Revista América Latina

Otro 24 de marzo. Yo viví un universo paralelo

Publicado el 24 marzo 2022 por Adriana Goni Godoy @antropomemoria

Yo viví un universo paralelo.

En diciembre de 1977 vendí mi casa, mi auto, abandoné al Tonki nuestro perro lanudo, armé las maletas de mis cuatro hijos y regresé a Chile.

Otro 24 de marzo. Yo viví un universo paraleloDiciembre 1977, reencuentro familiar

Mi humor siempre negro me hizo decir «más vale dictadura conocida que dictadura por conocer» y por supuesto estaba consciente de que tener por padre a un hombre público, rico empresario, vicepresidente de la FIFA y que Cesar Mendoza estaba casado con una prima hermana de mi madre- otra Godoy-era de cierto modo un paraguas protector.

Desde diciembre de 1973 viví en Buenos Aires, con mi entonces compañero que se había asilado en la embajada argentina y recién llegaban al país.

Fuimos acogidos solidariamente por otro asilado, Leonardo Cáceres y Gabriela su mujer que nos dieron alojo en su casa mientras sus hijos y los míos llegaban de Chile. Mis cuatro niños llegaron el 15 de marzo del 74, el día que mi hija cumplió 6 años.

Mis años de exilio fueron un universo paralelo donde las relaciones, los haceres y sentires sufrieron una distorsión tal que dejé de ser yo y me sumergí en la negación de mi identidad. En julio del 74 cumplí 30 años; ese día encontré trabajo y mi dedicación absoluta a conseguir mantener a mis hijos me hizo vivir situaciones surrealistas.

Recuerdo cada día levantarme a las seis de la mañana para tomar el colectivo que me dejaba a las ocho en Caballito, donde trabajaba. Creo que era el 137, que decían daba vueltas a la republica por lo extenso de su recorrido. Nunca he olvidado al obrero anciano que me guardaba un asiento en ese recorrido diario desde Martínez, en la provincia de Buenos Aires hasta Capital. En el Sanatorio Antártida si no llegabas a las ocho en punto no te dejaban entrar, así es que la ansiedad era mi compañera cotidiana.

Yo salí de Chile siendo estudiante de antropología, divorciada con cuatro hijos y en una relación no consolidada con un compañero de la universidad, militante también del MIR, que a poco llegar, en dos o tres años se transformó en una toxica experiencia.

En mi trabajo había otros chilenos; uno era comunista y otro mirista y nunca nos dirigimos la palabra porque la desconfianza estaba instalada desde entonces.

Y llegó el año 78, yo en Chile y mi padre a cargo de la organización del Mundial en Argentina.

En Buenos Aires había dejado un amor y aproveche la ocasión para regresar, invitada por mi padre.

Y acá es cuando se me viene abajo la memoria; no quiero recordarme sentada en el palco de honor en el estadio con las autoridades de la FIFA y de seguro con los militares argentinos…Por más que fuerzo el recuerdo no existe en mi memoria rastro alguno de esos días.

Cómo pude vivir en Buenos Aires en los tiempos de la Triple A, los años del Cóndor, la operación Colombo y no tener indicios de lo que ocurría a mi alrededor.?

Hoy, vieja y cansada reviso partes de mi vida y contrasto con los ríos y océanos de información y evidencias con las que he trabajado casi 50 años de lo sucedido durante la dictadura de Videla y ahora que harán 46 años de ese 24 de marzo me obligo a evaluar, a repasar cuanto hice, cuanto dejé de hacer; los porqué, los como, los con quien viví esos tiempos.

Hoy pienso con dolor en mis amigos de entonces, algunos asesinados por los milicos, otros perdidos en el olvido, otros desaparecidos de mi vida y mi memoria adolorida los recuerda cada marzo…

1 de marzo 2022

Desde <https://www.facebook.com/memoriandodesdeabajo/?ref=pages_you_manage>

Siento cada año la compulsión, la urgente necesidad de escribir, de recordar, de hacer visible lo que se vivió en la Argentina durante la dictadura- la ultima dictadura, como los argentinos la llaman- cuando las mujeres, los niños,los adolescentes, los y las judías entre otros fueron perseguidos, ejecutados, desaparecidos , apropiados, borrados del presente y del futuro.

