobre la prohibición de minas antipersonas. Y la mitad de las fotos de “Desaparecidos” son sobre América Latina.