Revista Cultura y Ocio

Otro

Por Calvodemora
Finjo que soy un alienígena que ha ocupado el cuerpo del primer terrestre que ha encontrado, que ha resultado ser yo. Actúo sin oficio porque es la primera vez que un alienigena habita en mi interior. Creo firmemente en la mudanza; interferimos lo justo uno con el otro, él me deja progresar en lo humano y yo le permito manejarse en lo alienígena. A veces él me deja hurgar en su alma y yo hago lo propio con la mía. Una especie de alianza privada de civilizaciones. En lo demás, no hay manera de percatarse de su presencia, si él no quiere. Yo, en esta cohabitación casi metafísica, bebo la cerveza de costumbre, leo el mismo periódico de siempre y me quejo de las cosas de las que suele quejarme habitualmente. Él (entiendo que igual es ella, no tengo certezas aún en esa materia de género) va adaptándose en la medida en que lo hago yo. Soy una vaina cómoda y no creo que presente queja alguna. Ignoro quién tiene más gobierno en el timón de las cosas. Igual es él (o ella) quien escribe esto, aunque teclee yo el móvil bajo este árbol. Mi hijo me pidió que le llevara al cine. He visto la película como la vería un alienigena y al hijo le he hablado con el candor paternal que despacharía un alienígena al conversar con el suyo. Como no ha expresado extrañeza alguna, le confieso a mi hijo que no soy su padre. O que una parte del padre que soy tiene un invitado. Él añade que tampoco él es Luke Skywalker. Estoy pensando seriamente en dejar de fingir y darle puerta. Como experimento ha estado bien, pero temo que pida asilo orgánico y luego no pueda largarlo o que le tome cariño y mañana no le apetezca que yo me tome mi café de primera hora

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