Este año escribo acerca de la represión, tortura,muerte y desaparición de los compañeros y compañeras de origen judío, que en Argentina dejo en evidencia el antisemitismo que en nombre del mundo libre, occidental y cristiano exterminó a 195 desaparecidos judíos, incluyendo a chilenos y chilenas residentes en ese país.

Lo hago en recuerdo de mis bisabuelos Somer Swiderski  y Gitel (Augusta) Kohl y mi abuela Sara, nacida en Kalisz, Condado de Kalisz, Voivodato de Gran Polonia, Polonia, llegados a Chile en 1891 y cuya asimilación me negó mi identidad judía.

Una arqueología de la Memoria Familiar.

Durante 46 años he leido, buscado, compartido diversos materiales que describen, intentan explicar el horror. Libros, documentos, videos, audios, entrevistas,imágenes dan cuenta de lo que, parafraseando un poco a Galeano, cuenta que si Hitler hubiera sido
testigo de la impunidad y las atrocidades que cometieron los militares argentinos en sus procedimientos de captura-secuestro de
las víctimas para su posterior confinamiento en los tristemente célebres
Centros Clandestinos de Detención (CCD), bien le hubiera provocado un
severo e incurable complejo de inferioridad (Galeano,2001: 229),
*

Elena Alfaro confesó en
su relato ante la CONADEP lo siguiente:*
Si la vida en el campo era pesadilla para cualquier detenido, la situación
se agravaba para los judíos, que eran objeto de palizas permanentes y otras
agresiones, a tal punto que muchos preferían ocultar su origen, diciendo
por ejemplo que eran polacos católicos
(RNM, 1984: 50).
Jorge Reyes, detenido en el CCD Regimiento 1º Patricios, contaba:
Cuando nos golpeaban nos decían: “¡somos la GESTAPO!” (RNM, 1984: 50).
Nora Stejilevich narró su detención y traslado a un CCD del que pudo
salir afortunadamente con vida, detalló aspectos sobre las torturas que le
fueron aplicadas y los métodos de interrogación empleados por los hombres de fajina:
Directamente me llevaron a la sala de torturas donde me sometieron con
la picana eléctrica.
Me preguntaban los nombres de las personas que iban a viajar a Israel conmigo… el interrogatorio lo centraron en cuestiones judías. Uno de ellos sabía hebreo, o al menos algunas palabras que ubicaba adecuadamente en la oración.
Procuraba saber si había entrenamiento militar en los Kibutz (granjas comunitarias), pedían descripción física de los organizadores de los planes de estudios,

como aquel en el que yo estaba (Sherut Laam), descripción del edificio de la
Agencia Judía (que conocía a la perfección), etc. Me aseguraron que el “problema de la subversión” era el que más les preocupaba, pero el “problema judío” le
seguía en importancia y estaban archivando información (RNM, 1984: 51).
Pedro Miguel Vanrell confirmó que a los judíos les obligaban a levantar
la mano y gritar ¡yo amo a Hitler!
Los represores se reían y les sacaban la ropa a los prisioneros y les pintaban en las espaldas cruces svásticas con pintura en aerosol. Después los
demás detenidos los veían en las duchas, oportunidad en que los guardias
identificándolos – volvían a golpearlos y maltratarlos.
Vanrell recuerda el caso de un judío al que apodaban Chango, al que el
guardia lo sacaba de su calabozo y lo hacía salir al patio.
lo hacían mover la cola, que ladrara como un perro, que le chupara las
botas. Era impresionante lo bien que lo hacía, imitaba al perro igual que si
lo fuera, porque si no satisfacía al guardia, éste le seguía pegando… Después
cambió y le hacía hacer de gato
(RNM, 1984: 53).
Daniel Eduardo Fernández describió los límites de la infamia cuando en
su testimonio relató:

Contra los judíos se aplicaba todo tipo de torturas pero en especial una
sumamente sádica y cruel: “el rectoscopio” que consistía en un tubo que se
introducía en el ano de la víctima, o en la vagina de las mujeres, y dentro del
tubo se largaba una rata. El roedor buscaba la salida y trataba de meterse
mordiendo los órganos internos de la víctima
(RNM, 1984: 52).

Desde principios del siglo XX, existía en Argentina una arista antisemita que formulaba una correlación entre ser judío y ser marxista, debido a la marcada presencia judía en movimientos sindicales socialistas, anti-fascistas, y en partidos de izquierda. En la época de la última dictadura militar argentina (1976-1985), canalizando el latente antisemitismo criollo, se acentuó el corolario judío-subversivo.

Lo que Pierre Vidal-Naquet denomina el “sintagma judeo-marxista” que en 1942 y 1943 impulsó a las huestes de Hitler a librar la guerra en el este -“indisolublemente contra los judíos y los marxistas, considerados una misma entidad”[4] – recobró vigencia en la llamada guerra sucia de Argentina. La actualización de esta figura en Argentina se expresó por medio de un trato diferencialmente cruel hacia los prisioneros judíos, y una sobrerrepresentación de judíos entre los detenidos desaparecidos, en proporción a la población de ciudadanos argentinos de origen judío.[5]

En Chile no estaba culturalmente arraigado el concepto de judío como sinónimo de izquierda. Muy al contrario, es más probable que se asociasen al conocido apoyo institucional judío a la Junta Militar. Por lo tanto la visión que equivalía al judío con la izquierda estaba ausente de la retórica y práctica represiva de la Junta Militar chilena.

En este contexto, Argentina proporcionaba el escenario propicio para una orquestación con la cual Chile pretendía descarriar escrutinio acerca del destino de personas cuya detención era negada sistemáticamente. Para los militares argentinos, el montaje reforzaría la noción que su territorio nacional estaba azotada por subversivos internacionales que confabulaban con nacionales para producir una peligrosa inestabilidad, exigiendo la mano dura del Estado.

El agente chileno de la DINA Enrique Arancibia Clavel sería el principal enlace en Buenos Aires. Arancibia, años después, el único procesado por el asesinato de Carlos Prats y Sofía Cuthbert, colaboraba con sus pares argentinos a través de la Secretaría de Inteligencia de Estado. Posterior a su detención, se encontró en su casa un documento escrito a mano alzada con los nombres de 32 detenidos desaparecidos chilenos y los pasos fronterizos por las cuales habrían entrado a Argentina.[6] Jaime Eugenio Robostam [sic] Bravo habría entrado por Tromen (hoy Mahuil Malal), a 50 kilómetros en camino de ripio de San Martín de los Andes, el día 29 de febrero de 1975; Juan Carlos Perelman Ide supuestamente por Las Cuevas (hoy Cristo Redentor) el 29 de marzo del mismo año.

Los nombres de Jaime Robothan y Juan Carlos Perelman más los de David Silberman y Luis Guendelman, ambos egresados del Instituto Hebreo, fueron utilizados para un macabro preludio al montaje que se llegaría a conocer como Operación Colombo o Lista de los 119. Son los únicos nombres asociados con Operación Colombo que comparten el hecho de ser apellidos judíos, o por lo menos de timbre judío, dado que los Robothan no conocen antepasados judíos en su familia.

Los socios argentinos de Arancibia Clavel fueron los integrantes de la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A) que empezaba a circular en sus Ford Falcón verde por las calles de Buenos Aires. Dado el sesgo antisemita de este grupo, es probable que fueran sus operativos quienes eligieron los nombres de cuatro judíos para dar inicio al montaje.

La periodista argentina Stella Calloni, autora de dos libros sobre Operación Cóndor[7], está convencida que los argentinos eligieron los nombres judíos. “En ese momento, yo tengo la seguridad, te diría, del entusiasmo con el cual los de aquí participaron en esa operación. Mi tesis es estos chilenos se pusieron de acuerdo con un grupo nacionalista, nazis en realidad, y acá aparecieron cuatro cadáveres, con nombres de judíos chilenos. Todavía no sabemos de quienes son esos cadáveres. Estos hicieron este favor a Chile y a su vez, Chile haría un favor a los argentinos. Le entregaba gente o nombres. Cambiaban favor por favor”.[8]

Laura Elgueta, entonces de 18 años, vivía en Buenos Aires con sus padres chilenos exiliados desde 1974. Elgueta ha estudiado la maquinaria chilena-argentina de inteligencia para entender las circunstancias del secuestro y posterior desaparición de su hermano, el estudiante de música y militante del MIR Luis, cuñada Clarita Fernández y Cecilia, hermana de Clarita, el 27 julio de 1976. “No es casual que hayan sido ellos quienes eligieron nombres que sonaban judíos”. Elgueta señala “una mirada muy antisemita, instalada en sectores tradicionales vinculados a la Iglesia más ortodoxa argentina”, asociados con la Triple A.[9]

Elgueta fue testigo presencial del sesgo antisemita de la represión argentina. Casi al año de la desaparición de Luis, Clarita y Cecilia, a las 11 de la noche del 12 de julio 1977, ella fue secuestrada con otra cuñada. “Hacen el clásica operativo de secuestro que se hacía en plena 1977”, resalta. Las metieron, golpeándolas, en autos y las llevaron a un centro clandestino, que con los años lograron identificar como el Club Atlético. Al bajarlas de los autos, “lo primero que escuchamos fue a chilenos que nos estaban esperando. Creo que eran mas de dos”.

“Siguen el procedimiento habitual. Nos sacan los documentos, y nos ponen una letra con número. En el momento del interrogatorio nos desnudan. Llevan a mi cuñada a interrogarla. Me dejan a mi esperando, desnuda y vendada. En un momento siento que traen a dos chicos, bajándolos, golpeándolos bruscamente. La mujer estaba aterrada. Cuando los desnuden se dan cuenta que él es judío. Hacen un festín: ‘Oh, este es un Moishe, mirá vos que sos judío, que bueno te lo vamos a dar; qué bueno que tenemos otro en nuestros manos!’

“En un momento hubo un silencio. Yo me di cuenta que estábamos los tres solos y se produjo un gesto muy lindo. Yo tosí; él tosió, y ella tosió. Nos comunicamos así. No supe nada mas de ellos. Deben estar desaparecidos, muertos”.

En todo momento estaba presente por lo menos un chileno, escuchando, mientras la interrogaban. Benito José Fioravanti, perteneciente a un sector de católicos fundamentalistas de corte nazista, posteriormente es sindicado como el jefe del centro de torturas Atlético. “La participación de Fioravanti con chilenos está comprobado a través de mi caso en 1977”, afirma Laura Elgueta. Reitera, “Pienso que no es casual que estos personajes”, quienes propiciaron crueldad especial hacia los judíos, hayan participado en Operación Colombo y eligieran los nombres judíos.

El operativo inició el 16 de abril 1975 con el hallazgo en un estacionamiento subterráneo de Buenos Aires de un cuerpo quemado y mutilado hasta ser irreconocible, acompañado por carteles atribuyendo el muerto a un ajuste de cuentas entre combatientes del izquierda. Al lado del cuerpo se encontró intacto un carnet de identidad chilena con nombre del ingeniero David Silberman Gurovich, gerente de Cobre-Chuquicamata. Hacía seis meses que Silberman había sido raptado desde la Penitenciaria de Santiago, en un despliegue operativo, explicado por el Ministerio del Interior como un secuestro por el MIR.  Posteriormente, testigos declararon haber estado presos junto a él en el centro de tortura de calle José Domingo Cañas 1367 en Santiago en octubre de 1974[10].

Este modus operandi se repetiría en julio con la aparición de tres cadáveres más, también carbonizados, acompañado nuevamente por carteles, aludiendo al MIR y los carnets de identidad chilenos, correspondientes a Luis Guendelman, Jaime Robotham y Juan Carlos Perelman.

Los días 12 y 16 de julio familiares leyeron con estupor e incrédulos las portadas de El Mercurio, La Tercera, y Las Ultimas Noticias. Bajo el título “Sangrienta Vendetta Interna Hay en el MIR,” el reportaje de Las Ultimas Noticias daba cuenta que Luis Alberto Wendelmann Wisniack y Jaime Eugenio Robostam Bravo, “reclamados por organismos internacionales tales como la Amnesty y otros grupos de supuestas tendencias humanitarias […] Pero ahora resulta que aparecieron ultimados por sus propios compañeros extremistas en el vecino país”.

Luis Guendelman, detenido el 4 de septiembre 1974 en su casa, fue visto en el centro de detención secreto de calle Londres 38 el día después de su detención, y en Cuatro Álamos el 26 de septiembre. En Cuatro Álamos le contó a los presos con quienes compartía celda que estuvo torturado en Villa Grimaldi. En noviembre y diciembre 1974 fue internado en el Hospital Militar, y luego regresó a Cuatro Álamos donde, en febrero de 1976 un preso le escuchó cantar el tango “Adiós muchachos compañeros de mi vida”.[11] En ese lugar fue visto con vida por última vez.

El 31 de diciembre del 1974 Jaime Robotham compartía un te con su gran amigo y compañero del Partido Socialista Claudio Thauby. Más tarde, cuando iban caminando juntos por Avenida Sucre, un auto se detuvo bruscamente y salta a la vereda Fernando Laureani Maturana, quien conocía a Claudio por haber sido cadete en la Escuela Militar. Diecisiete sobrevivientes del campo de concentración que operó en Villa Grimaldi declararon ante el ministro Alejandro Solís como Jaime Robotham llegó ensangrentado de una herida de la cabeza propiciado al momento de su detención.

Juan Carlos Perelman había sido detenido junto a su pareja Gladys Díaz el 20 de febrero de 1975 y llevados a Villa Grimaldi. El 28 de febrero 1975, ambos fueron incorporados a una fila de presos que subían a un vehículo. De repente, a Gladys la sacaron de la fila.  Nunca más se supo de Juan Carlos.

Los familiares de los cuatro chilenos tuvieron la horrorosa experiencia de viajar a Argentina para conocer los cadáveres encontrados.

En el caso de Luis Guendelman, viajaron a la morgue de Pilar, en la provincia de Buenos Aires, su madre Sara Wisniack y esposa Francisca Hurtado, llevando radiografías de la cadera de Luis. Desde los 10 años cuando lo operaron, tenía un torno de platina. Ningún de los dos cadáveres tenía un platillo en los huesos. Las radiografías dentales tampoco reflejaban la dentadura del cadáver que les mostraron en Pilar.

“La situación era totalmente absurda, afirma Alejandro Guendelman, primo de Luis. “Los cadáveres estaban tan calcinados que no podías contar los dedos de la mano. Sin embargo entre los restos de la ropa habían unos carnets plásticos, un librito verde plástico original, no falsificado, emitido por el Gabinete de Identificación, impresa por la Casa de Moneda. En esa época eran escritos a mano, y esta también. Pero la foto de Luis era de cuando sacó su primer carnet de 10 años. El apellido en vez de estar escrito con “G” estaba escrito con “W”. Como que alguien le entregó un alto de carnet blanco a López Rega o Arancibia Clavel, y lo llamaron por teléfono y le preguntaron ¿Cómo se escribe? Y escribió “W”.  ¿Tu piensas que el Gabinete de Identificación se va equivocar en poner un W en vez de un G?”[12]

Tan burdo era el montaje que a simple vista se desenmascaró a si misma como un fraude.

En esos días llegaban a Chile dos congresistas de los Estados Unidos, a preguntar insistentemente por Luis a solicitud de su hermano Simón Guendelman. También a principios de julio había llegado a Perú el Grupo de Trabajo de las Naciones Unidas.  Seguían sin autorización de Chile para entrar. Como forma de presión, decidieron instalarse en el país vecino. El 8 de julio el Ministerio de Relaciones Exteriores responde al Grupo.

“La situación en Chile está en sus peores momentos y el Grupo de Trabajo está en Perú. Nosotros contentos que va llegar este grupo”, recuerda Roberto Garretón. “La respuesta de Chile fue fantástica. Dado el estado del peligro por la patria, dice Pinochet, se prohíbe el ingreso. Y visto que no se le permite entrar, más encima el Grupo de Trabajo debe disolverse! Allá flota la lista de los 119.”

El 18 de julio aparece por primera y única vez la Revista Lea que reportea que “60 extremistas chilenos han sido eliminados en los últimos tres meses por sus propios compañeros de lucha” en Argentina y otros países de América Latina, señalando un lista de estas personas.  El 24 de julio sale en Brasil la primera edición en 52 años del diario “O Día de Curitiba”, señalando una nómina de 59 otros nombres de “extremistas chilenos” que habrían muerto en enfrentamientos con policía en Salta, Argentina. La sumatoria de las nóminas de ambos reportajes, ampliamente difundidas por los medios de comunicación en Chile, era 119 nombres.

El 28 de mayo los familiares de muchos detenidos desaparecidos habían presentado un recurso de amparo conjuntos a la Corte de Apelaciones de Santiago y, el 8 de julio lo presentaron ante la Corte Suprema. Ahora la prensa chilena apuntaba a esta nómina para denunciar que jamás fueron detenidos, y el recurso de amparo fue rechazado.

En el campo de detención de Puchuncaví, prisioneros reconocieron en los diarios lo nombres de personas con quienes habían estado en Villa Grimaldi, Cuatro Álamos y otras cárceles secretas. La indignación al constatar que estaban matando a sus compañeros superó el miedo, y 90 presos políticos se declararon en huelga de hambre.

“Gran número de las causas de violaciones de derechos humanos en Chile llevan un mensaje, un mensaje de terrorismo de estado. Este mensaje generalmente es: al enemigo se le trata de esta manera, o sea, de una manera muy cruel”,  señala Juan Guzmán Tapia, ex juez de la Corte de Apelaciones de Santiago.

Es probable que el mensaje de Operación Colombo y de su preludio, iba dirigido también a los chilenos resistentes en Argentina, como Luis Concha. A sus 79 años, Concha, que todavía vive en Argentina, afirma, “Nosotros sabíamos que si nos agarraban aquí en Argentina íbamos a pasarlo mal”.

El ex juez Guzmán recalca: “El segundo mensaje es una orden al Ejército y a las Fuerzas Armadas de como deben ser tratados los enemigos: sin ninguna piedad, sin ninguna misericordia, Qué esta maniobra de desinformación se iniciara con nombres judíos no creo que sea una coincidencia.[13]

En septiembre de 2004 el juez Juan Guzmán Tapia procesó a 16 ex miembros de la DINA por Operación Colombo. En noviembre de 2005, el juez Víctor Montiglio procesó a Augusto Pinochet en Operación Colombo y en mayo de 2008 procesó a 98 jerarcas y ex agentes de la DINA por 60 víctimas de Operación Colombo.

Operación Colombo fue el procesamiento más fácil, afirma el ex juez Juan Guzmán Tapia. “Pinochet dice que es una infamia que personas que se mataron entre ellos en Argentina se les estén achacando al gobierno militar esa responsabilidad. Lo dice con mucha energía, con mucho enojo”.

David Silberman, Luis Guendelman, Juan Carlos Perelman, y Jaime Robotham. Cuatro nombres, nombres de sonido judío, fueron elegidos para descarriar la verdad. Terminan aportando a desvelar una gran mentira, y logrando justicia.

(Extracto del libro “Memoria latente” (Lom Ediciones, 2016). Por Maxine Lowy)

Desde <https://www.elclarin.cl/2021/07/21/cuatro-nombres-en-la-operacion-colombo/>

*N.N. La Operación Cóndor. Memoria y derecho
Primera edición, 2006
© Derechos reservados por Juan Mario Solís Delgadillo
© Universidad Autónoma de San Luis Potosí
Álvaro Obregón 64, Zona Centro
ISBN-970-705-048-9


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